POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA).
El coleccionista español, afincado en Estados Unidos, proyecta un gran centro artístico en Arévalo, el pueblo de Ávila del que procede.
A Javier Lumbreras, coleccionista español de élite, le sobra seguridad en sí mismo, pero nunca resulta arrogante. Ambicioso, moderno e intelectualmente inquieto, explica por videoconferencia desde Miami su último proyecto: Collegium, un centro de educación, investigación y experimentación de arte moderno y contemporáneo que estará ubicado en su localidad de origen, Arévalo, en Ávila. Además aspira a ser un espacio para la producción y conservación de bienes artísticos.
Inversor, coleccionista, filántropo, desarrollador inmobiliario y fund manager, en la vida de Lumbreras Estados Unidos, el país en el que reside y en el que han nacido sus hijos, ocupa un lugar predominante. Ha desempeñado un papel esencial en dos instituciones neoyorquinas: la Hispanic Society of America y el Museo del Barrio, en cuyo patronato ha participado velando por una colección de casi mil obras de más de 150 artistas de 40 países, algunos de ellos claves para entender de qué hablamos cuando hablamos de arte contemporáneo.
“Mi primera afinidad con el mundo del arte fue a través de mi abuela materna, quien tenía varias obras del siglo XIX y me inició con algo que no esperaba: con unas pinturas de Zuloaga”, recuerda. “Además, mi madre pintaba, al igual que otra tía paterna. Desde pequeño iba al Museo del Prado, el arte siempre ha estado presente en mi vida, primero como curiosidad y, actualmente, como pasión. Mi primera obra la adquirí cambiando un Zuloaga por un Tàpies. Pero fue al terminar la universidad cuando empecé a coleccionar de manera muy activa arte latinoamericano contemporáneo, una actividad que comenzó a fines de los 80 con una gran atracción por artistas jóvenes, como Adriana Varejão, Vik Muniz y José Bedia, para algunos de los cuales hasta llegué a organizar exposiciones. Esos artistas me inspiraban particularmente, pero entonces yo no me preguntaba hasta dónde quería llegar con eso. Hasta que en 2000 me divorcié y mi colección se dividió en tres: una parte fue a subasta en Sotheby’s, otra pasó a mi exesposa, y el restante tercio quedó en mis manos”.
De aquella necesidad, Lumbreras supo extraer una virtud: “Después de esa desilusión, de ese tropiezo, de un tiempo en el que la pasé mal, Adrastus, mi colección, se redefinió, porque me metí más en el arte y porque compré, siempre por placer, obras históricas de maestros como Picasso, Warhol y Rubens. Para mí el arte sirve para entenderse mejor a uno mismo y para construir sociedades fascinantes, pero eso es algo que fui comprendiendo progresivamente, y la evolución que he tenido como coleccionista ha sido más racional que pasional, porque reflexiono mucho”.
Miembro de una familia exitosa en el mundo de las finanzas, Javier, que estudió en Saint Louis, hizo buena parte de su carrera en Nueva York y ahora pasa más tiempo en Miami, trazó, sin embargo, un camino singular. “Lo que Lorena, mi actual esposa y yo, quisimos concebir es una colección que sirviera a los demás. No por casualidad Emerson, a quien admiro mucho, afirma que el propósito de la vida no es ser feliz, sino útil. De manera que nos planteamos coleccionar obras del siglo XXI muy representativas de este momento histórico para que fueran la base de un proyecto museístico que no puede consistir simplemente en construir una sede permanente para la colección, sino que intenta tocarle la vida a todas las personas que pasen por él, para convertirse en un proyecto de investigación y de conocimiento, con producción y exposiciones que permitan generar verdadero bienestar social. Collegium va a ser un proyecto con más de 15.000 metros cuadrados, con 11 o 12 edificios, y que llevamos ya 12 años diseñando”.
“Lo que nos interesa es gestionar el espacio cultural íntegramente”, aclara, “porque un museo privado corre el riesgo de convertirse en un mausoleo, y yo no quiero imponer mis gustos personales a medida que me haga mayor. Por ello formaremos un patronato privado sin ánimo de lucro, en el que participará la Junta de Castilla y León. Pero también espero que se sumen otros patronos y otras colecciones, y sería importante que nuestro acervo creciera. Lo que es seguro es que será una colaboración público-privada y que tendremos exposiciones permanentes y temporales, la primera de las cuales inauguraremos en febrero y estará compuesta por una veintena de artistas, con solo tres o cuatro obras de nuestra colección”.
A la pregunta de cuál es el fin último de su pasión coleccionista, Lumbreras responde: “El hecho de coleccionar para mí no tiene nada que ver con acumular bienes materiales. Además, cuando solo buscas el beneficio, estás invitando a las galerías a que se prostituyan. Ahora bien, si yo quisiera comprar arte como inversión, compraría básicamente obra de artistas fallecidos y consagrados, pero no de artistas contemporáneos. Porque cuando tú especulas con arte contemporáneo, puedes perjudicar la carrera de un artista, y eso no es bonito. El ángulo de la especulación no me interesa y, cuando adquiero esas obras contemporáneas, en lo que me fijo es en el valor emocional. En estos años hemos acumulado 800 obras, aunque jamás vendimos ninguna pieza de la colección”, explica alguien para quien las obras de arte son “supranacionales”. “El museo puede tener una enorme influencia económica y social, y si lo concibes como lo hemos concebido nosotros, la colección pasa a ser un instrumento”, añade.
Lumbreras cuenta con un ojo deliberadamente internacional, que no se fija en “cuántos latinoamericanos o cuántas mujeres hay” en su colección, y que prefiere “basarse en el mérito de cada obra”. “Hoy en día hay arte para los ricos, que se vende muy caro pero no necesariamente trascenderá, y además hay arte para enriquecer la cultura y el conocimiento. Difícilmente artistas muy cotizados, pero que tienen mal o poco reconocimiento institucional, puedan dejar una huella histórica”, sostiene.
Se precia de conocer el mercado como la palma de su mano. “Para mí, un gran artista tiene que ser de largo recorrido. Hoy en día, Marcel Duchamp es barato, pero revolucionó el mundo del arte. En cuanto a mi colección, no me preocupa lo que valgan las obras. Sí es cierto que alguna galería me ha sugerido que estuviera en el board de museos como el MoMA, y no es casualidad. Los museos en Europa todavía están un poco exentos de la influencia de los grandes coleccionistas, y yo creo que, del mismo modo, hay galerías que han empezado a generar programas y a notar cierta dificultad para vender a algunos artistas fabulosos que aportan muchísimo al diálogo del arte contemporáneo. Entonces, como hacen obras difíciles y algunos ricos son perezosos mentalmente, las galerías también empiezan a comprometer su programa de exposiciones e incorporan a artistas de segunda categoría, mejor cotizados, que venden como rosquillas. Bueno: esas galerías colocan a sus clientes en los patronatos de los museos de Estados Unidos a cambio de que ejerzan presión y consigan exponer a esos creadores, lo cual no considero ético. En Europa, con museos financiados por el Estado, estamos más libres de estas presiones y, por lo tanto, somos más independientes de los patronatos”.
Antes de terminar, Lumbreras, fanático del artista conceptual Roman Ondák y autor del libro El arte de coleccionar arte, tendrá tiempo de recordar que su colección ha prestado alguna de sus mejores obras a instituciones tan emblemáticas como el Guggenheim de Bilbao, el New Museum de Nueva York, el Palais de Tokyo, en París, o el Museum of Contemporary Art de Chicago. Es su manera, dice, de hacer que el arte siga “vivo entre la gente”.