POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).
Si el mundo se detuviese por un instante, por medio de una foto fija podríamos observar hasta donde ha llegado el proceso de deforestación, el vómito negro de tantas industrias, colectores y desagües que aún vierten sus desechos a ríos y mares.
El llamado efecto invernadero en un término del que nunca oímos hablar en nuestra juventud, pero que ya forma parte de la vida de las nuevas generaciones, mientras los científicos nos advierten cada día de las transformaciones de la Tierra, el firmamento, ríos, mares y océanos, y nos sugieren que la humanidad está a punto de quedarse sin infancia, que las estaciones no seguirán su ritmo cíclico, al margen de la historia y de la vida.
Un tema que nos afecta a todos, no solamente a las plantas o a la vida silvestre, sino a todos nosotros: la Tierra ha comenzado a cambiar en las últimas décadas, el aire -cargado de dióxido de carbono- amenaza sin vuelta atrás el corazón verde del mundo.
En el nombre y en el ejercicio de la libertad se cometen cada día todo tipo de atropellos contra la humanidad, porque el ejercicio de la misma es amable y explosivo a la vez.
Administrar la libertad -desde la personal hasta la política, con todas las demás que nos son propias- es labor de gran calado, casi el primero de todos, porque ni la libertad sin el hombre sirve para nada, ni el hombre sin la libertad, porque sólo en función de ella podremos ser condenados o salvados, es decir, responsables.
La responsabilidad es medular en la humanidad, y ello nos diferencia de las demás criaturas.
Bien sabemos que la Naturaleza ha dejado de asistir impasible a nuestros atropellos contra ella.
Aunque hay quien afirma que los brotes estallan de nuevo cada primavera, a pesar de la capa de ozono y de tantos relatos apocalípticos, o de que sigue haciendo frío en invierno, con sus nieves y heladas.
¡Faltaría más! Como si el cambio climático fuese de un año para otro, como si el clima fuese lo mismo que el tiempo.
La Tierra en la que vivimos no funciona exactamente como si se tratara de un perfectísimo mecanismo de relojería, aunque lo parezca.
Algo así como le pasa a nuestro cuerpo -amo y esclavo a la vez- cuando algo falla en él.
Para prevenir males mayores nos vacunamos contra esto o aquello de forma periódica, siguiendo el consejo de los expertos sanitarios, y -de igual manera- deberíamos vacunar a nuestro planeta antes que el “estado depresivo” en el que ya entrado irremediablemente, siga alejándolo del reino de la salud que la ecología persigue.
Parece demostrado que nuestro planeta ya está enfermo, porque los que se consideran sus dueños -animales racionales, se dicen- se han apartado de los códigos que estaban establecidos como normales hasta ahora, unos códigos que nos ayudaban a vivir, aunque fuese en un frágil equilibrio de buena vecindad.
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez