POR SANTIAGO IZQUIERDO G. BÁRCENA. CRONISTA OFICIAL Y ARCHIVERO EMÉRITO DE SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES (MADRID)
Observo que en la Revista “La Plaza” de que habitualmente insertan un artículo sobre un personaje local que destaca por diversas actividades, bien sean culturales, artísticas, deportivas, sociales, etc. Os aseguro que lo leo con deleite, pues nos dan a conocer los valores que tienen muchos de nuestros convecinos y que la mayoría de las veces desconocemos y nos enorgullecen de contar entre nosotros con tan importantes personajes.
La verdad es que nuestro querido pueblo ha contado a través de su historia con una serie de personas, mujeres y hombres, que han nacido o han vivido en nuestra localidad y que algunos de ellos afortunadamente figuran en nuestro callejero: Francisca de Bártulo, Pedro Rodríguez “el viejo”, Miguel y Antonio del Campo, Diego Ventura de Ozilla, Diego Carcaxona, Manuel Giménez Martín y su hijo Agustín Giménez Frutos, Gregorio Izquierdo Frutos, los doctores Baltasar Alagón y Juan Bertoncini, Hermenegildo Izquierdo Menoyo, Manuel Montes García, Laureano Montero, Leopoldo Jimeno, Juan de la Puerta, Petra de Prada, Ana de Tomás, “Serafín”, Payaso Eduardini, José Manuel Miner Otamendi, Felipe Laporta, Eduardo San Nicolás, “Doro”, Martín Chirino, etc, se que me dejo muchos en el tintero de los hombres y mujeres que han dejado su impronta en nuestra localidad a través de estos más de quinientos años de historia. Pero quiero cerrar esta lista con el nombre de una gran mujer como fue Esperanza Abad Giménez.
Muchos son los nombres de vecinos que tenían que integrar esa lista que he descrito, pero como están vivos he decidido dejarlos pendientes de otro artículo, pero que sepan que no los voy a echar en olvido.
Hoy quiero rendir mi página a tres mujeres que no figura su nombre en el callejero y es posible que para la mayoría sean totalmente desconocidas, pero para muchos de los que aquí vivimos desde hace bastantes años es un referente en muchos aspectos de nuestra vida local, me estoy refiriendo a Josefa Olivares López, Conchita Narbaiza de Mata y María del Val Tato Gascón, las tres pueden quedar representadas de manera preferente en la placa-relieve dedicada a las mujeres de Sanse en la Calle Francisca de Bártulo, dónde mejor lugar para rendir homenaje a nuestras mujeres que, en verdad, muchas de ellas desde el anonimato han sido las artífices de que este pueblo, hoy ciudad, permanezca en el mapa en lugar destacado entre las setenta poblaciones más importantes de España.
Pepa Olivares, la del Tío Cano
Josefa Olivares López, a la que todos conocíamos como la “Tía Pepa la del Cano”, era una mujer singular, creo que esa opinión será compartida por todos los que la conocimos y tratamos, yo tuve la gran suerte de convivir con ella de pequeño y eso me quedó marcado para sentir un gran cariño hacia ella y quizás de ahí venga el amor que siento por San Sebastián de los Reyes, pues su casa era el primer lugar que yo visitaba cuando venía de Madrid. Aunque muchas veces lo único que me encontraba en aquella destartalada cocina era el puchero del cocido sobre las trébedes y de la Tía Pepa ni rastro.
He mencionada la casa de la Tía Pepa, y por supuesto la del Tío Cano, Severo del Olmo del Valle, su casa era una calle más del pueblo, como muchos no la llegasteis a conocer tal como era, os la voy a situar, la fachada principal daba a la calle San Roque, frente a la Tahona de su hermana la Tía Paca de Pedro y la casa de los “Acabose”, el corral, en Sanse no había patios eran corrales, éste daba a la calle Real, en los años que os estoy citando se llamaba Mártires del Pueblo, enfrente de dónde está la casa de los “Canini”, actualmente hay una sucursal del Banco Santander que antes era del Banco Popular y de la tienda de comestibles de la Tía María de Nino, hoy es un estanco.
La mayoría de las casas de Sanse permanecían abiertas, sin echar la cerradura, incluso había algún caso que hasta habían extraviado la llave. La casa de la Tía Pepa permanecía abierta, tanto la puerta que daba a la calle San Roque como la del corral. que por cierto que éste en algunas ocasiones se utilizó para guardar a los novillos que se correrían en el encierro. Esos días la calle peatonal quedaba cortada.
Lo de la “calle peatonal”, aunque ya lo he comentado en algunas otras ocasiones, lo voy a explicar como ya he comentado unas líneas antes en la calle San Roque estaba la tahona y en la calle Real la tienda de comestibles, el camino más corto para ir de un establecimiento a otro era atravesar la casa de la Tía Pepa, así se evitaban de dar la vuelta por la calle Mayor o por el contrario ir hasta la esquina de la casa del tío Santiago, al final de la calle San Roque.
Era de lo más normal ver pasar personas, en su mayoría mujeres con sus capachos, mientras estabas en la cocina charlando, así con un hola o un buenos días tía Pepa les veías atravesar por la casa, ella la mayoría de las veces ni las respondía, en ocasiones les preguntaba por alguna circunstancia que quisiera saber, pero era de lo más natural este trasiego de personas de un lado a otro.
La Tía Pepa, la “matrona” del pueblo
Muchos de los nacidos en Sanse y que lean estas líneas seguro que su pensamiento y su recuerdo se van al día de su nacimiento, pues le habrán contado sus padres que la tía Pepa y don Rodolfo fueron los primeros que los recogieron al venir al mundo. Creo no estar equivocado que la mayoría de los nacidos en las décadas de los treinta, cuarenta, cincuenta y los de los sesenta hasta su muerte que acaeció en agosto de 1966 fueron traídos al mundo por ella.
No tenía, por supuesto titulación para ejercer de comadrona, pero su pericia y conocimiento la hacían insustituible en esta labor, y ella siempre estaba dispuesta, fuese la hora que fuese, dejaba su casa “abierta” y allá iba con don Rodolfo, el practicante a atender el parto, y si alguna vez don Rodolfo no estaba ella sola se las arreglaba.
Sinceramente considero que no se la ha rendido el merecido homenaje, cuantas veces he oído comentar que lo merecía bien dando su nombre en el callejero o que alguna guardería infantil llevase su nombre, o simplemente una placa en el edificio que hay donde estaba su casa. A don Rodolfo aprobó el Consistorio dedicarle una calle, pero que no se ha materializado físicamente hasta el momento presente, esperamos y deseamos que este acuerdo no caiga en el olvido y si fuese menester que el nombre de la Tía Pepa fuese unido,
Conchita Narbaiza de Mata, la nieta del Tío Habanero.
Concepción Narbaiza de Mata no nació en Sanse, sino un 3 de septiembre de 1914 en la guipuzcoana localidad de Cestona, dónde su padre Joaquin Narbaiza Larraz, era el director de su famoso balneario. Su madre Francisca de Mata Gómez, esta hija de Juan de Mata el “tío habanero” y de Clementa Gómez Díaz, nieta del “Tio Carpo”, es decir, totalmente “apodaca” y Conchita se sentía de igual forma, pues siempre me decía con orgullo que su hija Mari Carmen había nacido en Sanse, el resto de sus hijos lo eran de diversos lugares, pues su marido Gregorio Frutos Colmenar era militar y tuvieron varios destinos antes de recalar en Madrid. Su marido, Goyo como le conocíamos era hijo de uno de los personajes más pintoresco que ha dado nuestra localidad: el “tío calavera”, en otro momento escribiré, bueno ya tengo algo escrito y publicado sobre la figura del tío Manolo Frutos.
Para quienes tuvimos la suerte de conocerla, quererla y gozar de su amistad fue un privilegio. Su fallecimiento, en 2013, supuso como que nos quedamos huérfanos, pues es difícil encontrarse con una mujer de esa valía, culta, generosa y a su vez muy sencilla, podemos decir que le gustaba pasar por la vida de puntillas, y por el contrario todo lo que hacía era mucho y de gran trascendencia, pues siempre estuvo dedicada a los demás y sobre todo a los más desfavorecidos, y todo pese a que la vida le dio muchos y dolorosos sinsabores, pues vio morir a tres de sus hijos y nos ha dejado tres hijas y nietos maravillosos.
El Archivo Municipal contiene un fondo denominado “Conchita Narbaiza”, en el que está recogida toda su obra escrita, así como numerosas cuartillas en la que ella volcaba sus pensamientos y sus recuerdos, entre ellos los dedicados a su suegro el “Tío Calavera”, como a su abuelo materno el “Tío Habanero”. También se guarda un ejemplar del libro que escribió sobre el partido judicial de Colmenar Viejo y editado por la Diputación Provincial de Madrid.
Fue cofundadora y presidenta durante varios años de la Asociación de Familiares y Afectados de Salud Mental “Afasame”, de Alcobendas y San Sebastián de los Reyes y en la que ha dejado patente su impronta, dedicación y buen hacer, pues pese a sus muchos años gozaba de una excelente memoria y de que algunos como fue mi caso nos “aprovechamos” de su sabiduría.
Entre los reconocimientos que recibió uno de los más entrañables fue la concesión del premio “Francisca la de Bártulo” en el año 2001 por los merecidísimos méritos que entrañaba esta excepcional mujer que siempre estuvo entregada a los demás, pues su espíritu docente, como profesora que era, estaba presente en cualquier lugar que se lo solicitaban,
María del Val Tato Gascón y su amor por Alcalá de Henares
Cuantos vecinos habrán ido a la calle Real, número 58, entonces calle Mártires del Pueblo, a hacer una llamada telefónica o ha poner un telegrama, me estoy refiriendo a la casa que albergaba la centralita de teléfonos, y allí tras aquella ventanilla teníamos a Mari Val con su sonrisa y amabilidad, y además permanente, pues en cualquier hora de la noche podía haber una llamada y por lo general urgente y allí estaba la voz de Mari Val atendiéndola, y cuantas veces tenía que desplazarse hasta el Praderón o La Zaporra a llevar un telegrama.
Los que ya peinamos canas recordamos perfectamente como era la centralita de teléfonos con sus clavijas y como se atendía la llamada del exterior y la clavija se introducía en el número solicitado o viceversa que se pedía una conferencia y tenía que marcarse y pasarla al abonado que la había solicitado.
Incluso ocurría que había una llamada a la centralita solicitando que se avisase a un vecino o vecina que no era abonado para que estuviese a determinada hora en el locutorio, y allí iba Mari Val a avisar de que a tal hora estuviese porque les llamarían por teléfono.
Algo incomprensible hoy día que casi todos vamos pendientes de los teléfonos móviles por si recibimos un whatsapp o nos podemos hacer un selfie. El móvil es como un apéndice más de nuestro cuerpo.
Mari Val fue algo más que una telefonista de antaño. Los que tuvimos y tenemos la suerte de ser sus amigos aunque ella esté en su mundo ajeno a los que la queremos, sí que la añoramos, como dice su poesía y la recordamos como una “ardilla” yendo de un sitio para otro desafiando el mal genio de su tía Máxima y siendo el alma de las representaciones teatrales que aquí realizábamos y ella era “Pepa la trueno”, la Tomasa de “Que viene mi marido”, la Mariana de “La locura de don Juan”, la Laura Romero de “La Herencia”, la Doña Angustias en “Manda a tu madre a Sevilla”, la Laura de “La llave en el desván” y su actuación en “Los Marqueses de Matute”, “Mi padre”, “Los caciques”, “Los derechos de la mujer”, etc., etc.
La centralita de teléfonos era el lugar de encuentro para todos los que conformábamos la “farándula de Sanse”, pues a ella recurríamos como nuestra alma máter para recibir su consejo y sus propuestas en todas nuestras tribulaciones, dudas y dificultades que nos surgían antes, durante y después de las representaciones.
Cuando aquella afición teatral amateur desapareció en Sanse por los motivos profesionales y personales de sus integrantes, su vida dio un giro hacia otra actividad artística como fue su integración en la recién creada Coral y en ella estuvo hasta que su salud dijo “basta”, pero fueron muchos años gozando de actuaciones a lo largo y ancho del país, así como algunas escapadas más allá de nuestras fronteras.
Encabezaba su pequeña semblanza recordando su amor por Alcalá de Henares, esto es muy fácil de explicar ya que su madre Teresa Gascón García del Rey pertenecía a una conocida y arraigada familia alcalaína, de ahí que a su primera hija la pusiese el nombre de la patrona de su querido Alcalá, la Virgen del Val.
Y ya sólo queda recordar sus poemas de “AÑORANZAS”, que rezuman amor por el pueblo que la vio nacer.