POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE)
Diciembre siempre ha sido un mes muy especial, empezaba con la celebración de la patrona la Inmaculada Concepción continuando con Nochebuena y Navidad, lo que suponía para todos los hogares un trabajo y gastos extraordinarios. Los hornos trabajaban a ritmo continuado albergando en sus ventrudas y caldeadas panzas, enormes cantidades de mantecados, “toñas”, almendrados y otras variedades de repostería casera.
Hace tan sólo unas décadas, en la celebración de un día festivo había que prestar una atención especial a la forma de vestir y al menú, ya que los dos deberían salirse de lo común. Pero ambas cosas se cargaban sobre las espaldas de la mujer, que tenía que madrugar tanto o más que otro día para encender los fogones, con leña o carbón, y ponerse a preparar una comida cuya elaboración era mucho más trabajosa y cuidada de lo habitual. Mientras la comida se iba cocinando había que levantar a los niños, lavarlos y “ponerlos guapos”, hacer las camas, poner la mesa y un largo etcétera. Terminada la comida había que recoger la mesa, limpiar los cacharros y dejar en orden la cocina. ¿Quién disfrutaba un día festivo? La señora de la casa no.
Recuerdo aquellas navidades de mi niñez, a finales de años cincuenta y principios de los sesenta del pasado siglo XX. El día dos de diciembre, día de Santa Bibiana, abría su sitio de venta José Pla Garrigós –Pepe el turronero-; sus padres, José Pla Mira –Pepe el de Cotelles– y Francisca Garrigós, comenzaron a venir desde Jijona a Torrevieja a finales del siglo XIX, con sus cajas confiteras hasta la posada del tío Parejo -después Hotel Gómez-, para vender el dulce género elaborado por su familia, expuesto primorosamente y haciendo las delicias de grandes y pequeños, imprescindible en las mesas en todos esos días.
Venía con su carro de tracción animal desde Jijona al local habilitado como negocio, separando la tienda provisional de la trastienda -lugar donde dormían- con una blanca sábana, quedaban expuestos los dulces y turrones que eran vendidos al
peso, a granel, pasando años más tarde a envasarse y a denominarse con la marca ‘El Áncora’. Allí expuestos estaban los ancestrales turrones de Jijona y de Alicante -el duro y el blando-, el de guirlache, de nieve, de yema, de frutas, los almendrados, las peladillas, los piñones, sin olvidas los famosos pasteles de gloria, los mazapanes, el pan de Cádiz y unas deliciosas tortas hechas a base de almendras y miel o azúcar. A día de hoy su familia continúa abriendo su establecimiento en este mes para vender sus dulces entrañables en estas fechas; continuando con esta ancestral costumbre su sobrina Carmen Arques Pla, nombre de marca que en su memoria llevan en la actualidad sus dulces productos, de venta en una recién inaugurada turronería en el centro de Torrevieja.
Rememorando antiguos tiempos, era puntual ver los viernes previos a Nochebuena a numerosas personas, pavo vivo en ristre, desde el mercadillo, rumbo a los corrales primero y a las pelotas después. También los hornos de panaderías y confiterías no daban abasto a tanta “llanda” de rollos de anís y de naranja, mantecados y “toñas”.
En Nochebuena y Navidad se daban en Torrevieja circunstancias características heredadas a través del tiempo y espacio: el fuego, la madera, los villancicos y la mesa, el invierno, oscuro y frío, hacía más atractivo el calor de las llamas en la casa y en familia, llegando casi a hacer sinónimos las palabras navidad, calor, fuego y hogar, al tiempo que la madera, el leño del que el fuego brotaba, adquiría cierta relevancia.
En nuestra Torrevieja, hasta época bastante reciente, no se solían hacer grandes celebraciones gastronómicas en Nochebuena, se limitaban sólo a un plato de “sopa cubierta”, consistente en caldo sacado de la hoya preparada para el día siguiente, con trozos de pan con “menudillos” -hígado, molleja y riñones del pavo u otra ave-, sirviéndose a continuación dorada o pajel, o bien pavo o cordero a la brasa, todo acompañado con vino de La Mata; terminándose con turrón y dulces acompañados con vino moscatel, mistela y anís dulce.
En la comida del 25, del mismo modo que el día de la Purísima, se comía sopa de fideos cocidos con el caldo del cocido con pelotas. A continuación, se servían las pelotas; les relato los ingredientes de los “rellenos” que se cocinaban en casa de mis padres: ¼ Kg. y mitad de tocino, ¼ y mitad de ternera, ¼ y mitad de magra de cerdo, dos hígados de pavo -todo picado-, miga de pan y medio, sangre, ½ Kg. de codillo y media para los menudillos, ajos picados, perejil, huevos, piñones, sal y azafrán. El tercer plato estaba formado por el resto del cocido: magro de ternera y de cerdo, pavo, mocilla, tocino, hueso de tuétano, garbanzos, patatas y un tallo de apio.
Al día siguiente, el 26, segundo día de Navidad, se comían las pelotas que habían quedado, y el resto de la semana se prepara un soberbio “arroz clarico” de puchero aprovechando el caldo y otras sobras de días anteriores que, si no aran muy abundantes se complementaban con longanizas, amén de “ropa vieja” y deliciosas croquetas. ¡Felices Fiestas!
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