POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE).
Hay una frase popular que dice: “el día de San Antón, salen las viejas del rincón”, y “las cinco con sol”, y otro augurando que “hasta San Antón fiestas son” o, concretando aún más, “hasta San Antón Pascuas son”, refiriéndose a la prolongación de la fiesta de la Epifanía. En Torrevieja, el día de San Antón era el disparo de otra festividad popular: las festividades carnavalescas.
Es el santo de los animales de compañía y también el patrón benefactor al que se han acogido aquellos que habían sufrido amputaciones, los tejedores de cestas, los alpargateros, los fabricantes de cepillos, los carniceros y charcuteros, los sepultureros, los ermitaños, los porquerizos, los que sufrían eczemas, epilepsia, ergotismo, erisipela u otras enfermedades dermatológicas.
El santo protegía a las familias del trueno, de la rabia, de los brujos, brujas y de todo tipo de accidentes. Pero la vinculación más relevante se estableció entre San Antón y el denominado ‘fuego sagrado’, ‘fuego del infierno’ o ‘fuego de San Antón’, nombre éste que se la daba a una enfermedad que se contraía por intoxicación alimentaria, producida por un hongo parásito del centeno, el cornezuelo, que envenenaba la sangre, causando estragos en otras épocas.
La celebración de San Antón, llegó a Torrevieja procedente de las poblaciones de Orihuela y Elche, lugares donde siempre ha celebrado esta fiesta que terminaba con la rifa de un cerdo.
En Orihuela la fiesta de San Antón se remonta al año 1675, según data el deán Julio López Maymón. Desde el último tercio del siglo XVIII se hacía la rifa de un cerdo, al principio por el sistema de cédulas, escribiéndose el nombre del posible agraciado. El sorteo nació con la intención de dedicar las ganancias, una vez descontados los gastos, al culto del Santo y a la conservación de la ermita y otras dependencias como la habitación del capellán y «departamento oficial para el Señor de San Antón», canónigo designado para tal cargo por el cabildo catedralicio.
En Elche la festividad de San Antón se celebra en el popular barrio ilicitano que lleva el nombre de este santo. La tradicional coca de San Antón, la bendición de los animales o la populosa romería del santo, confieren a estas fiestas un carácter muy emotivo para el conjunto de la ciudad de las palmeras, siempre con un ambiente festivo que invita a disfrutar. Desde la iglesia parroquia de San Antón sale el santo en romería hasta la cercana ermita de San Antón, en el huerto del mismo nombre, donde se celebra el tradicional almuerzo y se festeja el día del patrón del popular barrio ilicitano siendo una de las romerías más antiguas y populares de Elche. Este año, por la situación sanitaria, no habrá romería y los actos en honor a San Antón han vuelto a quedar reducidos, aunque permanecen adornados en su honor los balcones.
Dulces típicos de esta fecha son las bolas de San Antón. La receta de las ‘bolicas’ de caramelo se realizaba con ingredientes sencillos: azúcar, agua, esencia de bergamota y ‘cremor tártaro’. Los esféricos dulces podían tener color rojo, si se les añadía fuchina, o amarillas, si el caramelo se había cocinado sin tintes alimentarios, como la bandera de la Corona de Aragón. El sabor no variaba según el color. También era costumbre en estos días comer “pan de novia”, corazón de palmera y palmitos.
A principios a mediados del pasado siglo XX Torrevieja comenzó a sufrir el proceso de industrialización de las salinas, el principio del desarrollo turístico, el éxodo muchos de sus habitantes en busca de un trabajo fuera del pueblo y algunos fuera de España, lo que supuso la desaparición de esta celebración quedando truncada la fiesta. En el año 1961, todavía era jornada medio festiva, cerrando el comercio sus puertas por la tarde para sumarse a su celebración yendo todos a merendar al campo cercano o a las playas.
El poeta torrevejense, Salvador Aguirre, le dedicó, en 1908, una graciosa composición a las dulces bolas de caramelo que se tomaban en ese tan señalado día:
“LAS BOLAS DE SAN ANTÓN
El diecisiete de Enero llevo / en mi memoria frágil y añeja, / y se que al cabo llega de nuevo / lo que de antiguo costumbre vieja.
Todos los años traen esas rachas / de que el dulce ‘reondo’ ser la afición, / y los muchachos y las muchachas / chupan las bolas de San Antón.
Tiene este salto de simpatías / tal privilegio, tal poderío, / que sí á alguien faltan por estos días / las santas bolas, se tira al río.
Por ellas hay ruidos, trastornos… / y es tan ardiente la tal pasión, / que hasta los pueblos de los contornos / llegan las bolas de San Antón.
Es lo primero que hay en la tienda, / no hay quien por ellas no se preocupe, / no hay confitero que no las venda, / ni hay una boca que no las chupe.
Son tan redondas y tan sencillas, / tan digestivas y dulces son, / que los chiquillos y las chiquillas / chupan las bolas de San Antón.
Son color sangre, color de labio; / igual que bocas de niñas vivas; / y han de besarse sin un agravio, / y son por eso tan llamativas.
Les vale tanto ser encarnadas, / (del color mismo del corazón) / que las solteras y las casadas / chupan las bolas de San Antón.
Es tal la fama que van logrando / y es tanta gente la que persuaden, / que en muchas partes las van buscando, / y á media España creo que ya invaden.
No sé si llegan al extranjero; / más crece tanto esta afición, / que vendrá un día que el mundo entero / chupará bolas de San Antón.”