POR MIGUEL ÁNGEL FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (PRINCIPADO DE ASTURIAS).
Para un foráneo, aparcar el coche en Noreña un domingo festivo es misión de cuantiosa factura si se tiene en cuenta que, con una superficie municipal de poco más de cinco kilómetros cuadrados y una densidad de población de casi el millar de habitantes por unidad de kilometraje, a la tercera vuelta buscando un hueco para el automóvil detectas que has rebasado los límites del concejo y ruedas por territorio sierense.
Viene esto a cuenta de que Noreña acaba de celebrar sus fiestas patronales del Ecce Homo en olor de multitudes, que es el loor del reencuentro tras meses y meses de privaciones. En la Villa Condal, el azote del Covid 19 impuso una larga cuaresma. La relajación de las restricciones sanitarias ha tenido en la localidad, durante el soleado fin de semana, el efecto balsámico de un cocido de garbanzos con moscancia.
En la Villa chacinera hay un monumento al gochu que en miniatura haría recua con otros cerditos inverosímiles que en comandilla descansan sobre los estantes del estudio del arquitecto gijonés Álvaro Ron, ávido coleccionista de marranetes. A la vista de ese verraco de bronce sobre pedestal y después de dar cuenta en La Plaza o en El Sastre de un plato de callos con patatines, caes en la cuenta que de este animal molan hasta los andares.
Tal vez desconozcan los noreñenses que del gorrino hasta el gruñido resulta provechoso. Cuenta Plinio El Viejo que los romanos derrotaron al poderoso ejército de Pirro en la batalla de Maleventum (274 a. de. C), al azuzar cerdos ardiendo, embadurnados de brea, como si fueran morcillas con patas, contra elefantes del rey de Epiro, que huyeron despavoridos. Los paquidermos, por aquel entonces invencibles armas de guerra, se convertían así, por el pánico estridente de los puercos chillones, en enemigos de su propio ejército. O sea, que el cerdo es buen amigo en la paz y en la guerra.
FUENTE: CRONISTA