POR ALBERTO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ.
Por curiosa coincidencia en dos tertulias que frecuento se ha suscitado una cuestión de protocolo: el tratamiento que se debe dar al presidente de la Junta de Extremadura. En atención a sus hechuras, evolución personal y política, y otras consideraciones, las opiniones son dispares. Para unos, el oficial de su cargo: Excmo. Sr. Don Guillermo Fernández Vara. Para otros, ante la campechanía que indica su rechazo al formalismo de la corbata, el familiar de Guillermo Fernández Vara, o sencillamente Guillermo Fernández, es suficiente.
Aunque todo apelativo tiene segunda intención, de ordinario el nombre aplicado a alguien es el que mejor lo identifica. Cuando uno de los apellidos es muy corriente se suelen emplear los dos; si es muy sonoro, basta ese. La fuerza del referente suele ser el criterio dominante al margen de otras intenciones.
A veces, con el cargo es suficiente: presidente, consejero, alcalde, o tropo semejante. Porque el apelativo es sobre todo un identificador. Aunque también depende mucho de la personalidad y empaque del nombrado. Mientras en unos el don es obligado, en otros no encaja.
En Badajoz los ejemplos de cada modalidad resultan abundantes.
Unos alcaldes han sido conocidos solo por el nombre y primer apellido: Antonio del Solar; Sinforiano Madroñero; Fernando Calzadilla; Antonio Masa; Ricardo Carapeto; Manuel Rojas; Gabriel Montesinos; Fran Fragoso, o Ignacio Gragera; no hacía falta más. Y otros por los dos, pues con uno solo la identificación parecía quedar coja o era costumbre usar ambos de corrido: Alberto Merino de Torres; Ignacio Santos Redondo; Fulgencio Trujillo Campos; Felisardo Díez Quirós; Pedro Gómez Muñiz, Antonio Cuellar Casalduero, Emilio García Martín …
Igual ocurría con gobernadores civiles y otros cargos oficiales. Desde José Zurrón, Luis Julve, Alicia Izaguirre, Cristina Herrera, Óscar Baselga o Carmen Pereira, que no precisaban segundo apellido para ser identificados, a Santaollalla de la Calle, Bellón Uriarte, Pérez Pardo, Martínez Fresneda, Gerona de la Figuera o Ramírez Piqueras, a los que se aplicaban los dos. Nombrar con uno o los dos no suele implicar intencionalidad de exaltación o menoscabo; es solo cuestión de costumbre. Movilla era Movilla; Celdrán, Celdrán; Rocha, Rocha; Ramallo, Ramallo, Ibarra, Ibarra, y Monago, Monago, simplemente. Eran tan familiares y definitorios que para identificarlos no hace falta más.
Solo el que para ser algo necesita mucho arropamiento nominal insiste en el bombo. Como el pintoresco personaje del Siglo de Oro que pomposamente se hacía llamar Doctor Don Juan Pérez de Montalbán, al que Quevedo dedicó la conocida sátira:
«El doctor, tú te lo pones. El Montalbán, no lo tienes. Conque quitándote el don, vienes a quedar Juan Pérez».
Otra dice: «Vuestro don, señor hidalgo, es como el del algodón, que necesita del don, para poder tener algo».
En el caso del presidente de Extremadura, Guillermo Fernández, como esta es tierra que sabe mucho de varear, que cada cual lo varée como mejor le parezca.
FUENTE: https://www.hoy.es/opinion/vara-vara-20220227000921-ntvo.html