POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).
-(Molinos, batanes, telares, tejeras, canteras, madreñerías, alfarerías, ferrerías, ferias y mercados…)-
Ni la agricultura ni la ganadería fueron capaces de suministrar un mínimo bienestar al conjunto de los vecinos de las parroquias del concejo de Parres cuyo itinerario vital ha quedado plasmado en tantos documentos de archivo conservados.
Las propias características edificatorias de pueblos y aldeas lo han dejado patente, y así no son escasas las parroquias en las que se alude a la mala calidad de las viviendas campesinas.
No pocas casas aparecen citadas como “terrenas”, llegándose a señalar que en algunas habitan personas mezcladas con sus ganados de labor.
Por otra parte, dado que la dedicación cerealista del terrazgo era muy importante, en la misma medida las características climatológicas de la región se han prestado a frecuentes pérdidas de las cosechas. Las lluvias excesivas arruinaban los sembrados y -lo que es peor- arrastraban la tierra de los terrenos más pendientes, hasta dejar al descubierto en algunos casos la piedra subyacente.
A nadie extrañó nunca que Asturias haya sido tierra de mendicidad y de emigración.
De modo que los trabajos complementarios -por si los agrarios no fuesen suficientes- fueron con frecuencia una necesidad para asegurar la supervivencia.
El quehacer más extendido -a cargo de las mujeres- era el de hilar y tejer.
Telares de lienzo o lana se citan en la mayoría de los concejos asturianos, incluso de cáñamo aparece citado alguno en Cangas de Onís.
De la cabaña ganadera derivaban trabajos como la fabricación de manteca salada o de Flandes, como la que se importaba en la Península, y lo mismo de la elaboración de quesos que -después- comercializaban en los mercados, puesto que algunos campesinos de Cabrales llegaban a obtener hasta 3.000 reales anuales vendiendo sus quesos en los mercados de Cangas de Onís, Llanes, Ribadesella y El Otero, en Llames de Parres.
El sayal o paño burdo es el que vestían los labradores, especialmente en el invierno.
Los batanes citados en nuestro concejo -hasta tres se citan en la parroquia de Collía- trabajaban en la elaboración de paños y hasta de mantas, citándose en las ferias y mercados la presencia de manufacturas de lienzos ordinarios, como es el caso de la feria de San Andrés en Pilanegro, ya citada en el año 1665.
A mediados del siglo XIX esta industria de los batanes entró en crisis al introducirse las telas extranjeras, haciendo imposible la competencia con “los surtidos que procuran las fábricas de vapor” ni en precio ni en calidad.
La fabricación de madreñas ocuparía un amplio capítulo, puesto que estaba muy difundida, las cuales se comercializaban directamente o en los mercados semanales, incluso se enviaban también a Castilla.
Se hacían también harneros para limpiar grano, pértigas y aros para pipas y toneles, así como duelas en Cuadroveña.
Los aperos de labranza en madera eran muy habituales también.
Las tejeras aparecen en más de una parroquia parraguesa, y los curtidos tenían una elaboración familiar hasta que llegó la competencia industrial.
Entre las industrias artesanas cabe incluir las canteras para ruedas de molino de la parroquia de Bode (Parres), una de las tres más importantes del Principado, junto con las de Quintueles (Villaviciosa) y Foz (Morcín).
En Bode se cargaban vagones de tren con material de sus canteras destinado a la fábrica de loza de San Claudio, en Oviedo.
Las ferrerías del concejo dieron trabajo a vecinos en la artesanía del hierro, de forma que el carbón vegetal era muy apreciado, llegando a fundir mena que adquirían en la vizcaína Somorrostro.
La ferrería más prestigiosa en el oriente asturiano se estableció en el año 1838 en Caneya, parroquia de Argolivio (Amieva).
La alfarería estuvo presente en nuestro concejo en lugares como Soto de Dego (Sotu Deu) donde se citan hasta tres alfares en los que se fabricaban platos, tazas, jarras, escudillas, y otras piezas en cerámica negra, a veces esmaltada en azul y blanco.
Otro alfar habría estado en San Juan de Parres, en el que se especializaron en hacer ollas y trabajar los caleros de cal.
La industria molinera tuvo gran acogida en Parres, datándose hasta casi ochenta molinos, como ya comenté en los 150 capítulos dedicados a las memorias del concejo de Parres entre los años 1835 y 1985.
Los numerosos documentos de archivo, junto con los protocolos notariales, catastro, registros, permisos y otros dejan constancia de esta industria de los molinos.
Otro trabajo no despreciable fue el que ofreció la Real Fábrica de hojas de lata que el parragués Antonio Noriega de Bada y Llerandi puso en pie en Prestín, como regalo para sus vecinos.
Desde que se iniciaron los trabajos para ponerla en marcha en el año 1804 -aunque la primera producción no se obtendría hasta febrero de 1808- fueron numerosos los parragueses que allí trabajaron.
Basta estudiar las hasta ciento treinta cartas que se cruzaron -desde 1803 hasta 1820- personajes como los marqueses de Camposagrado y de Vistalegre, bien entre ellos, con personalidades del Principado, o con el mismo Antonio Noriega, Tesorero General del Reino.
De cualquier forma, la pobreza en el concejo (al igual que en casi toda Asturias) era tan notable que la emigración fue la válvula de salida principal.
Asturias seguía siendo un país agrario en el que las estructuras materiales conservaban aún muchas características del Antiguo Régimen.
La emigración a las ciudades no era una solución, puesto que éstas casi no existían, ya que Oviedo -la mayor- tenía solo 9.384 habitantes, Gijón contaba con 6.213 y Avilés con 5.600.
Así se iniciaron las emigraciones a Madrid (donde los asturianos ejercieron como cocheros, aguadores, mozos de cordel) y -más tarde- hacia América, especialmente para trabajar en Cuba, junto con multitud de gallegos y canarios.
Algunos parragueses migraban temporalmente a Castilla en verano para trabajar en la siega, incluso algunos como arrieros, canteros, carpinteros o zapateros.
La mayoría sobrevivían como podían y no pocos acudían a los mercados semanales de los alrededores a vender los productos de la tierra que cultivaban.
Estos mercados eran como una pequeña fiesta semanal, y en los mismos podían encontrar puestos de tejidos, quincalla, ferretería, madreñas, zapatos, alfarería, aperos, utensilios domésticos de cobre y hierro, todo ello con independencia de las ferias específicas de ganado, de gran éxito y concurrencia, donde se daban hasta bolsas de contratación.
Las ferias de venta de ganado mayor conservaron su empuje durante muchos años, llegando hasta nuestros días, ciertamente en un contexto muy diferente al de tiempos pasados.
Y todo ello en aquella Asturias preindustrial donde la precariedad del sistema de comunicaciones limitaba los contactos entre parroquias, concejos y con el exterior.
(Las fotografías adjuntas rememoran una Asturias del pasado, pobre para la inmensa mayoría de la población).
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez