POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ).
Al contemplarla, acuden por los pasillos de la memoria lo que un día escribí: “Allí, bajo la sinfonía de la piedra antigua, revolotean los vencejos, quienes casi nunca en sus arriesgados vuelos se estrellan. Se han adueñado de la iglesia, ofreciendo todos los días, gratuitamente, un jolgorio, un chirriar escandaloso, que nos alboroza por su estridencia, atravesando así el azul intenso bajo el crepúsculo que flota y rompe en su saludable y matutino concierto”. Después, fijo en ella la mirada, porque ver su torre es ver Montijo. Levantada cuando faenaban otros mundos en los que maestros, oficiales, peones y aprendices la labraron dándole cuerpo y espacio, forma y altura. Piedra sobre piedra, ladrillo con ladrillo. Cuántos le han escrito, mirado, alabado, cantado y dibujado. Siglos de fuerza y altura que dieron cobijo en sagrado. Arriba el campanario, donde tocan gozosas quienes son instrumentos de dolor y alegría, bajo una partitura musical que alaba, convoca y congrega. En la dualidad de sus partituras, lloran a difuntos y alegran las fiestas.
Entonces es cuando mis pensamientos se hacen pregón desde la memoria que penetra en los sentimientos: “Eres reflejo y espejo de los días que viven los quehaceres, el bullicio, los afanes las alegrías y sinsabores de la vida”.
(Iglesia parroquial de San Pedro Apóstol. De ella se tienen noticias a finales del siglo XV gracias a los libros de visitas de la Orden de Santiago; en los inicios del siglo XVII fue ampliada con el crucero y capilla mayor, labrados por Francisco Montiel, obrero mayor del duque de Feria. El llamado atrio, paseo del campo de la iglesia, fue proyectado por el arquitecto provincial, Ventura Vaca, y construido entre 1884-1886 por el maestro de obras Jerónimo Cabezas González).