Hace un buen puñado de años la Diputación General de Aragón me otorgó uno de sus premios de periodismo, coincidiendo con la festividad de San Jorge, que versaba sobre el potencial turístico de la Comunidad de Calatayud. Ha llovido bastante desde entonces y mucho han cambiado las cosas, afortunadamente, para mejor. En aquél artículo, publicado en el Heraldo de Aragón, insistía en la necesidad de dotar a la zona de la suficiente infraestructura para que el turista se sienta cómodo y acogido. De todos es sabido que no basta con poseer en nuestro pueblos con un aliciente turístico de mayor o menor entidad. Se precisa junto a éste los servicios y condiciones que favorezcan el desplazamiento. Hoy en día las vías de comunicación hacen posible que no reparemos en la distancia cuando queremos conocer algo, sin embargo, y por ello, cada vez estamos más necesitados de un buen alojamiento o un restaurante, porque ambas cosas forman parte de nuestro viaje. Si además podemos comprar unas pastas o un recuerdo, si tenemos posibilidad de realizar un recorrido por un sendero turístico, etc., objetico cumplido.
En esta sociedad del ocio que hemos creado, viajar se ha convertido en un sólido aspirante a alcanzar el primer lugar en nuestro particular orden de prioridades. Viajar en todas sus maneras y formas, más cerca y más lejos, a pie, en bici o en automóvil…
Atractivo no le faltan a la zona ni recursos turísticos tampoco. Sólo es cuestión de crear la necesidad.
Malanquilla es un claro ejemplo de ello y de superación ante la adversidad. Desde tiempo atrás comprendió que abrazando su historia y su pasado podía posicionarse mejor en la carrera hacia un futuro esperanzador. Para conquistar ese futuro se ha renovado y rejuvenecido el clásico teleclub, reconvertido ahora en moderno y eficaz gastrobar mientras se trabaja en la apertura de una casa rural que permitirá al visitante pernoctar en el pueblo y ver en todo su esplendor la iluminación exterior del molino de viento, mediante innovadores sistemas de energía.
Pero Malanquilla no es el todo ni el principio y fin de las cosas. Malanquilla es simplemente un pueblico en las faldas del Moncayo, con iniciativas e ilusión y una historia reciente de perseverancia y tesón, digna de elogio, que sabe que su destino debe ir unido al de la propia Comunidad en la que se inserta. Quien crea que en esta sociedad global puede caminar en solitario únicamente por tener un importante patrimonio cultural comete una grave equivocación. Como en otros órdenes de la vida, lo más importante siempre es aceptarse uno como es y sacar, dentro de ello, el mayor partido posible. Así lo hemos entendido siempre en Malanquilla y lejos de querer ser más que nadie hemos aprendido a no ser tampoco menos que nadie. Juntos, el futuro es nuestro.