POR JOSÉ LUIS ARAGÓN PANÉS, CRONISTA OFICIAL DE CHICLANA DE LA FRONTERA (CÁDIZ).
La esencia de una sociedad o grupo humano, la que le da sentido e identidad, está impregnada de valores, tradiciones y costumbres. Están tan arraigadas que forman una estructura social, política y económica capaz de cohesionar a sus miembros; unirlos en comunión. La Semana Santa, la gran tradición cristiana, engloba todos los elementos necesarios de señas de identidad e integración, pues se convierte en un hecho social en su totalidad. Aunque celebrada de distintos modos según la sociedad en la cual se celebra y conmemora, contiene un nexo común que posee y le otorga un significado ecuménico para los cristianos: revivir la Pasión de Cristo. Esta conmemoración tiene dos formas bien diferenciadas, pero complementarias en cuanto a su manifestación: una religiosa y otra cultural. La primera de ellas se celebra en el ámbito sagrado, en los templos e iglesias, y está compuesto por los ritos litúrgicas –los “oficios”–, la vigilia pascual y la misa de resurrección. Y la otra, en el ámbito público, organizado por las cofradías o hermandades de penitencia que a partir el siglo XV, se fueron fundando en Europa y España. Representan iconográficamente la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo en las calles y plazas del pueblo o ciudad donde exteriorizan su fe y devoción con imágenes talladas de Cristo y su madre y otras escenas de la Pasión en las “procesiones” que son, según las define el antropólogo José Biedma, “una experiencia ritual, o sea, una costumbre con una estructura ceremonial precisa y consagrada por la tradición”. La palabra proviene, como otras muchas de nuestro vocabulario, del latín. Ya en tiempos del imperio romano, el historiador Julio Capitolino, en el siglo IV, la definió como “salida solemne de un cortejo que avanza”.
Del tiempo de Roma y desde los primeros años de la Cristiandad las imágenes, son reminiscencias de la Antigüedad clásica. Así, formaron parte importante para los miembros de las comunidades cristianas, porque sirvieron para fijar los principios, dogmas y valores que conformaban su universo simbólico. La primera de ellas, la cruz, el símbolo de la muerte de Jesús de Nazaret. El símbolo que da forma, que construye la tradición.
Con la invención de la imprenta por Gutenberg en 1440, durante la Baja Edad Media, se confeccionaron las llamadas iluminaciones, que ilustraron y crearon un imaginario de las escenas más emblemáticas, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento. Imágenes o estampas que se transformarán conforme avanzaban las sociedades en los distintos procesos históricos correspondientes, y los cánones humanistas de cada época. Representaciones iconográficas que incluían entornos, arquitecturas y vestidos en consonancia con los tiempos en que se ejecutaban, pero que no se correspondería con la época en la que sucedieron los hechos. El valor documental, histórico, desde nuestra visión y concepto o paradigma actual, se podría considerar desnaturalizado. Sin embargo, no deja de tener un importante e interesante significado desde un punto de vista o perspectiva religioso y cultural. Es la intencionalidad, la necesidad de ser o convertirse en objeto o instrumento para el incremento de la fe. Con la Contrarreforma y la celebración del Concilio de Trento (1545-1563), señala Álvaro Molina Martín en su libro, “Imágenes de la tradición clásica y cristiana”, comenzó el verdadero origen en la época moderna de los estudios de iconografía cristiana”. Era una manera de “controlar la concepción, creación y usos de las imágenes sagradas”.
En nuestra ciudad la primera cofradía de la que existe registro documental data de 1540. Es la que actualmente lleva por nombre: Venerable Hermandad del Santísimo Cristo de la Vera Cruz, Nuestra Señora del Mayor Dolor, San Juan Evangelista y Nuestra Señora de Guía. La cuarta más antigua de cuantas se han fundado en nuestra comunidad autónoma. Una primera talla del Cristo fue modelada en Nueva España –actual México– en el siglo XVII y vino cruzando el Atlántico a Chiclana, gracias al mecenazgo y devoción del cargador a Indias, Pedro López Pacheco, según dejó escrito en 1857 el marqués de Inguanzo (1828-1892) en su libro: “Apuntes históricos de la villa de Chiclana de la Frontera”, dedicado a SS. MM. los reyes de España, Isabel II y su esposo Francisco de Asís de Borbón.
Pero también la Semana Santa es una manifestación festiva. La fiesta por antonomasia de Andalucía que la distingue de otras regiones, e incluso se distingue en cada pueblo o ciudad andaluza. La Semana Santa es la Semana Mayor, la más representativa de todas las celebraciones; más que las ferias, que el carnaval o cualquier otra. También lo es en España. No en vano su celebración fue declarada, en 2017, Patrimonio Cultural Inmaterial, sin menoscabar el importantísimo patrimonio cultural material que suponen las innumerables tallas que conservan las hermandades. Unida a ella se halla una formación socio-económica y cultural de primer orden: el turismo, sector fundamental en Andalucía y por extensión en nuestra ciudad.
Bibliografía:
-Biedma, J. (2019): “Procesiones en Semana Santa”.
En https://anthropotopia.blogspot.com/…/procesiones-de…
-Inguanzo, Marqués de (1857): «Apuntes históricos de la villa de Chiclana de la Frontera”. Imprenta de Juan Moyano y compañía. Sevilla.
-Molina Martín, A. (2018): “La iconografía y el estudio del arte”. En “Imágenes de la tradición clásica y cristiana, una aproximación desde la iconografía”. Editorial Universitaria Ramón Areces. UNED.