En Navidad el Niño Jesús nace en Malanquilla y cada Semana Santa muere en la Cruz. Es el ciclo natural de la vida. Lo mismo que los campos se tiñen de tonos ocres y marrones hasta que con la primavera reverdecen y se pueblan de amapolas precursoras de un calor necesario para llegar a la cosecha. Y es que Malanquilla es el mundo en pequeñito; cada etapa, cada momento, tiene su reflejo y se vive con el mismo espíritu que en cualquier otro lugar, aunque eso sí, sin aglomeraciones ni artificios. Malanquilla es la esencia donde perdura lo verdaderamente auténtico frente al sensacionalismo, la algarabía y, en no pocas ocasiones, la sin razón. Hay algo más bello y natural que el Viacrucis del Viernes Santo, acompañando a la Virgen de la Soledad por el monte “Tejado”. Se busca muchas veces la mejor imagen de un cristo entre las callejas estrechas de nuestras ciudades, idealizamos la Semana Santa trayéndola a nuestros días, olvidando que cuando se produjeron los hechos que celebramos, Judea se parecía más a Malanquilla que a la Sevilla de hoy, por mencionar sólo una de las grandes ciudades penitentes. Por eso la bajada con la Virgen en andas entre las rocas, los caminos de tierra, entre los árboles y rodeados de un grupo de fieles representa a la perfección el viacrucis y el calvario de Jesús poco antes de expirar en la cruz.
Podía ir más engalanada y con más ricos ropajes la imagen y sus andas, podíamos incluir delante docenas de penitentes, catafalcos, velones y damas ataviadas con mantillas, probablemente ganaría en vistosidad, pero no sería Malanquilla la auténtica. Otra forma de disfrutar estos días donde lo esencial se preserva y permanece inalterable. #malanquillaenamora