ORÍGENES DEL TEATRO EN MURCIA
Ene 27 2008

POR ANTONIO PÉREZ CRESPO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA

teatro
Representación teatral en el siglo XVI.

Las primeras representaciones teatrales se celebraron en naves contiguas a las iglesias, en los claustros y cementerios, y en las propias iglesias; posteriormente, pasaron a las plazas en retablos improvisados al aire libre, e incluso se dieron en carros.

En el siglo XV los Misterios Sagrados completaron y enriquecieron estas representaciones teatrales, apareciendo más estructurados en los Autos Sacramentales. En Murcia se representó un drama litúrgico el día del Corpus, generalizándose en otras ciudades españolas. Durante el reinado de los Reyes Católicos compañías organizadas celebraron en Murcia representaciones teatrales, aunque no pueda hablarse de cómicos de oficio, ni de locales destinados expresamente a sus representaciones. Los situados en las calles de Platería, Trapería y Plaza del Mercado (Santo Domingo) fueron los más habituales.

El siglo XVI continuaron las representaciones teatrales en Murcia, sin forma organizada, ni en lugares específicos, conservándose diversas referencias en las actas del Concejo municipal sobre subvenciones destinadas a reparar los carros, retablos y pagar a los cómicos.

Los corrales de comedias, inicialmente de estructura sencilla, fueron evolucionando hasta convertirse en edificios destinados a la representación permanente de comedias.

Barceló Jiménez, citando El Diario de Murcia -domingo 24 diciembre 1899-, ofrece una visión más completa de estas casas de comedias. Se representaba en un patio al que se tenía acceso por dos puertas, previo pago en metálico de la entrada. Al fondo, se instalaba un tablado de una vara de alto, cubierto por un cobertor y una manta; en caso de compañías de mayor fuste se colocaba una cortina roja pendiente de una soga, para correrla y descorrerla hacia ambos lados. Tras la cortina, sin música, algunos cómicos cantaban para entretener a los espectadores.

El público se sentaba en sillas y bancos, puestos en fila, hasta cubrir la capacidad del local, dejando un espacio en el centro y en los laterales para los accesos. Si el patio pertenecía a un edificio con ventanas, éstas se adornaban y la habitación recibía el nombre de aposentos, que se alquilaban a quien podía pagar su importe.

Estos fueron los primeros palcos. El progreso y las inclemencias del tiempo aconsejaron la instalación de unas lonas para resguardarse del sol y de la lluvia.

El primer Corral de Comedias del que se tienen noticias en Murcia estuvo situado junto a la Muralla, en unos corrales inmediatos al zoco, donde los huertanos ataban a sus animales cuando los jueves iban al mercado de la ciudad para vender sus productos.

Este corral se clausuró cuando el obispo Belluga compró el solar donde se celebraba en la calle de Santa Teresa, esquina a San Nicolás, y en él se construyó la Casa de Maternidad y de Expósitos, que se conserva con su estructura inicial, necesitada de una mayor atención en su conservación. En esta institución existía un torno en el que se depositaban los niños recién nacidos al ser abandonados por sus padres. Recuerdo que sobre el torno aparecía la siguiente inscripción: «Como mis padres me abandonaron, la Caridad me recogió». En ocasiones, la madre, para facilitar la posible identificación de su hijo, antes de dejarle en el torno le cosía alguna inicial o le prendía una medalla en su ropa con su nombre, o una fecha, que se conservaba en el Hospicio.

Algunos relatos de estos hechos, publicados en seriales radiofónicos, ahora televisivos, tuvieron una especial resonancia. Cuando el Viernes Santo la procesión de los Salzillos llega al final de la calle de San Nicolás, los nazarenos, tanto cofrades como mayordomos, tienen la costumbre de entregar grandes cantidades de caramelos y otros regalos a los niños, que les esperan asomados a las ventanas.

Existió otro Corral de Comedias en la calle del Trinquete, entre Santa Catalina y el Convento de Madre de Dios, que aún existe con su nombre, en el que se organizaron representaciones de mayor importancia, actuando las compañías de
Claramonte, Salucio del Poyo y Antonio Granados.

El 14 de noviembre de 1614 se produjo un desgraciado accidente en este teatro cuando estaba totalmente lleno de público. Por exceso de peso se derrumbaron paredes y techos, muriendo numerosos espectadores. Según Fuentes y Ponte se organizaron sufragios con tal motivo en la parroquia de Santa Catalina, que han continuado celebrándose hasta fecha relativamente reciente. Se instruyó un proceso para investigar las posibles responsabilidades y en la sentencia se absolvió de responsabilidad penal a Ocaña del Pozo, cómico arrendatario del teatro, reduciendo el importe de la renta que pagaba durante cuatro años a 2.500 reales mensuales, ampliable si duraban más tiempo las obras de reparación.

Otro teatro, en la Murcia del 1608, estuvo instalado en el patio del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, aunque su actividad teatral estuvo limitada por la actividad normal de la institución benéfica. Sus condiciones para la representación teatral eran mínimas.

Aun cuando esta descripción corresponde a las representaciones teatrales del siglo XVI en ciudades como Murcia, Valencia, Madrid, Sevilla… personalmente asistí durante mi niñez en Valladolises a las actuaciones de Regaeras, que sumaba su habitual comicidad personal, con el número fuerte de la sesión a cargo de la señorita Fe, que se paseaba por el alambre, ayudándose con una sombrilla de colores. La señorita Fe, muy famosa por sus espectaculares piernas, al menos, para su más ferviente admirador, El Ambustias, un tratante de vacas de la huerta que hacía el mismo recorrido que la compañía.

En Valladolises, Regaeras instalaba su espectáculo en un solar frente a la escuela de niños y, con tablas, montaba una pequeña grada, frente al que sería su escenario. Los laterales se cubrían con bancos de la escuela, previa autorización del maestro. Las sillas las llevaban los vecinos, que en ningún caso dejaban de pagar la entrada, aunque mejoraban sentados el lugar para presenciar el espectáculo. La actuación de la señorita Fe cruzando sobre el alambre desde un extremo a otro del solar constituía la apoteosis final de la actuación.

Antes, Regaeras había cuidado la recaudación llevando un largo tubo metálico de hojalata, con un embudo en el extremo superior. Su fino oído, y el número de veces que intentaron engañarle agudizaron sus sentidos, detectando de inmediato a quien le echaba un perro chico o un perro gordo; difícilmente un real, u otra moneda superior que recibía con gran regocijo. Si a alguno de los asistentes se le ocurría echar por el embudo un trozo de metal o una piedra se exponía a recibir un golpe en la cabeza con el embudo. La llegada de Regaeras al pueblo era anunciada al son de una trompeta y de un tambor. La chiquillería de Valladolises éramos los encargados de acompañarle completando la cuadrilla.

Aunque esta representación se distancie varios siglos de las representaciones teatrales en los corrales de comedias, su estructura, características del espectáculo, formas de organizarse y la actuación de los cómicos al aire libre, puede darnos una idea aproximada de cómo sería en sus inicios el teatro popular.

Bibliografía: Barceló Jiménez, J. Historia del teatro en Murcia, 2ª ed. Academia Alfonso X el Sabio, Murcia, 1980; El Teatro Romea y otros teatros de Murcia. Academia Alfonso X el Sabio, Murcia, 1962. Flores Arroyuelo, F. J. De la aventura al teatro y la fiesta. Moros y cristianos. Ed. Nausicaä, Murcia, 2003.

DOCUMENTACIÓN: SOLEDAD BELMONTE

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