POR PEPE MONTESERÍN CORRALES, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS).
Con frecuencia, cuando publico algo en Facebook, los comentarios de mis lectores suelen aludir al asunto, que me interesa poco, y raramente aprecian el carácter formal de mi trabajo. El otro día, con la excusa de que cuido tortugas, traté el desarraigo y me salió uno con que si está prohibida la tenencia de galápagos, ¡hay que se joder!
Salvando las distancias, es como si, después de leer “Nanas de la cebolla”, le suelto a Miguel que la cebolla, si es cebolla Bermuda, no es escarcha ni es pobre; o como si le dijera a Diego que el caballo de la “Rendición de Breda” es culón. ¡Demonios!, no se trata de cebollas ni de caballos, e importa poco que la Lisa Gherardini fuera vecina de Leonardo o estuviera encinta; aquí lo capital es el entusiasmo, la alianza de las personas con las musas para revelar la belleza y sus misterios.
Insisto, más que si Alonso Quijano comía lentejas los viernes, interesa la poesía narrativa, humana y trascendental de Miguel, ejemplo de humanistas e iluminados. Cuando escribo acerca de montañas, ciudades, amistades, guerra o tortugas, trato de exponer, con el mayor oficio, la singular mirada de mi temperamento que pretende llevarle la contraria a la realidad o, al menos, mostrar su cara B.
Pues bien, alguien volverá a desanimarme advirtiéndome de que las legumbres son malas pa cenar. Y comprenderé, en efecto, que entre el arte y yo hay una distancia insalvable.