POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE A´REVALO (ÁVILA).
La villa de Arévalo, a principios del s. XVI, se resiente por la muerte de la reina Isabel.
San Ignacio vivió once años en Arévalo (Ávila)
La Compañía de Jesús y la cristiandad estamos celebrando un acontecimiento importante de la vida de San Ignacio de Loyola, el denominado “IgnatiuS00 años de la Conversión de Ignacio”, porque se conmemoran los momentos de la vida del santo en que toma el camino religioso, hace quinientos años, un episodio apasionante en la vida de esta figura universal.
Una conmemoración que se está celebrando entre dos años, desde el 20 de mayo de 2021, fecha de la herida sufrida en Pamplona, fecha en que se abrió el «Año Ignaciano» en el santuario de Loyola, hasta el 31 de julio de 2022, festividad de San Ignacio.
Y entre medias está Manresa y la conversión. Y también celebramos el 12 de marzo de 1622-2022, en que se celebró por el mundo católico el IV Centenario de la canonización de San Ignacio de Loyola, una celebración múltiple, porque aquel mismo día el Papa Gregorio XV canonizó en el mismo acto a otros cuatro venerables más que notables: Santa Teresa, San Isidro Labrador, San Francisco Javier y San Felipe Neri. Los italianos de aquella época decían con cierto toque de humor que «el Papa había canonizado a cuatro españoles y un santo…».
Por estos motivos, y como Cronista Oficial de Arévalo, tengo el deber de recordar aquellos acontecimientos y aquella figura tan extraordinaria que tiene una cierta conexión y complicidad con esta ciudad, ya que fue vecino de la entonces villa de Arévalo durante once años de su juventud. En este periodo fraguó en él una gran cultura cortesana y caballeresca, que precedió a la vida militar, iniciada a partir del fracaso de Arévalo, como luego veremos.
También es una gran satisfacción personal el profundizar en su vida, sobre todo en su época juvenil, años importantes en su formación, que son al mismo tiempo prácticamente desconocidos, o en todo caso conocidos superficialmente: los once años arevalenses. Hay que decir que tampoco se puso mucho de nuestra parte para que esa etapa de su vida fuera más conocida, o al menos un poco más, pienso yo. Siempre se vio como algo lejano, aunque diversos autores han escrito sobre ello.
Antecedentes y celebraciones ignacianas
Siempre he tenido la sensación amarga del escaso protagonismo que nuestra ciudad ha tenido en cuantos actos conmemoraron diversos acontecimientos de la vida de San Ignacio. Un recuerdo en el V Centenario de su Muerte, el año 1956, con una reliquia del santo que llegó peregrinando por lugares ignacianos, que fue venerada públicamente por los arevalenses, ocasión en la que se puso su nombre a una calle de la ciudad, en una lápida de mármol, calle en la que estuvo el Colegio de Santiago de la Compañía de Jesús. Lápida que desapareció con el derribo del Cine Cervantes.
Precisamente en esa calle he vivido desde los siete años hasta hace muy poco, por lo que ese nombre, desde la infancia, estaba grabado en mi mente y era muy cotidiano, porque me contaron aquellos acontecimientos, y despertaron en mí una gran curiosidad, lo que me influyó para leer y profundizar más en esa figura universal.
El año 1990 se preparó el V Centenario de su nacimiento (1491-1991), se celebraron algunos actos conmemorativos bajo el título genérico «Ignacio de Loyola: V Centenario (1491-1556)», un ciclo de conferencias celebrado en marzo, organizado por la UNED de Ávila, la Fundación Cultural Santa Teresa y el Ayuntamiento de Arévalo, «Arévalo Ciudad Ignaciana 1506-1517», con las ponencias: «La lengua en tiempos de Ignacio de Loyola», a cargo de María Jesús Mancho Duque, «Ignacio de Loyola en Arévalo», por Luis Fernández Martín, y «El arte de los jesuitas», por Alfonso Rodríguez de Ceballos. En aquellos actos estuvieron dos de los jesuitas historiadores que habían escrito por entonces una obra imprescindible sobre San Ignacio, «San Ignacio de Loyola en Castilla», y en ella reivindicaban la época de San Ignacio en Arévalo.
En esa ocasión yo estuve más cercano a esos actos, y en contacto con aquellos historiadores jesuitas. Con Rogelio García Mateo, mantuve numerosas conversaciones, y Luis Fernández Martín, nos dio una conferencia magistral. Precisamente no hace mucho Mª José, la directora de la Escuela de Adultos, que también participó activamente en aquellos actos, me ha hecho un precioso regalo, las cintas magnetofónicas de aquellas tres conferencias, que he escuchado con deleite después de tantos años.
En esa conmemoración Arévalo estuvo entre los lugares de peregrinación y jubileo, siendo el templo de San Juan Bautista, la iglesia sede jubilar, por estar actualmente en ella el retablo con la imagen del santo, imagen y retablo que proceden de la iglesia de Santiago, de la Compañía de Jesús. Enmarcado en esos mismos actos se celebró un concierto en la iglesia de San Miguel, a cargo del Cuarteto de Trompas de Praga Vieja.
También en 2006 la parroquia de Arévalo recordó los 500 años de la llegada de Íñigo López de Loyola a Arévalo, y en memoria de aquel acontecimiento, se celebró una Eucaristía en acción de gracias, en la que yo mismo leí un texto relativo a San Ignacio en Arévalo y lo que celebrábamos.
De aquellos acontecimientos, escribieron Julio Escobar y Eduardo Ruiz Ayúcar, entre otros, intentando divulgar aquellos años ignacianos.
Aun así, nunca fue valorada suficientemente esta época castellana de Íñigo, habiendo sido sin embargo una etapa decisiva en su formación cultural y cortesana, como hombre, circunstancia que indudablemente influyó de forma decisiva en las etapas posteriores de su vida. Aquí recibió la mejor educación entonces posible, en la propia corte, en las Casas Reales de Arévalo, esta ciudad que, sin rubor alguno y por muchos motivos, puede sentirse orgullosa de que este personaje fuera ciudadano de esta antigua villa, al menos tanto como otros lugares ignacianos.
El castillo, es el lugar más ignaciano de Arévalo
Un motivo de ese vacío del recuerdo, desgraciadamente irreversible, y achacable a la propia ciudad, es la desaparición de gran parte de los lugares ignacianos de nuestra ciudad. Algo parecido ocurrió con otras fechas significativas de la vida de Isabel la Católica, y con otros importantes acontecimientos históricos de Arévalo y de Castilla, porque un espacio y escenario fundamental de la población fueron las Casas Reales de los Trastámara de Castilla, que ya no existen, fueron derribadas en 1975 inconsciente y alevosamente, y con ello desapareció el escenario propio de muchos de los hechos más importantes de nuestra historia.
Como lugar ignaciano nos queda el castillo, del que en aquellos años era alcaide Juan Velázquez de Cuéllar, su protector. Precisamente durante los años de la estancia de Íñigo en Arévalo fue profundamente remodelado al estilo artillero, el joven asistió a las obras de transformación de un castillo medieval en una fortaleza artillera. Entonces tomaría el aspecto que ahora tiene. Íñigo con su mentor Juan Velázquez, lo visitaría muy a menudo durante las obras que el contador dirigió personalmente, por delegación de la corona y como alcaide que era de la fortaleza. Recientemente este histórico edificio ha sido restaurado de nuevo y devuelto en parte a su esplendor. En él nuestro joven recibiría instrucción caballeresca, física y de armas, como entonces era habitual en ese estado social.
También tenemos su importante recuerdo en lo que queda de los edificios que fueron Colegio de Santiago de la Compañía de Jesús, que se fundó en memoria de su paso por esta villa. Edificios que ahora precisamente están incluidos en el proyecto «Collegium.art», centro de Arte Contemporáneo de la Fundación Adrastus Lumbreras.
Una ardua investigación
Para reconstruir el momento había tantas dificultades, silencios añadidos, frases fútiles y vacías de aquella época de la vida del santo en la villa de Arévalo, y tantos tópicos… Que era al mismo tiempo un enigma por descubrir que tenía un especial atractivo.
Era un reto el profundizar en esa investigación. En otro capítulo veremos las fuentes bibliográficas ignacianas, un verdadero juego de bolillos para ir uniendo tantos pequeños detalles, tantos hilos sueltos desperdigados por libros y crónicas, había que seguir el rastro de la sociedad de aquel momento en esta villa, su ambiente social, económico y político, las casas reales y el entorno de Juan Velázquez de Cuéllar, el personaje más importante del momento, su mentor y tutor, y con ello poder reconstruir un relato verosímil y más ajustado a lo que debió de ser la vida de aquel joven guipuzcoano en la villa de Arévalo.
En los años 2021-22 se está celebrando el año de la conversión de San Ignacio de Loyola, que le llegó durante su convalecencia de las heridas de Pamplona, en su casa-torre de Loyola en Azpeitia, que se materializa después en su vida de ermitaño y peregrino en Manresa, 1522, el inicio de su peregrinación a Tierra Santa, según una petición presentada el 3 de marzo de 1523 al Papa Adriano VI, unos momentos que marcan un antes y un después en su vida.
Pero esa es ya la vida del personaje religioso universal, de San Ignacio de Loyola. Yo ahora y aquí quiero recordar los episodios de la vida en Arévalo de Íñigo López de Loyola, que fueron como una preparación para llegar a aquellas nuevas metas de su vida, unos hechos históricos que se produjeron en esta entonces villa y las diversas circunstancias que propiciaron su venida a este rincón de Castilla. Todo esto se irá desgranando en sucesivas entregas.
El Arévalo del siglo XVI
Comencemos esta historia dando un repaso a lo que era la villa en los albores del s. XVI, una significada población castellana, una villa de realengo que por entonces vivía los mejores momentos de su historia, como población, social y económicamente. Pero también por el prestigio y protagonismo adquirido en innumerables hechos históricos, alguno de ellos en primera línea, que transformaron aquella Castilla, de un importante reino medieval a un estado moderno, la Castilla universal con su poder y potencial político, económico y religioso, en el contexto europeo de aquel momento. Al finalizar esta historia que iniciamos a contar hoy, se iniciará el declive histórico, político económico y social de la villa de Arévalo, del cual ya nunca se rehízo.
Cuando en 1492 fueron expulsados los judíos de su importante aljama, destacada entre los judíos castellanos, una minoría muy significativa, de unos 130 vecinos que equivalen a unos 500 habitantes, con ello comenzaría su declive. Y no tanto por el número de aquellos habitantes judíos, que también, sino principalmente por su significación social y económica.
La villa de Arévalo perdió una porción importante de su población, con todo lo que aquello representó para su vida industriosa de aquellos momentos. Por entonces, entre otros, era muy reconocida la familia de los Ximén, plateros de profesión, con Yuste Ximém a la cabeza, que es quizás su primer miembro conocido como platero, que a finales del s. XV fue el primer representante del Arrabal en el Concejo de la Villa, el primero en representar al estado llano. Aquel apellido perduraría y se transformó posteriormente en Jiménez, y que se les puede seguir el rastro como plateros, al menos hasta el s, XVIII, como aparecen en la documentación de las parroquias arevalenses que les encargan objetos litúrgicos para las iglesias.
Y otra sangría notable de la población, la que se encaminó hacia América, la gran aventura del momento, ya que numerosos arevalenses embarcan al nuevo mundo y ocasionará que la población también se resienta sensiblemente.
También la fijación de la corte y capitalidad del reino propició que algunos nobles locales siguieran sus pasos, nobles siempre dispuestos a merodear y medrar en la corte, allá donde estuviera.
La villa y el reino se visten de luto
En los albores del s. XVI, en octubre del año 1504, un acontecimiento sacudió a la sociedad local y comarcal, como a la de todo el reino, y quizás aún más que a otros muchos reinos de occidente, y América, el Nuevo Mundo que ella propicio.
En la vecina villa de Medina del Campo acababa de morir la gran reina Isabel I de Castilla, la Católica, pocos días después de redactar su testamento y codicilo, ejemplares documentos que son como el anticipo de la legislación humanista, un verdadero modelo de los derechos humanos, en favor de “sus indios”, sus súbditos, como luego sería favorablemente valorado y ratificado por los teólogos de la Escuela de Salamanca y otros. Unos documentos que resumen perfectamente el carácter humanista cristiano de aquel reinado.
El pueblo arevalense, fiel seguidor de su reina quedó consternado por su muerte, porque la gente de «la mi Villa de Arévalo», la quería como su gran reina, la que fue tan amada por su pueblo, porque miraba mucho por él.
La villa aún no se había rehecho de tan profunda tristeza cuando se disponía a acomodarse a los nuevos destinos de Castilla. Incluso conocemos con bastantes detalles las obras previstas que poco después se realizarían tanto en las Casas Reales de la Plaza del Real, en la villa intramuros, como en la fortaleza, pensando que, como anteriormente, este sería un lugar significativo para el acomodo de la Reina Juana, la nueva reina de Castilla.
Al cargo de aquellas Casas Reales o palacio de los Trastámara estaba un personaje muy cercano a la corona castellana, Juan Velázquez de Cuéllar, que también recibió como alcaide la fortaleza arevalense, y la tenencia de las villas de Madrigal de las Altas torres y Olmedo con su tierra en encomienda. Un hombre poderoso que fue confirmado por la reina Juana en todos sus cargos de confianza, entre ellos el de Contador Mayor, para el que había sido nombrado en 1495. Con su esposa María de Velasco, una mujer de la alta nobleza castellana, son algunos de los grandes protagonistas en nuestra historia.
Pero, todos estos momentos de la historia son para los siguientes capítulos de este relato, diversos aspectos de esta historia que veremos en sucesivas entregas.
FUENTE: R.G.S. Diario de Ávila. 14 de junio de 2022