ÍÑIGO RECIBIÓ LA MEJOR EDUCACIÓN, UNA FORMACIÓN CORTESANA, CULTURAL Y CABALLERESCA.
Jul 02 2022

POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)

LA VIDA AREVALENSE DE ÍÑIGO, TAMBIÉN FUE NOVELADA POR JOSÉ LUIS URRUTIA Y LUIS DEL VAL.

Hemos visto en capítulos anteriores unas fuentes históricas y biográficas que nos sitúan al joven Íñigo en la villa de Arévalo, pero en la mayoría se profundiza bien poco en lo que debieron ser aquellos años, tan casquivanos y licenciosos para algunos y tan importantes en su formación para otros. Una vida también novelada Además de notas bibliográficas, también encontramos algunas historias noveladas, generalmente respetuosas y algunas de ellas que ambientan bastante bien lo que pudieron ser aquellos años arevalenses. Tenemos «Ignacio. Los años de la espada» del escritor bilbaíno José Luis Urrutia, que comprende sus años de vida caballeresca y cortesana, con una buena ambientación de su vida de la villa de Arévalo en aquellos momentos. «Afán de gloria» del aragonés Luis del Val, su vida como militar, primero en contra de Carlos V y luego a su favor. Ambos libros fueron presentados por sus autores en la ciudad, y a su vez ambos autores fueron presentados por el Cronista que escribe estas líneas.

También «El caballero de las dos banderas» de Pedro Miguel Lamet, donde recrea las aventuras del gentilhombre con acento en lo militar y lo amoroso. Entre otras obras.Algunos autores han repetido en algunas frases, como manifiestan con frivolidad algunas hagiografías, que el tiempo de Arévalo lo dedicó a cazar, a ejercitar las armas en torneos y justas, y a otros deleites menos confesables. Es Lainez el que nos muestra la imagen más ruda de esos momentos cuando nos describe que «…Iñigo era entregado a las mujeres, a los juegos de azar y a las armas… luego matiza diciendo que también fue aficionado a la fe…».

Aunque efectivamente, dentro de esa educación cortesana se incluían los ejercicios de equitación y el manejo de las armas entre otros ejercicios físicos, pero también aquella educación cultural y contable privilegiada, que fue mucho más amplia que todo eso, fue posiblemente la mejor que entonces era posible. Una educación cortesana Pero, fuera de vidas noveladas y de algunas hagiografías varias, lo que nos interesa en estos relatos es conocer cómo debió de ser su vida y su educación en esta antigua villa castellana de Arévalo.Pensemos pues en el lugar y el ambiente en que esta educación se produce, junto a infantes de la Casa Real, los propios hijos del Contador Mayor, los de otros nobles de la corte y la villa, y otros pupilos, entre los que estaba el amigo inseparable de Íñigo, Alonso de Montalvo, un noble de uno de los linajes arevalenses. Durante los once años de estancia en las Casas Reales de Arévalo, el rey se hospedó siete veces en ella, en ocasiones por espacio de una semana. Entonces también actuó como paje junto a sus otros compañeros, aunque él no figuraba en la lista de pajes digamos «oficiales» y por tanto sin sueldo. Normalmente en Arévalo, pero otras veces en Valladolid, Sevilla, Segovia, Córdoba, Medina del Campo o Burgos, allá donde las ocupaciones de la corte demandaban la presencia de Velázquez de Cuéllar, una corte que entonces aún era itinerante. Era todo un privilegio que fue muy bien aprovechado por nuestro joven guipuzcoano, como demuestran algunos indicios y muchas situaciones de su propia vida. Cuando fue militar en Pamplona, en su época de la conversión, o con ocasión de la fundación de la Compañía de Jesús, su organización y rápida expansión. Y como él mismo recordó en su autobiografía, con cariño, respeto y reconocimiento, aquel tiempo en que «servía en la Corte del Rey Católico».Un retrato que bien pudiera encajar en esos momentos de su vida nos lo da Rosendo Roig en su libro Íñigo de Loyola, «…mozo lozano y polido y muy amigo de galas y de traerse bien… carácter duro, la sangre a punto de estalle, los ojos profundos y observadores, las manos finas, la palabra corta».O como dirá Rivadeneira, en el año 1522, algo después de su marcha de Arévalo, «… de complexión robusta, de estatura menos que mediana… tenía el rostro alegre y ligeramente redondo a causa del corto mentón y del ligero abultamiento de los pómulos la nariz larga y algo combada… la tez sonrosada y fresca, que le hacía parecer más joven de lo que realmente era… y la cabellera larga y bien cuidada, el cabello rubio y muy hermoso…». Las escuelas de palacioAquí vivió y recibió una esmerada educación cortesana, -una educación integral, como ahora diríamos-, amplia y exquisita, propia de la corte castellana, de la corte de Arévalo, discreta y sencilla, casi espartana, pero tantas veces lugar tranquilo para la educación de príncipes e infantes, por preceptores, los más destacados del humanismo cristiano, en una corte en transición entre el mundo medieval y el renacentista. Recordemos también la costumbre entonces de educar en palacio a los hijos de los nobles para el servicio, modales y usos cortesanos. Coincidió aquí en las mismas Casas RealeS con el pequeño infante Fernando, el hermano de Carlos, que nació en Alcalá de Henares y recibió educación castellana, y que no se separó de su abuelo Fernando, era su nieto favorito, como le encargara Isabel en su lecho de muerte, que había dispuesto toda una Casa Real para su nieto, en la que servía Agustín, uno de los hijos de Juan Velázquez, que después le acompañó a Austria cuando fue Emperador de Alemania y del Sacro Romano Imperio.

En aquellas Casas Reales arevalenses funcionaron las «Escuelas de Palacio», que la reina Isabel recreó al estilo de las que fundara Carlomagno. Como recoge Javierre, «la reina puso en pie una institución curiosísima: «Las Escuelas de Palacio», destinadas a la formación literaria, humana, cultural, social y religiosa de los adolescentes de ambos sexos, hijos e hijas de la nobleza castellana…». El futuro Cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, también creció en esta Corte al ser uno de los «mozos de cámara» del Príncipe Don Juan. Aquellas «Escuelas de Palacio» las dirigió en ese tiempo el propio Juan Velázquez de Cuéllar. Una recreación muy valorada en aquella corte que estaba en tránsito del mundo medieval al renacentista y humanista, y que dieron gran resultado.Una completa enseñanza cortesanaEl Contador, hombre de costumbres sobrias y recias, atendió de cerca a toda esa gente de la Casa Real en edad de educación, a sus hijos y los otros nobles y pupilos, entre ellos Íñigo, que aprovecharon el tiempo de estudios.Por aquí pasó el conocido humanista Pedro Mártir de Anglería, experto en lenguas clásicas, poética y caligrafía, que en 1502 había sido nombrado «maestro de los caballeros de mi corte en las artes liberales» y en 1508 seguía estando en el cargo. De la música y el canto se ocupaba el célebre músico Juan de Anchieta, también guipuzcoano y pariente de Íñigo, al que conocía de Loyola. Como buen cortesano, fue gran aficionado a la música, incluso tañía algún instrumento, y dicen que fue mejor danzante que ejecutó en esos salones de palacio al uso de la época. Eran instruidos en comportamientos y modales cortesanos: decoro, dignidad, distinción, discreción, modestia. En la lectura y escritura. Conocemos que en esto Iñigo no fue menos aventajado, era poeta incipiente y no le faltaron valores líricos, compuso versos, uno de ellos dedicado a San Pedro, del que fue muy devoto durante toda su vida. Su letra era muy buena, y en la escribanía del Contador Mayor la perfeccionó hasta llegar a ser «muy buen escribano», como el mismo San Ignacio dijo, en «Scripta I». Y como recordó Luis Fernández, mencionando aquellos libros y asientos contables que él vio investigando en el Archivo de Simancas, algunos de ellos con la letra de Íñigo. Y buen cristiano, como toda aquella familia que ya era la suya.La biblioteca de las Casas Reales Parece que la mayor afición de Íñigo a la lectura se encaminaba a los libros de caballería, que entonces aún estaban muy de moda, pero no fue el único tema. Tuvo a su alcance una buena biblioteca, entonces suntuosa y poco corriente, la de la Casa Real, o parte de ella, compuesta de unos 400 títulos, un número realmente extraordinario para la época, la mayoría de ellos manuscritos, pero también algunos de los primeros incunables.

No tanto importa el número, sino su temática que, además de los temas religiosos, revela el avanzado pensamiento renacentista y humanista que ya impregnaba esa corte, una preocupación constante de Isabel por la formación en la Casa Real.Debemos recordar que en la almoneda de los bienes de la reina Isabel, tras su muerte, muchos objetos fueron recuperados para las casas reales, como la propia biblioteca. Conocemos los títulos de la relación de los libros que compró María de Velasco en la almoneda de la Reina Isabel.Sería muy largo recoger tantos libros. Algunos títulos nos los proporciona Iturrioz, los de tema religioso. No nos consta que Velázquez de Cuéllar tuviera biblioteca, y sí nos consta que estos títulos estaban en la de la Reina, algunos heredados de su padre el rey Juan II, y tenemos que deducir que fueron comprados por indicación del rey Fernando para reincorporarlos a la biblioteca de las Casas Reales de Arévalo, como lo hizo con otros efectos personales. Y por tanto estuvieron al alcance de Iñigo: «un lote de libros de oraciones… una Vida de Christo del fraticelo Ubertino de Casale (impreso en Venecia en 1485)». Un cuaderno de papel «El libro primero que declara el nacimiento de Nuestro Señor». Pudiera ser el de la Vida del Cartujano, traducida por Montesinos. Hay otro de la Pasión…

Algunas vidas de santos: San Francisco, la Magdalena… dos libros sobre la Biblia. Varios de Santos Padres y Doctores de la Iglesia. También está el «De Ymitatione Christi». «Un cuaderno scripto de mano, en papel, que trata de la Tierra Santa». Otros de molde, «Reforma de las fuerzas del ánimo», «Del regimiento de la conciencia»”. La Reina conservaba también los libros y cuadernos del príncipe Don Juan, que pudieron ser utilizados por el Loyola para perfeccionamiento de sus estudios literarios y gramaticales. Aparece también «un libro de molde, que es Del Pelegrino de la vida humana». Es traducción del «Pélerinage de la vie humaine» de Guillaume impreso en Tolosa de Francia en 1490. Si Iñigo leyó este libro, dejó huella en él, una huella que se hizo muy visible, como puente entre los libros mundanos y el «Flor Sanctorum» de Jacobo de Vorágine. Javierre nos indica, citando a Sánchez Catón, que existen cuatro inventarios de esta biblioteca y nos da detalle minucioso de ella en la época del príncipe Don Juan, poco antes de la llegada de Iñigo, a la que se sumarían algunos títulos de más reciente publicación. Destacan entre otros: «…Aristóteles, traducido al latín por Leonardo de Arecio; clásicos como Tito Livio, Séneca, Virgilio, Cicerón; los vocabularios latinos de Alonso Palencia y Antonio Nebrija, amén de varias retóricas y poéticas latinas; en castellano», encontramos los escritores y poetas más representativos de cada siglo: el Rey Sabio, el canciller Ayala, los dos Arciprestes de Hita y de Talavera, Juan de Mena, Pérez de Guzmán, los «Consejos» del Conde Lucanor y las «Coplas» de Alonso Álvarez de Villasandino, Alonso de Baena, don Álvaro de Luna, etc. «Regimiento de Príncipes» y «Regimiento trobado» de Juan Rodríguez de Villalobos, «Información de Reyes y Príncipes» y «Doctrinal de Caballeros». Las obras del Petrarca, la «Caída de los Príncipes» de Juan Bocaccio y algunos escritos de Leonardo Bruno son los únicos autores en lengua italiana de su biblioteca; en lengua francesa, en cambio, se limita a unos cuantos cancioneros.La sección de historia, bien nutrida, con la «General Storia» y otras menores; moral, derecho, pedagogía, medicina, astrología, cetrería, libros de caballería. Repasando los inventarios, queda uno atónito, dirá Javierre. Y por supuesto, las «Cantigas». Y un dato curioso, las cuentas revelan que a veces cuesta más la encuadernación y los adornos que el propio libro. Tenemos algunos documentos en los que aparece Juan Velázquez firmando recibos de libros y encuadernaciones, lo que nos insiste en su cercanía en estas tareas, que al fin y al cabo eran propias de sus oficios en la corte. Múltiples ejemplares de las Sagradas Escrituras… entre los de ascética y vida espiritual, «Alabanzas de la Cruz», de Rábano Mauro; el «Kempis», la «Vita Chisti» del cartujano Landulfo de Sajonia; las «Meditaciones» de san Buenaventura; el «Liber Proverbiorum» de Raimundo Lulio… Varios «Sanctorum»… vidas de santa Paula, san Isidoro, «Traslación e Milagros de Santiago», «Regla de la Orden de Santiago», «Regla de San Francisco», «Oficios de Santiago»… libros de «Horas Canónicas», breviarios… entre ellos el famoso «Breviario» de la reina Isabel, y el «Misal» llamado escurialense. Los inventarios también nos indican que en 1485 el aprovisionamiento de las Escuelas Palatinas ya sería concienzudo. El Doncel de Arévalo en el castilloDebemos recordar que el castillo arevalense por aquellos años se encontraba totalmente en obras de remodelación, como ya hemos indicado, obras que duraron numerosas campañas, 1504-1517, dirigidas por Velázquez de Cuéllar y que le dieron su aspecto actual, un plan de reconstrucción iniciado en vida de Isabel, y por tanto, podríamos denominarle con toda propiedad como Castillo de los Reyes Católicos, aunque lo iniciara el efímero Duque de Arévalo mediado el s. XV.

Era el recinto militar que sirvió de escenario para los ejercicios de armas y equitación de aquellos jóvenes tutelados por Velázquez de Cuéllar. Ante aquel castillo en remodelación, en la esplanada también, junto a los otros jóvenes de la corte, realizaría ejercicios de armas como correspondía a una formación caballeresca. Dicen que Íñigo era de carácter peleón y competitivo en las justas y torneos, equitación y manejo de las armas, largas y cortas, que todas entonces formaban parte de esa educación cortesana. Cuentan que, en una ocasión, ejercitándose con el estafermo ante el castillo, ese muñeco giratorio con escudo y una bola de hierro o saco terrero al extremo, junto a los otros jóvenes, Montalvo entre ellos, felicitaron la rapidez del guipuzcoano que era capaz de burlar aquel engaño con gran agilidad y rapidez, escena observada por Juan Velázquez que se congratuló de los progresos de su pupilo.Como era también habitual en aquel grupo de jóvenes, fue cazador incansable a caballo y con ballesta por estos campos y pinares de Castilla, de las especies cinegéticas propias de la meseta. Todas esas disciplinas eran potestativas de la educación caballeresca habitual de la corte y del estado social de la nobleza.Una época de aprendizaje en la que algunos autores le citarán como «El Doncel de Arévalo», lo que también denotaría que poco a poco se estaba convirtiendo en caballero y en una especie de secretario personal y hombre de confianza del Contador Mayor. Estaba consolidando el espíritu y motivo de su venida a Arévalo, hacerse un buen burócrata y colocarse en la corte castellana.Nos dicen que ese joven galán era «muy cuidadoso con su aspecto personal, ansioso de gustar a las mujeres, audaz en asuntos de galanteo…». Como también nos dice Gómez de Caso en su artículo «Ignacio de Loyola en Arévalo», que le describe de esta manera: «Melena rubia y ondulada. Traje acuchillado de dos vistosos colores, capa abierta, calzas y botas ajustadas, espada y daga al cinto, y sobre la erguida cabeza de rubia cabellera, cuyos bucles caían hasta los hombros inclusive, gorra escarlata de pluma ondulante, divisa del partido oñacino».

Fueron años intensos, sin sosiego y muy productivos. Íñigo sin duda recibió en nuestra ciudad la mejor educación entonces posible. Posteriormente fue a las universidades de Alcalá de Henares, Salamanca y finalmente a París, a formarse en otras disciplinas necesarias para la carrera religiosa. Fue como un arevalense más por su natural carácter, que disfrutó de la mejor vida cortesana, que vivió activamente los acontecimientos de la entonces villa, según su condición social, y además lo más importante, se formó como hombre. Pero esto será para el próximo capítulo.

FUENTE: RICARDO GUERRA SANCHO. EL DIARIO DE ÁVILA

 

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