POR MARÍA TERESA MURCIA CANO, CRONISTA OFICIAL DE FRAILES (JAÉN).
En 2008 la Junta de Andalucía publicaba una colección de libros en la que se recogían textos de viajeros de otros tiempos a nuestra Andalucía. La autora era María Antonia López-Burgos del Barrio, que también tiene la autoría de las ilustraciones. El tomo de Jaén es es número 3 y su título Plateado Jaén. Relatos de viajeros de habla inglesa siglos XIX y XX. En éste volumen encontramos la referencia a Ventas del Carrizal que recogemos en esta entrada, escrita por Blake. Os dejamos el escrito y el dibujo de Castillo de Locubín. Pero antes unas breves notas de la biografía del viejero inglés.
El mayor Wilfred Theodore Blake fue un pionero aviador, escritor de viajes y viajero. Sirvió con la Infantería ligera de Oxfordshire y Buckinghamshire. Fue Blake quien dirigió el primer intento de volar alrededor del mundo en 1922. En 1921 comenzó la relación del mayor Blake con España cuando viajó desde Málaga a Melilla y permaneció cierto tiempo con el ejército español, entonces en guerra con algunas tribus del Riff en Marruecos. Años más tarde, cuando España colaboró con el Patronato Nacional de Turismo con el que colaboró activamente para hacer llegar la propaganda española hasta el último rincón de las Islas Británicas.
El Mayor Blake y su esposa, viajaron en coche por toda España, experiencia que dió lugar a la obra de la que hemos extraido una brevísima referencia al trayecto entre Granada y Córdoba.
DE GRANADA A CÓRDOBA ENTRE OLIVARES
Nuestra ruta hacia Córdoba sigue por las montañas y, al salir de Granada, tuvimos dudas acerca de qué carretera tomar …
Miles y miles de olivares cibrían las laderas de los montes, extendiendose hacia la cima de una cadena, hacia lo más profundo del valle, y otra vez hacia lo más alto del siguiente monte, hasta que desaparecían formando una especie de neblina de una tonalidad verdosa. Seguía lloviendo de modo que sin detenernos pasamos por Alcalá la Real con su castillo y su iglesia en lo alto de un montículo, como era lo usual.
Poco después en un valle que se abría a nuestra derecha vimos un pueblo de lo más sorprendente, en el que el color predominante era el azul con los más diversos tonos. Éste sobresalía entre las tonalidades ocres de la tierra y las montañas y las verdes de los olivos contrastando sus tejados marrones con los muros azules y blanqueados. Está enclavado en todo lo alto de un pequeño cerro en lo más profundo de un frondoso valle, con vistas a Sierra Nevada por todos lados. No estaba en nuestro camino y no nos apartamos de nuestra ruta para visitar el Castillo de Locubir [sic. Por Castillo de Locubín] pero es, espero, un placer que queda aplazado.
Unas cuantas millas más adelante llegamos a una aldea diminuta, Ventas de Carreta [sic. Por Venta del Carrizal], media docena de casas con una fuente y un bar. Allí como era de esperar, había aproximadamente media docena de haraganes merodeando, y cuando yo entré en la posada para comprar nuestra ración de vino, todos entraron conmigo en tropel en el más profundo silencio y sin dejar de mirarme con sumo interés, mientras que yo en el mejor español que pude pedí un litro de “vino del lugar”. Yo oí a alguien decirle al posadero entre dientes que no fuera a cobrarme demás y yo pagué los 10 d. que solía costar nuestra bebida. Mientras que me estaba llenando la botella vi a cuatro hombres que estaban jugando a las cartas con la baraja más peculiar que yo haya visto en toda mi vida. En lugar de tréboles, diamantes, corazones y picas, las cartas tenían todo tipo de vegetales. No tengo la menor duda de que ví a un hombre aparentemente ganando una baza con el seis de rábanos y con el cinco de puerros. Durante todo el tiempo que estuve allí dentro casi no se dijo una sola palabra€ y no ví la más mínima expresión en los rostros de los hombres que habían entrado conmigo. Cuando iba saliendo se volvieron y salieron poniéndose a mí lado una vez más, como si yo fuese un prisionero que estuviera siendo escoltado al furgón de la policía. Con ellos salieron los jugadores de cartas y el posadero. Pero antes de que nos marchásemos sus caras se relajaron, todos comenzaron a sonreir. Nos decían adiós con las manos mientras gritaban “¡Adiós, buen viaje!” y sonrriéndoles y diciéndoles adiós con las manos salimos dejando el pueblecillo detrás de nosotros.
Aquí nos parecía que estuviésemos lejos de toda civilización aunque estábamos en la carretera principal. Eran muy pocos los coches que estropeaban la tranquilidad de la escena. De vez en cuando íbamos viendo muchachos cuidando rebaños de cabras y aquí y allá un ciclista pedaleaba jadeante subiendo las cuestas. En un lugar dos partoscillos estaban cuidando un rebaño de seis cabras. Un cabritillo juguetón se metió corriendo en la carretera y se puso como si estuviese preparado para darle un topetazo a nuestro coche que se estaba acercando. El pastorcillo literalmente se lanzó a por él agarrándolo por debajo y cuando pasamos allí había una especie de revoltijo de cabra y niño luchando en la cuneta. Al salir de una curva apareció un ciclista delante de nosotros, demasiado cerca para que yo pudiese hacerle las usuales señales de advertencia. El viento saplaba y probablemente él no oyó cuando nos aproximamos, pero cuando toqué la bocina, él saltó tan alto que pude ver la luz del día entre él y el sillín. Entonces él perdió completamente el control de su bicicleta, fue bamboleándose de un lado a otro y finalmente salió disparado saltando por encima del borde de la carretera cayendo poruna empinada vereda hacia el fondo de un barranco a unos veinte o treinta pies por debajo. Nos detivimos en seco para comprobar si estaba herido pero él se encontraba sentado con la cabeza y el cuerpo metido en el cuadro de la bicicleta riendo a carcajadas no sabemos si era porque estaba lleno de de gratitud por haber escapado o si se reía de su propia estupidez. De cualquier manera daba la impresión de que había poco que nosotros pudiésemos hacer, así que le digimos adiós con la mano y continuamos camino.
En ciertos aspectos esta fue una mañana bastante aciaga ya que una vez más al salir de una curva vimos a dos muchachos que llevaban enormes haces de ramas en la cabeza. Probablemente ellos no nos vieron ya que iban con las cabezas bajas y cuando yo toqué la bocina corrieron como locos hacia uno de los lados de la carretera, uno de ellos tiró su haz de leña y se cayó encima del susto que se llevó. Esto ciertamente le atañe al automovilista que está haciendo turismo, conducir en España con cuidado y con buena educación. Con todo y con eso uno no puede evitar pequeños incidentes desagradable como este.