POR BIZÉN D´O RÍO MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE LA HOYA DE HUESCA.
A excepción de las peregrinaciones impuestas en los siglos XII y XIII, por los clérigos y el poder civil, a título de penitencia sacramental por una falta grave, la peregrinación no es para la Iglesia una práctica obligatoria. Ahora bien, esta forma de devoción no es solamente el contexto ritual necesario para salir curado de todas las enfermedades somáticas y psíquicas, que aparecen en múltiples formas de infortunio, pero está instituida por todos los creyentes en verdadero imperativo, porque con ella se reafirma la necesidad de efectuar por lo menos una vez en la vida, una peregrinación a los lugares determinados. Tanto si son estos unas veces impuestos como en la Edad Media a toda la Europa cristiana: Santiago de Compostela, a los dos montes de San Miguel, en Normandía y de Gargan en Francia, Monserrat en Cataluña, San Juan de la Peña, El Pueyo, o el Pilar en Aragón, Monasterio de Leire en Navarra, San Andrés de Teixidó en Galicia……En todos los casos en los que se respeta la obligada costumbre, es creencia popular que con ello no deberán someterse después de la muerte directamente a la condena eterna. Lo que está en juego es pues un purgatorio para tener un buen destino póstumo, pero esto crea una jerarquía entre todos los lugares sagrados que a su vez es alternativa que opone, como algo obligado a prueba a unos y otros, dando origen a la diversidad de gestos observables en toda la peregrinación.
Cierto es que la etnografía actualmente estudia con minuciosidad las devociones locales y pone de relieve y en relación los recintos medievales de peregrinación o romería con los guías turísticos, así como estudia las motivaciones y accesos seguidos por los peregrinos en su trayectoria para alcanzarlos, lo cual demuestra o constituye una auténtica certificación de la mortificación que era necesaria para poder rendir etapa en ese santuario.
Las prácticas rituales de la peregrinación constituyen en toda la Europa católica los relatos escatológicos y los discursos más complejos y elaborados sobre los que se volverá la postura creyente. Pero la dimensión colectiva del rito no es suficiente para proteger a los peregrinos de los peligros que les amenazan y queda patente con la solicitud de una “gracia”, que se verá posteriormente representada con la materialización del “voto”. Es frecuente desde Ribagorza a Galicia, incluso en el norte de Portugal la manifestación del “cirio-bordón-medida”, esto se traduce en una “vela votiva”, cirio o candela de cera de pequeño diámetro con la misma longitud que el bordón del peregrino, el cual rollado en espiral arderá en el templo en agradecimiento hasta su consumición. Igualmente, se recogen en estos santuarios una serie de objetos “votivos” que representan la naturaleza de la enfermedad o accidente, representando en miniatura las diferentes partes del cuerpo humano en madera tallada o modelada en cera, recibiendo estos “exvotos” el nombre de “presentallas” y que en numerosas ocasiones fueron cosas sencillas que el peregrino llevaba, cortando simplemente una trozo de la ropa que se colgaba anudado con una cuerda, una medalla de significado especial para él, un cordón recibido en otro santuario, etc., “exvotos” que por su sencillez y falta de estética en muchas ocasiones, fueron desechados por los santeros o miembros de la cofradía encargada del santuario. Otro tipo de “presentalla”, lleno de sencillez, era el ofrecido por el peregrino como la longitud total de su cuerpo, cortando una cuerda con su medida y ofreciéndola plegada; resulta curioso como por cornisas y molduras, es decir los salientes de las paredes se encontraron numerosos ejemplares que fueron denominaron como “atadijos” y que no eran mas que las “midas”, medidas dejadas por los peregrinos.
FUENTE: CRONISTA