POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Agosto es partitura de retorno a los tiempos que se fueron. Es regreso a los territorios de un inmenso recreo que inundaba acequias, sifones, albercas y la playa del río. Agosto es partitura de llegada a miradas llamativas y descaradas de muchachas adolescentes. Agosto es proyección de luz sobre la libertad de los cielos de las noches en las pantallas de los cines de verano. Agosto es regreso a jugar en la calle, en el lejío, escuchando, obedeciendo y poniendo en práctica lo que dictaba y decía, bajo secreto, la “piedra zumbona”. Agosto es remolino trenzando rizos sobre los rastrojos. Agosto trae mañanas en las que brilla un sol luminoso, mientras un gato duerme en el patio al amparo del verde frescor de las macetas de helecho.
Agosto trae en sus paseos por los rincones oscuros de las callejas de la noche sonido a cadena, miedo, pánico y susto en el cuerpo por la sombra blanca que produce la silueta de una pantaruja. En agosto transita el rito de una sandía hueca con ojos tenebrosos y boca feroz, donde en su interior una vela la iluminaba y le daba aspecto fantasmagórico. La redonda sandía horadada y perforada era pegada sobre una tabla para ser sacada en nocturna procesión, mientras un coro infantil de penitentes y acompañantes, en su despedida, en la emoción, la velaban y le cantaban “Pobre sardina ya se murió, le cantaremos misa mayor. La calavera el conqui”.