POR MARTÍN TURRADO VIDAL. CRONISTA OFICIAL DE VALDETORRES DE JARAMA (MADRID)
La celebración de estos eventos trae inevitablemente recuerdos del pasado. La simple publicación en el BOE de un real decreto, en el que se crea y regula la comisión nacional para esa conmemoración, no constituye una excepción. Entre los datos históricos que se ofrecen para justificar no se incluye una referencia al personaje que redactó las primeras normas por las que se rigió la Policía española: don José Manuel de Arjona.
Hermano del sacerdote y poeta afrancesado, Manuel María, que por esa época se encontraba exilado en Londres, había nacido, como él en Osuna, el día 2 de diciembre de 1781. Se doctoró en derecho en la Universidad de Sevilla. Fue alcalde del crimen en Cáceres. En el Sexenio Absolutista ocupó cargos de relevancia, como el de juez de vagos, alcalde de cuartel madrileño de San Francisco, fiscal togado del Almirantazgo y corregidor de Madrid. Recibió el encargo de redactar un reglamento de Policía, que tuvo listo en 1817, pero que nunca llegó a ser llevado a la práctica.
Con todos estos antecedentes, no es nada extraño que Fernando VII, a finales de 1823, le designara de nuevo para organizar la Policía. El rey se vio obligado a hacerlo porque el duque de Angulema le impuso una condición: que no volviera a restaurar la Inquisición. Arjona redactó un borrador de Real Cédula y un Reglamento de Policía. El primero fue aprobado por el rey el 8 de enero de 1824 y publicado, entrando en vigor el día 13. Es la fecha en que se conmemora el bicentenario. El Reglamento se promulgó el 20 de febrero de ese mismo año.
La Policía que se creó tenía unos rasgos de modernidad indiscutibles. Su nombre sería el de Policía General del Reino, y a su frente estaría un superintendente general, es decir, tendría una organización independiente; una implantación nacional, pues su estructura se adecuó a la realidad de la España de la época y una característica liberal, contenida en la Constitución de 1812: la policía tendría que poner a sus detenidos a disposición de la autoridad judicial. Los objetivos de su actuación fueron la delincuencia común y los grupos ultrarrealistas –antecedente inmediato de los carlistas–, que protagonizaron situaciones tan graves como la Guerra de los Agraviados en 1827. Su grito de guerra fue: “¡Viva la Inquisición! ¡Muera la Policía!”
La Superintendencia General de Policía, su cabeza, fue suprimida en 1835, pero la policía continuó actuando. Al año siguiente se le cambió por primera vez de nombre pasando a llamarse Ramo de Protección y Seguridad Pública. La estructura territorial que se le dio perduraría más allá de otras cuatro denominaciones, hasta la Ley de Policía de 1941.
Con sus altibajos y cambios de nombre, esta policía de 1824 ha llegado hasta nosotros. Siempre adaptándose a los tiempos y manteniendo el mismo espíritu de servicio al ciudadano. Ahora, cuando se ha publicado el primer paso para la celebración de su bicentenario, bueno será recordar el papel tan grande que jugó en su fundación este sevillano ilustre, don José Manuel de Arjona.