POR LUIS MIGUEL MONTE ARBOLEYA, CRONISTA OFICIAL DE BIMENES (ASTURIAS)
Este mes de agosto se cumplen 86 años de la muerte del cura yerbato don Ricardo Rodríguez García, recién comenzada la Guerra Civil. Don Ricardo ejercía de párroco en la vecina parroquia minera de Santiago de Areñes, del concejo de Siero. Su vida comenzó a sufrir un auténtico calvario, sobre todo tras las elecciones de febrero del 36. Su casa estaba vigilada día y noche por Guardias Civiles y vecinos las 24 horas del día. Apenas podía salir de casa, no daba misa con regularidad, no se atrevía a dormir, en un mes perdió nueve kilos. A su casa se presentaban hombres armados a cualquier hora del día o de la noche con la excusa de buscar armas. Algunas noches las pasaba en casa de vecinos. Era un sinvivir. En una carta patética que le envía a su paisano, vecino y religioso don Severiano Montes, le dice que está viviendo un infierno y que tiene la premonición de que sus días están contados. Escribe: «El terror más desenfrenado reina por todas partes; la pistola y la dinamita están en ininterrumpida acción; todo es tristeza y llantos para las personas de bien, sobre todo para los sentimientos cristianos. Templos incendiados, asesinatos de las personas de derechas, robos, desenfrenos». En otro momento de la carta le dice, «temo no estar vivo cuando leas esta». Como diría el Nobel colombiano, fue la crónica de una muerte anunciada.
Marchó para San Julián a casa de sus padres pensando que estaría más seguro. Aquí comienza su cuenta atrás. Lo descubren en la cuadra que está al lado de casa escondido en el pesebre, debajo de un montón de hierba, lo sacan de allí y lo llevan a la bolera donde le pegan un tiro en la pierna (otra versión dice que el tiro se lo dieron en la cuadra y que el reguero de sangre lo delató), luego pasa por la escuela nacional —habilitada como cárcel— y después, malherido, lo suben a un camión con destino al concejo de Llanes. Aquí se pierde la pista hasta que el día 22 de agosto fue asesinado (otras fuentes dan como fecha de su muerte el 24). Cuando lo estaban fusilando les decía: «No disparéis a las piernas, a la cabeza, a la cabeza».
Don Ricardo nació en San Julián de Bimenes en 1883. Pertenecía a una familia muy apreciada en el concejo. Su padre se llamaba José (de profesión capataz, de los Catanes de Custuverniz) y su madre, Manuela (conocida como Manolina la del Cura, sobrina de un cura que vivía en la rectoral). Era tío de Ramón el de Rogelio y de Germán (del bar Germán de San Julián). Me dicen sus familiares que, además, era un estudioso para la mejora y rendimiento de la vaca casina, que tenía un coche de gasógeno y que compró un cine para disfrute dominguero de los parroquianos, sobre todo de la chavalería. Se cuenta que todos los días le daba leche a una familia que lo pasaba mal, y cuál sería su sorpresa cuando vio que uno de los hijos era quien lo acosaba, y le dijo: «Tanta leche como yo te di, y ¿así me tratas?».
Dejó la impronta de una gran persona, según pude comprobar personalmente. Todavía hoy en Carbayín, después de todos los años que pasaron, las personas mayores recuerdan el aprecio y afecto con que sus padres hablaban de él. Sus restos reposan en un mausoleo de la iglesia de Carbayín, donde leemos: «El preclaro e inolvidable párroco, don Ricardo Rodríguez García, fundador de esta iglesia, en la que yacen sus restos, y asesinado por los sin Dios el día 22 de agosto de 1936, se le dedica por suscripción popular para perpetuar su memoria este altar…». También hay una placa, a la entrada, dedicada a su memoria.
La parroquia de San Julián ya cuenta con dos curas beatificados, en 2007, el agustino don Severiano Montes Fernández y el dominico don José María Palacio Montes, también asesinados en ese fatídico mes de agosto del 36, como don Ricardo; pero, quizás por ser un cura de aldea y no pertenecer a una orden religiosa, la causa de este último cayó en el olvido. Todos estamos en deuda con don Ricardo.
FUENTE: LUIS MIGUEL MONTES ARBOLEYA