POR PEPE MONTESERÍN CORRALES, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS).
Arrepentirse
Me arrepiento de cosas que hice en la vida; aprendí de ellas, sí, mas ¿a qué precio? Sé que es imposible volver atrás, aún así me arrepiento de cosas, y no todas por una mala práctica, también, como Titus Andronicus, el general romano-shakesperiano, me arrepiento de acciones buenas, de alto costo y utilidad cero.
Mi admirado Gustavo Bueno criticó esas palabras tan vagas e imprecisas como perdón y arrepentimiento, ya no digamos contrición y propósito de enmienda, que dice el Catecismo católico; también Espinosa consideró que al arrepentimiento sólo puede seguir el suicidio: no quise hacer lo que hice, mis actos fueron incoherentes con mis principios, así que me pego un tiro de mierda.
No obstante, yo me arrepiento; reconozco que en ocasiones soy rehén de mis debilidades, pero carezco de la dignidad de un líder que ante un error grave debe hacerse el harakiri. La película “Qué bello es vivir”, de Frank Capra, inspirada en la novela de Dickens «Cuentos de Navidad», nos disuade de inmolarnos por desesperación.
Hoy me habló mi hijo Andrés de una película reciente: “Everything Everywhere All at Once” (“Todo a la vez en todas partes”); trata de viajes concéntricos y universos paralelos, donde uno comete un error y lo repara en otra dimensión, antes de cometerlo; el aprendizaje perfecto: uno no la caga, digamos, da un paso atrás y aprovecha otra magnitud del espacio-tiempo para repetir la escena hasta que salga bien y alcance el nivel óptimo.
En mi caso, cuando gestiono de puta pena mi precaria libertad, dejo una marca en mi conciencia para, en una situación similar en el futuro, proceder de mejor manera; digamos que llamo al orden a mi ética y a mi genética, que prevengo a mis sucesores y otros yo, si hubiera reencarnación. A eso llamo arrepentirme.