POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE)
La mayoría de los hoteles, posadas y fondas “con encanto” de Torrevieja disponían de habitaciones, espaciosas, inmaculadas, bien iluminadas, con buenas vistas y muchos situados a la orilla del mar. En estos espacios era posible encontrar mucho más que un lugar donde pernoctar y los servicios que ofrecían permitían una relación más intensa y familiar durante su estancia.
-¡Ay qué gloria!- era la expresión preferida del propietario de la posada, que en principio se conoció por ello así: ‘Posada del Gloria’, que luego fue la del Parejo y más tarde el ‘Hotel Gómez’. La posada del tío Parejo fue fundada en el último tercio de del siglo XIX, sirviendo de hospedaje a marineros, veraneantes, comerciantes y vendedores ambulantes que, sobre todos los viernes, acudían al mercado semanal, sirviendo como lugar de descanso a los animales de tiro y a sus propietarios. Su ‘nieta’ Fulgencia Gómez Gil, había nacido en Torrevieja, en el año 1888, heredando la fonda de su madre Concepción Gil Ibáñez, viuda de Pareja, y que se había casado en segundas nupcias con Manuel Gómez Alonso, carretero de San Felipe Neri. En diciembre de 1908, la nieta de Pareja, Fulgencia contrajo matrimonio con Carmelo Menchón Limorte, y que era propietario del Colegio de la Purísima, situado a la espalda del establecimiento hotelero, frente a la Plaza de la Constitución. Acabala la Guerra Civil, la posada del tío Pareja pasó a llamarse ‘Fonda Gómez’, que, como pensión y ‘Hotel Gómez’ regentó Maruja Menchón Gómez. En la publicidad de aquellos años aparecía como “la fonda más antigua de la localidad”, no sabemos si el slogan actuaría de manera positiva. Maruja Menchón, última de la saga hospedera de los Pareja, regentó el Hotel Gómez hasta la década de los años sesenta del pasado siglo. Entre sus últimos huéspedes el beato fraile capuchino limosnero Leopoldo de Alpandeire, conocido por su generosidad hacia los necesitados y su disposición a ofrecerles consejo y comprensión; coros participantes en los certámenes de habaneras y numerosas familias de ‘pied noir’, que una vez alcanzada la independencia argelina arribaban venidos desde Francia en los meses de verano.
La ’Gran Fonda y Hospedaje de La Marina’, en la planta principal del ‘Café de Vista Alegre’, ya ofrecía sus servicios en el año 1888; su dueño, Francisco Sánchez Giménez, ofrecía a los viajantes, bañistas y feriantes todas las ventajas del establecimiento, que no eran pocas. En sus habitaciones se encontraba equidad y baratura ante todo; limpieza, ventilación y desahogo; comodidad y buen gusto en los dormitorios, elegancia y esmero en el mobiliario; escrupulosidad y aseo en la cocina; actividad y agrado en la servidumbre; recreo y amenidad en el comedor y en las demás estancias del local, todo ello por permitirlo la situación topográfica al encontrarse enclavado frente al mar, a cincuenta metros de su orilla y del balneario ‘Vista Alegre’, con sus principales vistas al paseo de ese mismo nombre. Y sobre todo lo dicho, tenía la virtud de tener una repostería provista con demasiada abundancia.
Aproximadamente en la misma época, década de los ochenta del siglo XIX, fue el ‘Hotel el Comercio’, situado en la calle de Lacy -hoy Chapaprieta-, esquina con la plaza de Isabel II, un lugar ocupado a día de hoy por ‘Tejidos Sirvent’, ‘Peluquería Claudio’ y el local contiguo a la ‘Joyería Terrón’. El propietario, Lucas, no omitió ningún gasto ni sacrificio de ninguna especie para montarlo a la altura de las principales capitales de España, para mayor garantía, comodidad y economía. A su inauguración, dispuso ofrecer sus servicios de las formas y manera siguiente, sirviendo los cubiertos desde el módico precio de 6 reales en adelante: tortilla de hierbas a 1 peseta; riñones en salsa, chuletas de cerdo, chuletas de carnero, bistec con patatas y vino, pescado de todas clases y sopa con cocido a 1,25 pesetas la ración; jamón en dulce a 1,50 pesetas; tortilla de jamón y pollo asado con salsa de varias clases a 1,75 pesetas; además de servirse raciones de queso gruyere, de salchichón de Vich, queso de Holanda, conservas de todas clases, empanadas de carne y de pescado, pasteles, pastelillos y pastas de varias clases, todo a precios convencionales. Disponía de diecinueve habitaciones que, desde 3,50 pesetas al día en adelante, eran servidas con aseo y esmero. Se admitían toda clase de encargos a precios sumamente económicos y a domicilio. Además, en el restaurante se podían encontrar cuantos licores se elaboraban en las principales fábricas del país y extranjeras, jarabes para refrescos surtidos, café moka y té superfino, teniendo grandes existencias al recibirlo el dueño en comisión. En 1921 lo regentaba la viuda de Lucas, Dolores Vera Navarro, que además de habitaciones ventiladas con vistas al mar, ya disponía de luz eléctrica y servicio de timbre y carruajes a todos los trenes; sirviendo además desayunos, comidas por encargo y todo lo concerniente a su ramo a precios reducidos. Al no poder atenderlo sus dueños fue puesto a la venta en 1934.