EL PASO DEL TIEMPO • LA PÉRDIDA DE VARIOS AMIGOS DE NAVA

POR LEOCADIO REDONDO ESPINA, CRONISTA OFICIAL DE NAVA (ASTURIAS)

Leonardo Pérez de la Vega.

Leonardo Pérez de la Vega.

Sé que es inevitable, que es ley de vida, pero, cuando me paro a pensar en ello, compruebo, con cierto estupor que, desde primeros de año, he perdido por el camino a unos cuantos amigos. Hablaba el otro día de dos escabecheros, como eran Enrique Caso y Gerardo González, y ahora, mirando más cerca, advierto la ausencia de otros cinco varones con los que compartía, habitualmente, charlas, vivencias y espacios. En su memoria, y respetando el orden de fallecimiento, vayan sobre ellos estas breves pinceladas.

Candidón (Cándido de la Vega Martínez, 94 años) mantuvo, mientras la salud se lo permitió, la costumbre de bajar a la villa, los sábados por la mañana. Cándido conservaba, de su época de tratante, múltiples conocimientos entre el paisanaje del entorno, que le permitieron acumular, a lo largo de su vida, un montón de anécdotas y sucesos puntuales, de antes, durante y después de la guerra, que gustaba contar, con seriedad, no exenta a veces de cierta retranca, apoyándose en su excelente memoria, anécdotas y sucedidos que yo, ciertamente, disfruté mucho escuchando.

Leo (Leonardo Pérez de la Vega, 86 años), fue de joven un brioso defensa, estilo Lesmes (por lo del poblado bigote), y de mayor eficiente y discreto directivo del club local. Y es que, aparte su relación con el mundo de la sidra, Leo no perdió nunca su afición por el fútbol. Cuando, después de misa, llegaba a Grandiella y estaba jugando el juvenil, hizo popular aquella arenga que rezaba: «¡Calo, mándalos pa ´alante!», y ello con total independencia del resultado y de donde estuviera el balón en aquel momento.

Jamín (Benjamín Díaz Fernández, 79 años), fue primero minero, luego conserje del Europa durante un tiempo, y seguidor del Real Oviedo siempre. «Despachaba» habitualmente en un banco de la esquina de la calle Colegiata, junto a la farmacia de Isabel, muchas veces acompañado de su mujer, Maruja, y de Gerardo, amigo y vecino. Tranquilo y buen conversador, hecho de menos su figura, a decir verdad, cada vez que paso por delante del citado bancu.

Pepe, el de la Polenava (José María Ordóñez Ordóñez, 86 años), regentó, junto a su mujer, Alicia (excelente cocinera por cierto, acreditada especialmente en el lacón relleno), el bar que había en La Polenava, al que solía desplazarse la gente de Nava, dando un paseo por la antigua carretera, aprovechando para merendar allí, o tomar una de sidra. Delicado de salud en los últimos tiempos, no faltó Pepe, mientras pudo, a su cita con el mercado del sábado por la mañana, ocasiones en las que era una delicia conversar con él. Su familia me comentó que, hasta última hora, se mantuvo fiel a la costumbre de tomar cada día su botellina de sidra.

Manolo el Mancu (Manuel Fonseca Samartino, 96 años), solía ocupar, en la partida, a la que era gran aficionado, una mesa de la esquina izquierda del Milenium. En los últimos tiempos, con la movilidad ya muy limitada, era fácil verlo sentado en un bancu, delante de casa, con una sombrilla y un perrín pequeñu, que le hacía compañía. Era un hombre de una paciencia y buen humor proverbiales. Cuando recibió la noticia de la muerte de Pepe, me comentó; «¡ Coño, éramos muy amigos!». Quedó pensativo un tiempo, como sopesando la importancia de lo ocurrido, y, al final, sentenció: «Bueno, al fin y al cabu, pa allá vamos a ir todos».

Sea con ellos, amigos estimados, la paz y el reposo. Y, como un contrapunto siempre puede ayudar a completar el panorama, consuela, de alguna manera, constatar que un chaval, llamado Herminio Calleja, nacido en La Faya (Ceceda) el 16 de junio de 1915, sigue paseando por Nava su alta figura con garbo y elegancia.

Fuente: http://www.lne.es/

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