POR JOSÉ MARÍA FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Estos días pasados, sol y nordeste oportunos, estuve segando «la mio pumarada». Fue una siega entre moderna y tradicional: moderna porque se segó con máquina, y todo los demás fue «como se facía enantes».
Fue algo así como un resucitar -rememorándolas- costumbres ya casi olvidadas.
El trabajó empezó ESMERENANDO los maranos (es devir, volteando la hierba segada) con el ANGAZU (rastrillo de madera) y con la TRAENTA (tridente o pala de dientes).
Tras esta labor, en espera del oreo y secado de la hierba, vino el tentempié de la comida a la sombra de la figar (nunca a la de un nogal pues ya avisa el refrán que «a la sombra de un nozal non te pongas a recostar») y a la atardecida, y en previsión de lluvia, la confección de BALAGARES.
¿Qué son los balagares? Pues, sencillamente, acumulaciones de hierba seca, mayores que CUCOS y más pequeños que FACINES, de forma cónica, diseñados para que el agua, si llueve, resbale por su superficie y la hierba se mantenga seca.
Un BALAGAR bien hecho exige «peinarlo» (alisar su superficie de modo que la hierba «apunte hacia el suelo»), sobarlo con el ANGAZU y diseñar de modo uniforme su ápice (su vértice) que ha de ser ni excesivamente puntiagudo ni marcadamente plano.
CUCOS, BALAGARES, FACINES, CARROS DE HIERBA… cedieron su puesto de historia a esos horribles «bolos» que, además de feos, huelen mal.
Ahí tienen un primer plano de uno de mis balagares; el resto -hasta 14- se adivinan en el fondo.
¡Virgina de Covadonga: ayúdanos a conservar a Asturias en el recuerdo!