POR JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
-Aún se conserva en Covadonga el armario que guardaba la bandera de combate-
La Armada Española del siglo XIX sólo tuvo un acorazado y llevaba por hombre el del rey Don Pelayo. De hecho, también se le denominaba “El Solitario”, al no haber ningún otro semejante a él.
El espesor del blindaje llegaba a los 45 cm. de buen acero y el peso total era de 2.719 toneladas. Fueron habituales los cambios en su proyecto, diseño, armamento, maquinaria y otros, de modo que su construcción se alargaba en el tiempo y -en el momento de su puesta en servicio- ya estaba algo anticuado, a veces hasta con una comprometida estabilidad.
El acorazado “Pelayo” fue botado el 5 de febrero de 1887 por Forges et Chantiers de la Mediteranée. En agosto del año siguiente realizó sus pruebas de máquinas y fue entregado en Tolon (Francia) a la Armada Española el 9 de septiembre de 1888 (ese día se celebraba la fiesta litúrgica de Ntra. Sra. de Covadonga).
En la revista “El Mundo Naval Ilustrado”, año 1, número 15, de 1º de Diciembre de 1897 (pags. 343 a 346), apareció un extenso relato de las características y otras circunstancias del acorazado.
Vicente Sanahuja nos dejó muy detallada historia de este acorazado, según la cual contaba con una eslora de 105 metros, potencia de máquina media de 6.800 caballos, potentes y numerosos cañones, cuatro torres independientes y al frente del cual estaba el comandante don Pascual Cervera y Topete (más tarde almirante).
Después de atravesar el Atlántico llegaron para defender las posiciones españolas en Cuba y Filipinas varios buques, destructores y cruceros (como el “Carlos V”) pero la estrella de la flota era el poderoso “Pelayo”.
Los mandos americanos temían la potencia del acorazado “Pelayo”, mientras la presión de los Estados Unidos sobre Cuba y Filipinas era notable y España pretendía replegar a la potente escuadra enviada por Washington. Como es conocido, España se encontraba aislada internacionalmente, y las trabas de todo tipo que el Reino Unido puso en todos los puertos bajo su influencia, como en Canadá, dieron al traste con el proyecto español.
El historiador Pablo de Azcárate cuenta en su libro «La guerra del 98» la gran preocupación que causaba la eventual llegada al escenario filipino de un buque como el “Pelayo”, pero, la soledad diplomática española impidió que pudiera llegar a tiempo al teatro de operaciones. La que era la última esperanza española se diluyó antes siquiera de que las armas que la sostenían pudieran trabar combate.
El “Pelayo” quedó bloqueado en Santiago de Cuba. No hubo contragolpe para España. Lo único que la historia le tenía deparado a España era el desastre y Cuba, Filipinas y Puerto Rico cambiaron de tutela colonial.
Después de su frustrada participación en la guerra colonial de 1898 el “Pelayo” regresó a Francia para completarle las reformas que tenía pendientes.
No llegó a utilizar su artillería en el 98, pero sí en la guerra de Melilla de 1909 y sobre la costa marroquí se empleó a fondo con sus bombardeos de 1911.
No deja de ser curioso que el acorazado “Pelayo” acudiese a Gibraltar el 30 de enero de 1912 para saludar a Jorge V y a María de Teck, monarcas de Reino Unido, los cuales regresaban de un viaje oficial a la India como emperadores.
Cinco días después el “Pelayo” se encontraba en Ferrol.
Regresó a la costa marroquí donde su artillería se hizo notar en varias ocasiones; quedó varado cerca de Mahón y tuvo que navegar a Cartagena para ser reparado por este contratiempo, ciudad en la que estuvo al frente de la escuadra que -con motivo de la visita del presidente de la República Francesa- hizo los honores por orden del rey don Alfonso XIII. En aquellas fechas del año 1913 un nuevo acorazado -bautizado como “España”- vino a sustituir al “Pelayo” como buque insignia de la Armada española.
Fue dado de baja en las listas de la Armada todavía el 1º de agosto de 1924 y, casi dos años después, salió hacia el puerto de Rotterdam -en los Países Bajos- para ser desguazado.
Recuerda Javier Remis Fernández -encargado del Museo de Covadonga- cómo la Diputación de Oviedo mandó tallar un mueble para regalárselo al buque, el cual llevaría el nombre de Pelayo por el mundo y de ello se encargó el ebanista gijonés Juan Antonio Muñiz; para ello se emplearon maderas nobles de Covadonga donadas por el cabildo del Real Sitio.
Sobre la madera de nogal se tallaron tres artísticos cuerpos, con el escudo del Principado en el izquierdo y el de Gijón en el derecho, con la inscripción -repartida entre ambos- “La Provincia de Asturias al acorazado Pelayo”. En la parte superior del cuerpo central de dos puertas se talló el escudo de España.
En el interior del armario se custodiaría la bandera de combate del acorazado, una bandera que fue sufragada por suscripción popular y solemnemente bendecida en Covadonga por el obispo de Oviedo Fray Ramón Martínez Vigil el 10 de junio de 1888.
El barco era el auténtico representante de España por el mundo. En el puerto de El Pireo fue visitado por los reyes de Grecia; en Génova asistió en 1892 a los actos del IV Centenario del descubrimiento de América; en él se entrevistaron en Vigo el rey Alfonso XIII y Guillermo II de Alemania.
Sigue recordando Javier Remis cómo -tras el desguace del barco- el Cabildo de la Real Colegiata de Covadonga -junto con la opinión pública y el apoyo del diario regional “El Carbayón”- solicitaron y consiguieron de la dirección del Museo Naval la entrega de la referida Bandera de Combate, con su estuche.
A finales de mayo de 1926 ya se encontraban en Covadonga el mueble y la bandera. Desaparecida ésta última seguramente durante la Guerra Civil, se conserva en perfectas condiciones en la Sala Capitular del Santuario el armario que nos ocupa.
Y ya que hablamos de buques bautizados con nombres tan relacionados con nuestro Principado, concluiremos con el vapor “Covadonga”, con 16 metros de eslora y 15 toneladas de peso.
Botado en Cádiz en 1909, desde los talleres “Manzano” hasta el puerto tuvo que cruzar parte de ciudad arrastrado por caballerías y una legión de muchachos del colegio La Salle.
Hasta la chirigota “Los portamonedas” -en el carnaval gaditano de 1910- se hizo eco del acontecimiento, llegando a ser portada del ABC. Fue utilizado para remolques en el ese puerto y transporte de sales.
Asimismo, Joaquín González Echegaray (escritor, historiador, arqueólogo y canónigo santanderino) en su libro “La marina cántabra” vol. III, se refiere a otro buque “Covadonga” y dice que se matriculó en Santander -junto con el de nombre “Guadalupe”- el 29 de agosto de 1896, y salió cargado de tropa el 6 de septiembre.
Desde entonces, dio ininterrumpidos viajes con refuerzos, a Cuba y Filipinas. Formó parte en la escuadra y llegó hasta Suez.
Fue el primer barco que salió de Cuba con repatriados después del armisticio, exactamente el 20 de agosto de 1898, con 2.285 hombres, llegando a Santander el 1 de septiembre y continuando seguidamente los viajes de repatriación. En 1899 volvió a la Anchor Line, ya con el nombre “Astoria” y pabellón inglés. Navegó en la línea de Nueva York hasta 1908 y se desguazó en 1911.
—- Francisco José Rozada Martínez, 8 de octubre de 2022 —-
(Este artículo lo publiqué en el diario La Nueva España el día 6 de octubre de 2016)
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez