Para nuestra sociedad actual europea el turismo en su globalidad, del mismo modo que el concepto total de cultura, esta íntimamente unido a la alimentación, otrora mera fuente nutricional y de subsistencia. Hoy la gastronomía está compartimentada en diversos planos en relación a las fórmulas: qué se come, cómo se come, dónde se come y con quién se come. La diferenciación entre estos elementos viene impuesta por quienes ostentan el poder y la toma de decisiones, ya sea política o cultural. Ello ha supuesto que se modifiquen nuestras costumbres dietéticas y modos de alimentación en un breve espacio de tiempo histórico. La Unión Europea, símbolo del poder social y económico, lo ha conseguido. El motor ha sido el turismo. La libertad de moverse por la Unión –espacio Schengen– ha creado nuevas formaciones económicas-sociales. Un ejemplo es nuestra ciudad que exhibe su gastronomía en diversos foros. Por la calidad de todos sus servicios turísticos este año ha obtenido el galardón de “excelencia turista” que otorga la Junta de Andalucía.
Después de un intenso verano la entrada del “veroño” está siendo climatológicamente favorable para continuar con el tiempo de ocio, cultura y relaciones sociales al aire libre. Así, en estos días del veranillo de San Miguel o “veranillo de los membrillos” –pocos quedan, pero todavía se recolectan algunos aquí– hemos celebrado en Chiclana, entre el 27 de septiembre y el 2 de octubre, la fiesta gastronómica de la cerveza alemana –la Oktoberfest– en torno al Día Mundial de Turismo. Tras dos años sin poderse celebrar, se ha retomado con ganas de ocio, diversión… y con éxito. Tal vez o precisamente, porque tratamos de olvidar la pandemia o porque necesitamos evadirnos de la inusitada escalada bélica que está amenazando la paz del planeta. Los últimos acontecimientos en Ucrania o el misil sobre el cielo de Japón nos ponen en sobre aviso de lo frágil que es la paz mundial.
Acabo de volver de un viaje por la Europa en paz. Nada ha cambiado para el turista que busca encontrar, por un lado, la felicidad de la belleza sublime o el interés cultural. Y, por otro, el gozo y regocijo de comer y beber. No faltan las ofertas. Proliferan los restaurantes multiculturales, y siempre una fiesta local pone sabor y colorido al viaje. Un añadido más a las nuevas sensaciones visuales adquiridas. Y es que, comer y beber, más allá de una necesidad fisiológica, es un fenómeno social y cultural.
Publicado en el número de octubre de la revista CHN Magazine