POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Un repaso esencial a uno de los más hermosos edificios de la Edad Media castellana. Un castillo de altas y delicadas dimensiones, que forman esencial parte de un territorio con personalidad, el Valle del Río Mesa, molinés y nuestro aunque sea tributario ya de las aguas del Ebro. Aquí trato de dar su descripción resumida, de contar su historia, de afianzar su importancia de elemento patrimonial y defendido.
En el estrecho valle del río Mesa, afluente ya del Jalón, y por lo tanto vertiente del Ebro, aparece sobre uno roquedal empinado y abrupto el castillo de Villel, que tiene una planta fiera y una belleza medieval sin tacha. Señorea el peñón la villa de Villel, que estuvo durante muchos siglos en una frontera natural, entre la España mediterránea y la atlántica, en el hondo de un valle que riega el río Mesa.
Da la definición visual de “castillo roquero”, porque su planta se adapta totalmente al roquedal que le sirve de sede. Consta la fortaleza de una gran Torre del Homenaje, en el extremo norte de la roca, y que servía de entrada al recinto. Su planta es cuadrada, y sus muros, muy anchos, son de fuerte y bien tallado sillar, con altura suficiente para dar cabida a tres pisos y su terraza. Ninguno de ellos ha resistido el paso del tiempo, y hoy solo quedan sus muros lisos, aunque con las evidentes señales de los mechinales que daban cabida a las vigas sustentadoras de los solados de los pisos. Debió rematarse con terraza almenada, de la que no quedan restos.
A esta torre del homenaje se le añadió en tiempos posteriores un cuerpo añadido construido con tapial, más endeble como elemento constructivo, en el que se colocaron ventanales, disponiendo también de tres pisos. En uno de ellos se puso un amplio ventanal doble con aberturas gemelas de arco rebajado y pequeña abertura lanceolada en la clave, que muestro en una de las fotografías que acompañan este trabajo. A continuación de la gran torre y su añadido, aparece un espacio vacío que se supone pequeño patio de armas, hoy sin murete protector. Y en el extremo sur de la peña, se alza otra torre que en su base tiene consistencia adecuada a la fortaleza, con sillarejo y sillar firme, más un recrecimiento que en tiempos posteriores se le hizo, para alzar su talla, a base de tapial. Se remataba con una especie de grandes almenas que en realidad eran los bordes de vanos de la más alta cámara. Una tormenta de las de San Bartolomé en agosto de 1972 lanzó tanta agua y tantos rayos sobre ella, que se derrumbó en parte, y la que amenazaba ruina hubo de ser derribada, por lo que la silueta del castillo de Villel desde aquel año mermó un tanto.
Desde los siglos medievales en que fue construido este castillo (probablemente ya en época islámica se inició su construcción, con simple tapial reforzado, y en la de dominio cristiano se afianzó y fortificó) ha recibido pocos cuidados. Porque el castillo de Villel no fue nunca un potente bastión militar. Más bien se trató de una atalaya, compleja y amenazante, que protegía al pueblo puesto a sus pies. Tras los siglos de potente vigilante de la frontera castellano-aragonesa, unificados los reinos peninsulares, los señores del lugar perdieron interés en la fortaleza, yéndose a residir en Molina. Y el deterioro fue progresivo, lento, porque en este caso nadie forzó la ruina del inmueble, sino que los elementos atmosféricos se encargaron de roerle progresivamente.
El ayuntamiento de Villel, la Organización “Hispania Nostra” y la Asociación de Amigos del Castillo de Villel se han ido ocupando en los últimos años para que, con el permiso y apoyos del gobierno español, propietario del inmueble, se restaurara convenientemente, al menos con elementos y propuestas de consolidación, especialmente internas, que frenaran su progresivo deterioro. Ahora puede decirse que tenemos castillo de Villel para varios siglos más, no hay duda.
Por el pueblo aún pueden verse restos de la muralla que lo cercó desde el siglo xv. Desde su altura se contempla el lugar de los Castelletes, alzado en un alto sobre la orilla derecha del río, que se supone son los restos del antiguo y poderoso castillo de Mesa, mandado derribar por los Reyes Católicos. También en poderosa situación, y puesto que el valle del Mesa es estrecho y de obligado paso entre Aragón y Castilla, se constituyó en un paso fronterizo clásico, debiendo estar el área fronteriza muy vigilada durante siglos. De ahí que no debe extrañarnos que en el mismo valle de Villel hubiera también castillo en Mochales, río arriba, y en Algar, río abajo. Eran todos ellos atalayas o castilletes fortificados de vigía.
De la historia de Villel, y para comprender las razones de tener este singular edificio en su haber patrimonial, cabe decir que ha tenido ocupación humana desde muy remotos tiempos, confirmándolo así algunas excavaciones arqueológicas en el término, que le hacen remontarse a varios siglos antes de Jesucristo. También los árabes, al tener dominio sobre estas tierras en la Alta Edad Media, pudieron tener algún puesto de vigilancia. Pero su origen, tal como hoy lo conocemos, ha de situarse en el siglo xii, cuando poco después de la reconquista del territorio de Molina, su primer señor don Manrique de Lara lo pobló y lo incluyó dentro de los límites jurisdiccionales que marcaba el Fuero, y que por esta zona alcanzaba hasta Sisamón. A fines del siglo xiii, concretamente en 1299, la poderosa familia de los Funes, originaria de Navarra, y dueña a la sazón del castillo de Ariza, alcanzó la parte alta del valle del río Mesa, apoderándose sin problemas de todos los lugares, torreones y fortalezas de esta zona tan estratégica. Entonces quedó por señor de Villel don Rui González de Funes, y de ahí pasó a su descendencia, que durante siglos detentó esta propiedad sin menoscabo, sirviendo unas veces al reino de Aragón, y otras al de Castilla, recibiendo sus sucesores, finalmente, el título de marqueses de Villel, en 1680. Unió este título, a la primitiva casa de los Funes, con los Azagra y Andrade, formando sus blasones el escudo del señorío de Villel. En los últimos siglos perteneció al patrimonio de los marqueses de Almenara.
Estos “señores de frontera”, que daban su apoyo a un reino u otro, según sus conveniencias, fueron apagados en sus prerrogativas al final del siglo XV, con la llegada al trono de España de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Su política moderna, absolutista y centralista paró en seco las turbulencias de estos clanes, que sin embargo mantuvieron su poder y pertenencias, aun declinando los señoríos. Los marqueses de Villel levantaron en el siglo XVI un hermoso palacio, que se conserva intacto, en la plaza de San Miguel, de la ciudad de Molina de Aragón.