POR ANTONIO BARRANTES LOZANO, CRONISTA OFICIAL DE VILANUEVA DE LA SERENA (BADAJOZ)
Noviembre, te pintan gris, triste, mes otoñal con olor a fruta madura, con destellos de sol suave que acaricia la gastada piel por los años, cuando los árboles de la ribera se desprenden de sus hojas verdes y las cambian por otras, ocres, naranjas y doradas, dotándolos de una belleza fugaz, evocadora del inevitable invierno, también del nuestro, porque «nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar…».
Noviembre nos lleva a honrar a los que se fueron en esta sucesión perpetua que es la vida, a los que nos preceden en aquel mar que engulle a todos, padres, hermanos, amigos que un día fueron felices y nos hicieron felices, por eso vamos al cementerio; ‘Corral de muertos’, lo llama Unamuno: «Corral de muertos, entre pobres tapias hechas también de barro…». Lugar de descanso de nuestros ancestros, muy respetado y adornado con el halo de lo sagrado, por eso lo llamamos también ‘Campo Santo’.
Allí vamos en noviembre, a depositar una flor, también efímera, como efímero son los recuerdos que el tiempo acaba difuminando mientras vemos «cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte…».
Los cementerios ahora son municipales, pero no siempre ha sido así. Sabemos, y de ello tenemos constancia escrita, que a finales de siglo XVIII anduvo por el Partido de la Serena el Magistrado Cubeles, mandado por la Real Audiencia de Cáceres a fin de dar cumplimiento a la Orden del Gobernador del Consejo de Carlos IV, el Excelentísimo Señor Conde de Campomanes, interesado en conocer la realidad de la provincia de Extremadura a través de un extenso Interrogatorio de 57 cuestiones que abarcaban aspectos sociales, económicos, demográficos, administrativos, religiosos y usos y costumbres de las distintas poblaciones.
Llama la atención y nos alumbra el caso que nos ocupa, la cuestión número 19 que se interesa por saber «si hay cementerios, o necesidad de ellos y lugar donde cómodamente se puedan hacer». El citado Magistrado nos afirma que, en Villanueva, no hay cementerio, ni necesidad de ello, por ser el sitio suficiente y que los hálitos desprendidos de las miasmas pestíferas no son apreciables ni perjudiciales, como lo demuestra que vecinos de las casas más próximas se han enterrado después de haber cumplido 70 u 80 años incluso alguno de ciento y actualmente vive alguno que se acerca a los ochenta.
Que se incluyera en el amplio interrogatorio el interés de la existencia o no de cementerios, pudiera parecer capcioso, si no fuera porque lo que se perseguía era saber el grado de cumplimento de la Real Cédula de Carlos III de 1787 en la que se instaba a acabar con la ancestral costumbre de los enterramientos en las Iglesias o su entorno inmediato. No fue una decisión caprichosa, una terrible epidemia, al parecer de fiebres tifoideas, se desencadenó en la Villa de Pasage en 1781 que se llevó al 10% de la población debido a las emanaciones propias de la acumulación de exhumaciones en sitios cerrados, por lo que, después de años de elucubraciones, ve la luz la decisión Real que obliga a un entendimiento de la Iglesia con los Procuradores municipales con el fin de buscar un sitio idóneo lo suficiente alejado de las poblaciones para situar los cementerios.
A pesar de las razones aducidas por la autoridad Real, la Orden no fue de fácil acatamiento y menos aún aceptada por la población, tan arraigada a sus tradiciones, negándose a enterrar a sus deudos en los nuevos cementerios y casos se dieron que optaron a hacerlo en las parroquias vecinas donde aún no los había. En Villanueva, como constató el Magistrado, cuatro años después la Orden no se cumple, e incluso justifica su falta alegando que no hay necesidad de ello.
Era lugar de enterramiento de los villanovenses el suelo de la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción y el espacio exterior a su fachada sur. El interior era reservado a la ‘gente principal’ más próximo al altar cuanto más ‘principal’, e incluso algunos erigieron su propia capilla que adornaban con sus armas. Al pueblo llano le estaba reservado el espacio exterior, al que se accedía por la puerta llamada ‘Chica’, era el osario, término que dio nombre a la zona que se extiende por la fachada sur y saliente hasta la esquina adornada con el relieve de las Ánimas.
La Cédula de 1787
Entrado ya el siglo XIX con el aumento de la población y el número de decesos no hubo otra opción que acatar la muy razonable Cédula de 1787; conscientes de ello nuestros dignatarios abren expediente en 1822 para formalizar una nueva ubicación donde puedan descansar los extintos villanovenses. El procedimiento se alargó algunos años hasta que al fin se considera que el lugar idóneo sería un predio próximo al Charco del Bicho, en el arranque del Camino llamado del Cuervo, en el punto noroeste de la población.
Y así se hizo. Años más tarde, D. Julián Escribano solicita levantar, anexo a la fachada sur del mismo, un panteón familiar para el descanso de su hija, recientemente fallecida, reservándose el derecho de enterramiento para sí mismo y su esposa. Después de los trámites preceptivos, tanto administrativos como eclesiásticos, la ermita se termina en el año de 1893. Aunque era de carácter privado, constaba con un amplio espacio interior para oficios religiosos, que se ofrecía a todos los villanovenses para poder dar con mayor solemnidad el último adiós litúrgico a sus finados evitando hacerlo en la calle como era costumbre.
Este que conocimos como Cementerio Viejo fue incautado por las autoridades republicanas en 1932, a raíz de la ley de 31 de enero del mismo año, que proclama la secularización de los cementerios. La orden se ejecutó el 22 de marzo como consta en un oficio en el que se comunica la decisión al entones Párroco de la Ciudad, D. Matías Romero.
La citada Orden llevaba implícita la prohibición de los entierros confesionales si no existía un documento previo con el consentimiento expreso del finado. La medida tuvo fuerte contestación, no sólo entre la comunidad de creyentes, la tradición está tan arraigada que incluso las clases populares sintieron que se les arrancaba algo, lo que provocó protestas y el consiguiente desorden público.
Clausurar el Cementerio Católico no fue tarea sencilla para las autoridades del momento; la misma Orden de 31 de enero, obligaba a los ayuntamientos a dotar a la ciudad de un nuevo cementerio civil en el plazo de un año. La labor encomendada resultó ser escabrosa, pues se carecía de los terrenos necesarios y del informe sanitario favorable y ajustado a la legislación específica para este tipo de obra.
El proceso se demoró durante años, y no fue hasta junio de 1936 cuando se envía el expediente al Gobernador Civil solicitando permiso de apertura. Los sucesos históricos que se desarrollaron en España en julio de 1936 paralizaron el procedimiento hasta el final de la Guerra Civil que es cuando el cementerio, llamado nuevo, comenzó a cumplir con su cometido. Y hasta ahora.
FUENTE:https://villanueva.hoy.es/noviembre-otonal-olor-20221201113205-nt.html