POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIÉLAGOS (MADRID)
Las tropas francesas del Mariscal Hugo, el padre de Víctor Hugo, se enfrentaron a algunos españoles en las cercanías de La Cabrera. El día 4 de julio de 1812 resultó herido Juan Martín el Empecinado y se lo llevaron a Torrelaguna. Los franceses como represalia entraron en ese pueblo a sangre y fuego, destrozaron parte de las murallas, quemaron el Convento Franciscano Madre de Dios y desvalijaron la iglesia, ermitas y casas de particulares.
Los franceses ya no estaban asentados como hacía años. Sus cuarteles no ocupaban plaza mucho tiempo y se desplazaban hacia el norte a la vez que la guerra.
Después del saqueo de Torrelaguna las tropas del Empecinado, en los meses siguientes, entraron en esa villa buscando y reclamando igual que el enemigo. Eso sí, se inventariaba para ser devuelto. Mientras tanto, hambre y penurias para los vecinos. Las tropas «salvadoras» cogían fanegas de cebada y trigo, fanegas de pan cocido, camisas y ropas… Y no sólo eso, sino que había que enviar recursos a las tropas acantonadas en Guadalajara.
Así terminó 1812 en un plan de perder lo ganado a favor de una guerra.
Valdepiélagos se creía ajeno a estas rapiñas pero el 8 de marzo de 1813, el comandante de las tropas españolas que había en Torrelaguna alzó la vista hacia el horizonte de los pueblos de la zona y se fijó en Valdepiélagos.
Envió aquel comandante el mandato de diez caballerías mayores y ocho menores. Los señores de justicia del pueblo mandaron llamar a los que poseían lo solicitado.
En el Ayuntamiento se juntaba la rabia con la resignación, la rebeldia con la sumisión de los humildes, pero sabían que su destino era el de siempre, ceder al poder y a la fuerza.
Para reunir lo ordenado, que tenía que estar en Torrelaguna a las nueve de la mañana siguiente, se metió en una talega tantas bolas negras requeridas, como blancas de salvación. Cogieron la lista de vecinos y por orden fueron nombrando y uniendo una bola cogida a su destino.
El que actuaba de secretario empezó a nombrar:
Eugenio González… Blanca.
Juan de Frutos… Blanca
Andrés de Frutos… Mula
En ese momento se empezaron a escuchar juramentos y blasfemias…
-¡silencio! – dijo el secretario.
Juan Vicente… Blanca
Julián de Isabel… Blanca.
Ventura Pascual… Blanca.
Plácido González… Mula
Celedonio Moreno… Mula
El ruido ya era ensordecedor. Las maldiciones se repetían una y otra vez.
Alfonso Calleja… Mula
Juan de las Heras…
Tomás estaba junto a su padre. Y oyeron su suerte… Mula
Aquellos De las Heras tuvieron de nuevo que perder con la guerra. Daba igual que fueran unos u otros. El sacrificio les era ajeno a comandantes y banderas.
Fotografía MariCarmen González
@agustindelasheras
@delasheras.cronicasdevaldepielagos