POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Labros es villa, antigua y legendaria, en el Señorío de Molina. Asienta sobre un empinado recuesto, protegida del viento norte, oteando un amplio terreno suavemente ondulado donde se cultiva cereal. A su espalda y costados se alza un denso bosque de sabinas. Lugar de paso, desde hace muchos siglos, entre Castilla la Nueva y Aragón.
Entonces (hablamos del siglo XIII) había mucha gente viviendo por aquellos pagos. Gentes que sobrevivían con lo justo, y gente que hacía negocios. Poderosos y eclesiásticos, vates y lectores… entre todos levantaron una iglesia, y la adornaron con imágenes. Y ahora, ocho siglos después, nos da a nosotros por ir a verla, y a discutir sobre lo que significan aquellos adornos.
Algo de historia
Largo y prolijo habla Sánchez de Portocarrero, cronista del Señorío molinés en el siglo XVII, sobre los orígenes romanos, o más antiguos incluso, de Labros, en la que sitúa la Lacóbriga latina. De lo que no hay duda es de que en su iglesia parroquial, con la advocación de Santiago apóstol, hubo durante los siglos medievales, hasta el XVI, un altar mayor en el que presidía una buena talla policromada del Apóstol, rodeada de varias tablas con escenas de su vida y predicación en España. El dato de estar en camino principal entre Aragón y Castilla, existir una tradición legendaria del paso de Santiago, y tener su iglesia a él dedicada, con altar y estatua del mismo, puede hacernos pensar que Labros tuviera cierta relación, aunque remota y muy tangencial, con las peregrinaciones jacobeas de la Edad Media: un punto de atracción para esos peregrinos que seguían, por el interior de la Península, otros caminos diferentes de los habituales. Así es posible que, buscando la llegada de peregrinos y ecos del Camino santiaguista, recibiera su influjo y algún artista foráneo se entretuviera en tallar la portada de su parroquia.
Tras muchos años de abandono, en el siglo XX, y con el templo hundido, la torre a medias y la portada en manos de los ladrones de arte, a principios de este siglo ha recibido una restauración total, y la encontramos espléndida y, aunque el pueblo sigue estando sin vida durante largos meses del año, finalmente recuperada. Desde hace mucho tiempo, nos hemos venido ocupando del estudio y la divulgación de esta importante pieza de la arquitectura románica molinesa1.
Apuntes de arte
La portada de la parroquia de Labros es un ejemplar sencillo y magnífico, muy bien conservado, de arquitectura románica con iconografía sorprendente. Se alberga en un cuerpo saliente, todo él de bien tallado sillar. Su bocina se constituye por tres arquivoltas concéntricas, en degradación, siendo la central moldurada con poco saliente baquetón, y las extremas de arista viva. Una cenefa exterior resalta sobre la arquivolta externa, presentando decoración ajedrezada al centro y de roleos magníficos en los lados. La arquivolta interna descansa en sendas jambas lisas, mientras que en las más externas lo hacen sobre sendas columnas rematadas en capiteles historiados. Estas columnas son cortas, pues sus bases molduradas con suaves curvas apoyan en un pedestal que forma el muro. Los fustes son exentos. Entre capiteles y arquivoltas corre una imposta finamente decorada con roleos románicos. Los capiteles de esta portada son muy interesantes y plenos de simbología medieval. Aquí los describo, de izquierda a derecha del espectador:
1. El capitel primero muestra una figura humana, de ruda silueta, de rasgos masculinos, vestida con túnica larga y sencillos pliegues. Se alza sobre el lomo de un animal, a cuyo cuello se agarra con las manos. Este animal es de difícil identificación, pero semeja un león muy esquemático. Podría tratarse de Sansón agarrándole la quijada al león… En la otra cara del capitel, frente al jinete, aparece un ave con cabeza humana, una arpía de simple trazo, que parece sonreír.
2. Capitel de fina ornamentación geométrica. Es el típico motivo del entrelazo, o encestado, a base en este caso de triple hilo. Es heredero claro este capitel de los magníficos ejemplares que de lo mismo existen en Silos, más extensos, con mayor finura tratados, pero con hilo simple o doble, no triple como en Labros, donde el artista, minucioso en su trabajo, se entretuvo en su tarea con mimo. En la provincia de Guadalajara aún vemos, en diversos lugares, capiteles de este mismo aspecto: en la capilla del castillo de Zorita de los Canes, a donde llegó desde la cercana ciudad visigótica de Recópolis. En el ábside de Campisábalos, en la portada de Hijes. Es motivo muy utilizado en el románico español, que lo hereda de los trabajos previos de iluminación de letras capitales en códices más antiguos, y a éstos llega desde el oriental, bizantino. Este entrelazo o encestado, pudiera incluso estar relacionado con un posible simbolismo de “ofrenda” contenida en cestos. Todo ello recibido de diferentes y antiguas civilizaciones, elaborado y perdido su sentido concreto. En todo caso, este capitel entrelazado de Labros es una bella pieza románica en esta tradición.
3. Capitel en el que aparecen, ocupando sus dos caras, sendas representaciones de arpía, de rostros humanos sonrientes. Están tratadas con simplicidad, pero con acabado gusto. Cuerpos llenos, alas pegadas con marcada talla de plumas, y cabezas rudas. De difícil identificación estas arpías, y conocido simbolismo en el bestiario románico, en el que se les concede el valor de seres que atraen con su canto y su simpatía al viajero o navegante, para perderle y matarle. Puede tenerse como representación diabólica frente a la que es necesario precaverse.
4. El último capitel ya no existe. Se ha colocado en su lugar una pieza de superficies lisas que suplen su volumen. Fue robado cuando la iglesia, abandonada, estaba a punto de conocer su restauración. Pero han quedado muchas fotos y yo mismo lo contemplé repetidas veces, lo fotografié y lo estudié. Por ello puedo ahora completar el estudio de la portada diciendo que ese cuarto capitel lo conformaba una gran figura central, semejando un anciano de alto gorro y poblada barba, revestido de ropajes ampulosos. A este ser le acosan otros dos elementos zoomórficos, parecidos a monos o perros, que se le suben a la espalda, como tratando de herirle, morderle o inferirle alguna injuria. Al ser imposible la identificación iconográfica de la escena no se puede tampoco discernir el sentido iconológico de la misma. Aunque pudiera tratarse de un modo muy general, de un ser benéfico atacado por otros dos maléficos. La eterna lucha del Bien contra el Mal, en sus mil formas, venía a ser de este modo expuesta en este otro capitel.
Resumen de iconografía
No se puede hablar, en esta portada de Labros, de un programa completo, de una conexión de sus cuatro capiteles. Los motivos que en ella aparecen son claramente herederos de Silos y otros edificios norteños. Su aparición, simple testimonio del gusto de una época y un artista por colocarlos, como en la gran abadía benedictina, unos junto a otros, en sumación de efectos estéticos. Su carga simbólica hablaría muy claro, cada uno por si, haciendo de esta portada, en un muy secundario ramal de las rutas jacobeas, resumen breve de otras grandes portadas. Se constituye la iglesia de Labros, sin embargo, como un buen ejemplar, hasta ahora muy poco conocido, del románico molinés.
Es un dato a tener en cuenta el que aporta un viajero que se mueve con hondura y saber por los remotos caminos de España2. Firma como Juancar347 sus impresiones reflejadas en numerosas bitácoras, y dice de Labros que “La visión de esas arpías, o quizás, de esas sirenas que mantienen las crías sobre su lomo, tal vez no sea una visión demasiado sorprendente en un estilo que recurría a lo simbólico y lo mitológico para educar, previsiblemente en las facetas de virtudes y pecados, blanco y negro, cielo e infierno, a una población extremadamente ignorante, sin posibilidad de educación y fácilmente moldeable, como gustaba a prelados y señores. Ni tan siquiera en la presencia de los nudos eternos, magníficamente labrados, y sus posibles raíces célticas cabría tampoco sorprenderse, pues resultan elementos tan comunes como los otros, cuando no más. Ahora bien, cuando se ve a un solitario jinete que parece ajeno a la secuencia mostrada por arpías, nudos y sirenas, no se puede evitar preguntarse si cabe la hipotética posibilidad de hallarnos ante un elemento teóricamente poco frecuente en el románico de la provincia -al menos, en mi ignorancia, no recuerdo otro-, como pueda ser aquél sobre el que recaen nombres tan carismáticos como “el caballero verde” o caballero apocalíptico o, rizando el rizo cultural, caballero cygnatus, en clara referencia a una mitología, la celta, para nada desconocida en estas misteriosas tierras”. Viene a decirnos que ese caballero de Labros, que sin duda es uno de los personajes más llamativos y misteriosos a un tiempo de la iconografía románica en Guadalajara, está dictando en su sonoro y permanente silencio la riqueza de su expresión y la dificultad que se guarda en su interpretación. Todo un símbolo de la espléndida simbología pétrea de nuestros edificios medievales.