POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA
En 1760 Torrevieja sólo era una torre vigía, con algunas barracas. Dentro de la provincia, este tipo de construcción se halla únicamente localizada en el bajo Segura como vivienda popular rural-urbana. Su origen hay que buscarlo en la Murcia teniendo en cuenta algunas diferencias entre las de Torrevieja y las edificadas en la huerta.
Ascendiendo el Segura hasta la provincia de Murcia, existían barracas todos los pueblos. En Torrevieja se conservaron hasta hace treinta años, transformadas y con cubierta de teja: una en la calle Concordia número 55, dos en la calle Blasco Ibáñez números. Otra en la calle Pedro Lorca número 63. Todas restos de los cientos que fueron construidas en la población.
El factor determinante de su establecimiento fue el bajo coste y de los materiales ligeros empleados en su construcción –palos de pitera o restos de naufragios, cañas, esparto, arcilla y yeso-, los daba el terreno, y sus constructores eran los que pasarían luego a habitarlas. Otro motivo fue la frecuencia con que se sufrían temblores de tierra: ligera y de poca altura, reducía los riesgos de accidente en caso de seísmo.
Larramendi, encargado de la reconstrucción de los pueblos destruidos por los terremotos del año 1829, deja expresado en sus escritos el modo y motivos de su construcción para albergar los vecinos y construidas con los propios palos de sus casas derruidas y con cuatro esteras: “Parte de los habitantes se ha dispersado a diferentes pueblos más o menos distantes según sus relaciones, los demás se hallan abarracados. Aunque muchos han hecho barracas de alguna solidez las de mayor número son tan débiles y miserables que, sobre la mucha incomodidad que tienen en ellas las gentes, son de poquísima duración.”
Las obras de reconstrucción comenzaron con los fondos remitidos por Fernando VII. A cada propietario se le ofreció una casa por cada una destruida durante el seísmo o dinero con el que pudiera construírsela en otra parte; 104 propietarios pidieron que les fueran pagadas, levantándose barracas en los alrededores del nuevo casco urbano e invirtiendo el dinero conseguido en comprar barcas para pescar o hacer contrabando.
Ocurrieron otros terremotos durante el siglo XIX y las gentes construyeron y acudieron a las barracas frecuentemente: el 11 de abril de 1834, 24 de agosto de 1837, 31 de octubre de 1837, 4 de agosto de 1846, 14 de julio de 1850, 6 de diciembre de 1853, 23 de marzo de 1858, 10 de mayo de 1858, 15 de octubre de 1861, 19 de marzo de 1862, 25 de septiembre de 1866, 3 de febrero de 1867 y 30 de septiembre de 1867.
En el año 1846 había en Torrevieja 268 barracas y 642 casas. El mayor número en el barrio de los pescadores, norte de la población y en el barrio salinero del Acequión. En el centro de la población, lugar donde vivían las personas más acomodadas, el número de barracas eran considerablemente menor.
Carecía de cimientos, se construía directamente en el terreno, levantándose un murete o poyo, que tenía las funciones de servir de arranque de sus muros, protegiéndola del arrastre de las aguas de lluvia, de asiento para el descanso y para colocar los lebrillos, fregar la vajilla y lavar la ropa.
Los muros estaban construidos con piedras y argamasa de barro, revistiéndose el exterior e interior con yeso procedente de las yeseras de San Miguel. Las paredes interiores eran de cañizos con yeso, que era enlucido con otra capa de cal.
La cubierta se ejecutaba con inclinación distinta a la de la barraca valenciana, utilizándose como elementos estructurales lo que en el argot torrevejense es conocido como “alsavaron”, tronco de la pitera o tabloncillos de madera procedente de algún barco naufragado. Para la cubierta era de junco procedente de las redondas de las salinas, cosido con cordeta de esparto, formando una “cubierta de manto”. Para hacer ésta se agrupaba el junco en manojos del grosor que permitiera el círculo formado con los dedos pulgar e índice, atándolos con un cordel de esparto; después, estos haces se unían mediante un cordel “maestro” hasta completar una hilada capaz de cubrir la longitud deseada, disponiéndose otras dos filas con inclinación y escalonadamente, de abajo a arriba, hasta que los dos lienzos de la techumbre quedaban “mantados”. Para sujetarlos se utilizaban dos cañas por vertiente de aguas. La humedad de la lluvia deterioraba el junco, teniéndose que renovar cada dos años.
El pavimento era de tierra arcillosa batida, que las mujeres semanalmente le daban una capa de lechada de yeso, adornándola con cenefas de “azulete”, almagra u ocre.
La puerta estaba centrada en la fachada y a los lados una o dos ventanas pequeñas. Las fachadas laterales solían tener un tragaluz. Al traspasar la puerta principal se encontraba la “entrada” haciendo de comedor, donde estaba fogón sin chimenea, una orza dedicada al almacenamiento de agua y el botijo para beber; sobre la orza se colocaba la fregaza.
La alcoba era una pieza única compartida por todos los ocupantes de la barraca, estando separada de la entrada por débiles tabiques de cañizo y yeso, quedando velada por una cortina. Por la fachada posterior, por una puerta de madera se daba acceso a un corral dedicado a la cría de pollos, conejos y pavos; al fondo un retrete.
Casi todas disponían de “sostre”, dependencia que era usada para guardar los pertrechos de la pesca y del barco, accediéndose por medio de una escalera. Algunas disponían de un aljibe de pequeñas dimensiones donde se recogía el agua de lluvia por arrastre. Las barracas de Torrevieja eran más pobres y simples que las de la huerta de valenciana, por una inferior condición social de sus moradores: pescadores y salineros.
Tan importante fue la barraca en Torrevieja que está presente en su escudo: en el mar, los veleros utilizados para la exportación de su sal; dos barracas representan la incipiente Torrevieja que resurgió tras el terremoto del 29 de marzo de 1829; y la torre semiderruida ocupa el centro del escudo, recordando también aquella catástrofe.
Fuente: Diario LA VERDAD – VEGA BAJA. Orihuela, 8 de septiembre de 2014