POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA).
Los rumores sobre las actividades de los agricultores y ganaderos de la comarca de «los tollos», eran incesantes. La verdad es que tomaron tal auge que nadie era ajeno a cuanto allí se comentaba, por parte de los agricultores y ganaderos de Ulea.
Una y otra vez, el funcionario del Ayuntamiento de Ulea Ángel Martínez (El Alguacil), hijo de Apolinario Martínez Garrido y primo hermano de Joaquín Carrillo Martínez (muebles), mi padre, fue un hombre laborioso inquieto pero, sobre todo: honesto.
A pesar de ser funcionario del Ayuntamiento de Ulea, se le daba muy bien el oficio de fumigante; en especial de los árboles cítricos de la comarca de «los tollos», en donde tenía una buena parcela de terreno, heredada de padres a hijos, desde nuestro bisabuelo Ángel Martínez López (El Tío Orégano) y de María Garrido Gambín, nuestra bisabuela. Pero, no se limitaba a fumigar en el paraje de «los tollos» sino que lo hacía en toda la huerta de Ulea.
Su profesión oficial era Alguacil del Ayuntamiento de Ulea, pero su ilusión la tenía puesta en dominar todas las facetas de la fumigación de los árboles cítricos y frutales de hueso.
Para tal menester contaba con un equipo de cuatro operarios, a los que acompañaba cuando estaba fuera del servicio de Alguacil del pueblo de Ulea.
En un principio utilizaban la célebre petaca llena del líquido fumigatorio, colgada a las espaldas; dándole con la mano izquierda a una manivela para que saliera el líquido por una manguera que parecía salir en forma de aerosol, manipulada con la mano derecha. En ese grupo de trabajo no había ningún zocato.
Así estuvo fumigando durante ocho años, hasta qué, en el año 1961, montó un equipo más sofisticado; en el que los fumigadores no tenían que llevar la petaca llena de líquido, cargada a la espalda.
Usaban unos bidones grandes, en donde mezclaban el agua con los venenos anti plagas. Los bidones tenían un pequeño motor que accionaba dicha mezcla y los operarios solo tenían que manejar la manguera; fumigando dichos árboles.
A continuación, cubrían los árboles con una lona, con la finalidad de que murieran todos los bichos que causaban dichas plagas en los árboles y en sus frutos.
El laborioso Alguacil, cuando tenía vacaciones o varias horas libres, bajaba al lugar en donde se reunían todos los tertulianos, al amparo del almendro de la familia Ríos. En los primeros días se dedicaba a escuchar a todos aquellos que él conocía, y empaparse de la sabiduría popular de que hacían gala y, con posterioridad, subir a la pequeña loma que había debajo del mítico almendro en donde dio explicaciones de todo cuanto sabía y hacía en la extinción de las plagas de bichos que atentaban contra la salud de los árboles y de sus frutos.
Ángel (el Alguacil), un uleano laborioso, montó una pequeña industria para la fumigación de árboles y, cuando se jubiló de sus cargo de Alguacil, siguió cinco años más a plena dedicación en el oficio de fumigador.
Ángel, uleano honesto y emprendedor, dio una lección magistral en el Sanedrín, bajo el amparo del almendro de la familia Ríos.
FUENTE: CRONISTA