POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Desde que tengo consciencia de mi existencia, en el mundo en el que estoy viviendo,—desde principio del año 1943—he conocido a cuatro Guardas Jurado de las huertas y los tollos de Ulea.
El primero de ellos, Emilio Tomás Pastor, casado con María Soledad Ramírez Carrillo (La Frasquitona) . Emilio, un honesto ciudadano uleano, ajado por los años y por los inconvenientes de los tiempos en los que le tocó vivir, le recuerdo con su sempiterno callado y tocado con un pantalón de pana, una blusa y su gorra. Eso sí, acompañado de su fiel compañero : su perro. Vivía en la calle O¨Donnell; antigua calle Mayor.
El segundo, llamado Martín González Ramírez; casado con Sacramentos, vivía en el callejón del horno de Juan de Dios y Adelina. Hombre callado y trabajador, cumplía con su trabajo a las mil maravillas.
El tercero, Jesús Cutillas Abenza, que vivía en una cueva–chamizo, junto a la carretera que une a Ulea con la Autovía Cartagena a Madrid, pasado el molino de Damián Ruiz. Era un eficaz Guarda Jurado
El cuarto, el más joven, José Antonio López Garro (El Morenico),casado con Carmen Medrano; hija del Tío Cartagena, que vivía en la calle Cervantes. El hijo de la María del Moreno, como en el pueblo se le conocía, era un hombre jovial y comprometido con el trabajo que debía realizar.
Todos ellos custodiaron las huertas del pueblo, de la morra, del camino del barco viejo, de la rambla y de los tollos. No solo custodiaban sino que procuraba que nadie atentara, ni cometiera ninguna tropelías en las fincas de los uleanos. Todos ellos tenían una gran sensibilidad humana y eran conscientes de la época en que se vivía y la hambruna existente.
Como yo vivía con mis abuelos en la cueva de la costera de Verdelena, en los tollos, aparecían cuando menos los esperábamos, por entre los árboles, con la finalidad de no ser vistos, por nadie y menos; por los que pensaban aprovecharse de algunas frutas o animales de corral de los agricultores del paraje de «los tollos».
Todos ellos conocían perfectamente a mis abuelos y, además, de vez en cuando almorzaban con ellos , junto al canal del agua de riego. A dicho ágape mañanero, les solía acompañar cuando no tenía que acudir a la escuela y los fines de semana. Me trataban muy bien e, incluso, me daban un poco de lo que llevaban en sus fiambreras: sabían que andábamos un tanto escasos de recursos
Charlaban con mis abuelos, se fumaban un cigarro al aire libre y, además, desde allí oteaban en lontananza todas las huertas del paraje de los tollos.
Confesaban que su misión era custodiar los bienes agrícolas de los maltrechos agricultores; teniendo en cuenta que los niños pequeños—también algunos adultos—aprovechaban la oscuridad de la noche para hacerse de algo para poder comer y no acostarse con el estómago vacío.
Es verdad—decían ellos— que, algunos, robaban cajas o sacos de frutas y de cuanto se cultivaba en dichos parajes de Ulea.
Emilio y Jesús, le contaban a mi abuelo que comprobaban cuando un niño de corta edad, cogía una naranja, o una mandarina, o una fruta cualquiera para chuparlas o comérselas lo más rápido posible y, de esa manera, evitar ser vistos. Algunas veces, los veían y «hacían la vista gorda» ¡¡Hambre pura y dura!! Se nos caía el alma, le decían a mis abuelos. Sí, eran tiempos muy difíciles.
Como contra partida, también había rateros que robaban para venderlas, con el consiguiente enojo de los agricultores que se pasaban todo el año trabajando para poder coger sus cosechas.
Los cuatro fueron sabedores de las tertulias que se organizaban bajo el almendro de la familia Ríos Torrecillas y Ríos Carrillo. Sin embargo, aunque alguna vez almorzaron con ellos y escucharon las pláticas de otros agricultores qué, quizá, «tenían menos tablas que ellos, como oradores»
No obstante, «el morenico» subió a la tribuna y les explicó cual era su misión; los turnos que hacían y el comportamiento de la ciudadanía.
Algunas veces, el morenico se lamentaba de que hubiera personas desaprensivas que solo pensaban en esquilmar los productos de la huerta, sin pensar en las penurias de los agricultores y sus familias. Para ellos caía todo el peso de la sanción correspondiente e , incluso, la cárcel.
FUENTE: EL CRONISTA
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