NOSTALGIA
Dic 26 2022

POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA (ALICANTE).

«Los Pastores de Belén» en el Círculo Católico

Al estar próxima la agonía del año que previamente nos ha hecho vivir el Adviento con su calendario y regalos escondido detrás de sus ventanas para los niños, llegamos a esos días entrañables de la Navidad, actualmente con la presencia de un personaje venido desde las frías tierras del Polo, sobre un trineo tirado por renos cargado de obsequios.

En la infancia de las personas de mi edad, no era así. Esperábamos una vez iniciado el nuevo año la llegada de la Epifanía, y con ella los Reyes Magos de Oriente. Siempre pensaba el porqué no arribaban con sus dromedarios unos días antes, ya que una fecha después empezaba el colegio, y apenas nos daba tiempo para jugar con los regalos que nos habían traído.

Efectivamente, los tiempos cambian, y en nuestra cultura se han ido introduciendo cosas nuevas, con las que podremos estar o no de acuerdo. Pero en mi caso no me parecen mal del todo estas modas, siempre y cuando no se pierdan las costumbres anteriores heredadas de nuestros mayores. Tradiciones que recordamos entrañablemente como parte de nuestra niñez vivida junto con nuestros seres queridos, dentro del contexto de la Orihuela de hace más de setenta años. En concreto: nostalgia, no como sentimiento de tristeza sino con afecto a tiempos pasados en los que fuimos felices.

Y esa añoranza nos lleva a muchos recuerdos. Ahora no es como antes; en la despensa hay de todo, incluso productos que en nuestra tierra no son de temporada y que nos llegan desde otros países. Entonces, servir en la mesa un pollo cocinado era un lujo para días señalados, en los que se reunía la familia. Se le criaba con mimo, al igual que al pavo que era sacrificado como un protagonista más de la Navidad. Y solía producirse un drama cuando a dicha ave le llegaba la última hora. A veces se resistía, como en una ocasión en que tras cortarle el cuello, el pavo salió corriendo por el pasillo de mi casa. Ocurría algo parecido cuando los Reyes te ponían un cabritillo vivo, y al llegar el momento en que era imposible mantenerlo en el domicilio llegaba una persona que se lo llevaba y todo eran lágrimas y lamentos.

Pero, como otras veces he rememorado, para los niños de aquella época las fiestas navideñas comenzaban después del sorteo del Gordo. Recuerdo como nos llegaba desde las casas el canto de los niños de San Ildefonso a través de aquellos aparatos de radio con muchas lámparas. En esos momentos el ambiente de Orihuela se llenaba con la aroma de los dulces navideños, que salía de los hornos de PepaIsmael o del Obispo, después de haber sido elaborados por nuestras madres y abuelas. Mis padres, la noche anterior habían terminado de montar el belén, con una montaña fabricada con papel, engrudo y pintura y un río realizado con papel de plata cubierto con un cristal. Allí había de todo: figuras de pastores, ovejas, dromedarios, pollos, patos y palomas, los Reyes a caballos y sus pajes con los dromedarios que aún conservo, la posada, la anunciación a los pastores y el Niño Jesús en una cuna de mimbre. Entre todas las figuras me gustaba la de un pastor, intentado levantar a un borrico que se había caído con sus alforjas cargadas de manzanas, al cual llamaba Jusepe por su analogía con el personaje de «Los pastores de Belén», que en los días de Navidad se representaban en los teatros del Oratorio Festivo y del Círculo Católico.

Ya de vacaciones, era un ritual la visita a los belenes que se instalaban en el Asilo, las Salesas, Capuchinos, San Francisco y algunas iglesias. Pasábamos parte de la tarde en el Paseo y la Glorieta jugando al marro, a píndola o a policías y ladrones. En la mañana del día de Nochebuena se celebraba el mercado navideño con la «recoba», y por fin la cena con toda la familia en el taller de la sastrería de mi abuela María y de mis tíos Luis Jesús, que noches antes habían velado para terminar los trajes que les encargaban para estrenarlos el primer día de Navidad.

Cena espléndida en la que no faltaban los mantecados, las toñas «escaldás», los almendrados, los polvorones y los turrones. Después toda la familia íbamos a la Iglesia de San Juan para oír la Misa del Gallo. Un año me vistieron de monaguillo, para portar la bandeja de las limosnas que se recogían al dar el beso en el pie a la imagen del Niño Jesús. Pero con tan mala fortuna que se me cayó la dichosa bandeja y tuve que recoger aquellas monedas de «perro gordo» y «perra chica», de diez y cinco céntimos, que llevaban un jinete armado con una lanza.

El primer día de Navidad se volvía a repetir el comensalismo familiar, y mi padre como veterinario tenía que almorzar rápido para ir a la Plaza de Toros, en la que se celebraba el primer festejo taurino de la temporada en toda España, que solía terminar con un sorteo de regalos, entre ellos, algún novillo o una máquina de coser. Antes de comer era obligado, tras dar las Felices Pascuas a los mayores que se nos entregaran el aguinaldo, que era frecuente con una peseta y en caso excepcional «un duro» o cinco pesetas. Luego dos días más de fiesta, y en sus tardes al cine del Oratorio, hasta llegar al 28 de diciembre con las «inocentes inocentadas» o «los inocentes pagan». Después se cerraba el año con la Nochevieja en familia, siguiendo las doce campanadas del reloj de la Puerta del Sol de Madrid, a través de Radio Nacional de España, en la que se daba comienzo el año con un pasodoble.

Todo ello lo recordamos con nostalgia y con la alegría de haberlo disfrutado con seres queridos, recordando aquellos villancicos como «Campana sobre campana», que sigue tañendo en nuestro corazón. Feliz Navidad y próspero Año Nuevo.

FUENTE: https://www.informacion.es/opinion/2022/12/24/nostalgia-80356561.html

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