POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN (JAÉN)
Mira, paisano, la actualidad nos da argumentos sobrados para hacer de cualquier asunto el motivo oportuno de estas líneas, pero hoy puedo hablarte del recurrente tema de la Noche de Reyes como el paradigma de la ilusión, aunque los Reyes Magos tienen una cuenta pendiente conmigo desde hace años.
No podré olvidar aquella noche de recuerdos infantiles cuando henchido de ilusión puse mis zapatos escolares en el balcón y me los robaron. Desde entonces no volví a fiarme de los Reyes Magos, ni de los plumeros de sus pajes, ni de las barbas de mentira, ni de los negros de betún, ni de los oropeles de purpulina, ni de las joyas de hojalata, ni de los diamantes de culo de vaso. Me consolaron diciéndome que tal vez se los había comido un camello. Desde entonces comencé a tomar conciencia de que el mejor regalo es que no te quiten lo poco que es tuyo, y cada año les escribía la misma carta: «Queridos Reyes Magos: ¡Devolvedme mis zapatos!«
Sigo pensando que a este mundo nuestro lleno de contrabandistas de desencantos le sobran contables y le faltan poetas: ¡Menos “tíos del saco” y más “tíos de los globos! La vida no es, en modo alguno, un cofre en el que se atesoran los años. Es en sí misma la contemplación del cofre sempiternamente cerrado lo que nos mueve a saber, a conocer, a imaginar, y con ello a desgranar la existencia hasta hacernos con sus más mínimos entresijos. Viejo es, por tanto, quien se niega a ser un mundo nuevo cada día, un universo de estrellas cada noche, el gallo que canta por la mañana, el atardecer púrpura, la luna llena, el sol de media mañana, el aire de cada instante respirado, la brisa que mece las hojas, el soplo que como un suspiro nos lleva a amanecer mañana para arbitrar las luchas de los perros con los astros. Viejo es quien se resigna a ignorar para siempre lo que esconden las entretelas de este juguete, a veces ameno, a veces caprichoso, a veces incomodo, pero siempre excitante, que llamamos vida.
¡Ah! Queridos Reyes Magos, la copita de aguardiente que cada noche del cinco de enero os he dejado todos estos años ha sido de garrafón. ¡Lo uno por lo otro, y estamos en paz!