POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
CAPÍTULO III
Los ojos de Cosme serían siempre los de su hermana Catalina, pocas veces los de su otro hermano, Álvaro, siempre pergeñando aventuras en su cabeza, demasiado altivo, como le dijo una vez su padrino Miguel Quirós y Tuñón, con motivo de una visita que hicieron a Santa Eulalia de Abamia.
A la inquieta Catalina se le hacía pequeño el jardín del palacio familiar y siempre intentaba convencer a cualquiera de la casa -especialmente a la guardesa o a su maestra- para que la llevasen a este o aquel lugar.
Ir hasta cualquiera de los pueblos de los alrededores era una fiesta para ella.
Evidentemente tenía lugares predilectos, como veremos.
Nunca se le olvidará el día que fue con su maestra Beatriz García Martín a ver cómo se construía la capilla de Santo Domingo de Guzmán, en el lugar conocido como Palacio de Parres, en su parroquia de San Juan, no lejos de casa.
Bernardo de Acebes era el encargado de las obras y le llamó la atención la curiosidad que manifestaba la pequeña Catalina en sus preguntas. No es que Bernardo le fuese a explicar nada del estilo barroco popular de la capilla, de dovelas, impostas, capiteles o saeteras de doble derrame, pero sí del porqué del lugar elegido para edificarla.
La estampa del fundador de la Orden de Predicadores que le regaló el maestro de obras estuvo siempre sobre su mesilla de noche, en un portarretratos de caoba que le había regalado su nodriza, María Hevia, de Campulolla de Buejes (Huexes-Güexes).
Tendrían que pasar bastantes años hasta descubrir que aquella imagen de Santo Domingo reproducía la que Guido di Pietro (conocido como Fra Angélico) había pintado tres siglos antes. Llegar a casa y contarle a Cosme todo lo que había visto era como una obligación para ella, y la sonrisa de su hermano invidente la colmaba de felicidad.
Jerónimo de la Vega Cortés era el esposo de María, la nodriza de Catalina y de Álvaro.
Este apreciado vecino de Cuadroveña siempre estaba en boca de todos los que trabajaban en la casa. Él era el encargado de la ganadería y vivía con su mujer en una casita cercana, propiedad de la familia a la que servía. Lo que más llamaba la atención en su trabajo es que hablaba con los animales como si de personas se tratase, de forma que -por ejemplo- le preguntabas por la vaca “Heroica” y te contaba una historia de la misma que más parecía que hablase de Juana de Arco que de una vaca del establo. Del toro semental “Pelayo” contaba fábulas y relatos personificados como si de una prosopopeya de Cervantes se tratase.
Cumplidos los 18 años, Catalina se había convertido en el ojo derecho de casi todos los miembros de la familia y de los trabajadores de palacio.
Su padre Ramiro había puesto los ojos en Bartolomé Caballero Astobiza como un buen “partido” para Catalina, dado que era el mayorazgo de la vizcaína Casa de Balmaseda, cuyo padre vistió -junto con Ramiro- el militar hábito de la Orden de Santiago y ambos habían cursado estudios militares en Toledo en su juventud.
Pero Catalina se había fijado en uno de los empleados del Ayuntamiento de Parres, edificio que por aquellos años estaba en Bada (1693-1756), de modo que -con el pretexto de visitar a la conocida familia de Manuel Francisco de Noriega Pérez Estrada (juez por el estado noble del concejo de Parres) en la casa solariega más antigua del concejo -conocida como La Pedrera- Catalina solía acercarse hasta la austera y humilde casa consistorial solo para ver si por allí encontraba a Julián Estrada Quesada, tres años mayor que ella, residente en una pequeña casa del mismo pueblo y cuyo abuelo había sido mayordomo de la capilla de la Balesquida, en Oviedo, fundada en el año 1232 y bien conocida en toda Asturias.
Con nadie había comentado Catalina esta predilección por el escribano Julián, y en una sociedad como aquella donde el analfabetismo era lo habitual, ella sobrevaloraba el trabajo de quien tenía como misión dar fe de toda la documentación que llegaba o se expedía en el ayuntamiento, él era quien se hacía cargo de la redacción, escritura, transcripciones, sentencias, ordenanzas, decisiones y acuerdos municipales. Como archivero municipal llevaba consigo la llave del archivo como si la del sagrario de la cercana iglesia de San Juan se tratase.
Su sueldo de 650 reales de vellón era uno de los más cotizados en Parres, donde no se exigía haber cumplido los 25 años para ejercer el cargo, cuando él tenía 21.
Su aspiración era asentarse en una ciudad como Oviedo, donde el sueldo podría alcanzar los 2.200 reales, bien es cierto que ser escribano de número precisaba de un examen previo pero, por tratarse de un cargo venal, debía comprarlo a la Corona.
Aquel escribano del Ayuntamiento de Parres -el ovetense Julián Estrada Quesada- dominaba muy bien su trabajo, siempre meticuloso y ordenado, hasta tal punto que no pocas veces era llamado por alguno de los notarios de los alrededores para dar fe por escrito de los muchos actos para los que eran requeridos, como compras y ventas, donaciones, testamentos, codicilos, etc.
Cuando en la actualidad leemos alguno de aquellos documentos de enrevesada caligrafía, observamos con qué detalle se acotan todas las posibles derivaciones de su contenido, de forma que no quede resquicio alguno para su interpretación y correspondiente ejecución.
Un ejemplo puede ser el del testamento de Melchor de la Fuente Vigil, vecino de Cofiño, que – entre otros muchos detalles dice- “hecho y cumplido y pagado este mi testamento, legados y mandas, nombro por mi heredera a mi hija Elena de la Fuente Cabal y a los hijos legítimos de su legítimo matrimonio, si los tuviere; si así no fuese y nos los tuviere nombro a mi sobrino Vicente y al primer hijo legítimo que tuviere como heredero de mis bienes libres en Pandiello y Villar. Ytem digo que mi yerno Moisés Mier Llano ha de vivir con mi hija Elena en mi casa y hacienda hasta dejar heredero que en ella viva y resida y se llame de mi apellido, pena de perder todo derecho y herencias de mis bienes libres. Ytem más, mando que mis bienes no se dividan y que no se mueva pleito por ello y que se socorra a mis amigos y vecinos pobres”.
Evidentemente este tipo de documentos notariales son muy extensos, donde se citan los testigos presentes cuando se redactan aquellos y un sinfín de minuciosidades para que no queden posibles casos sin resolver si se presentasen.
Las demandas ocasionadas por los muchos bienes que heredaban algunos mayorazgos daban lugar a dilatados litigios que -en algunos casos- se prolongaban durante tantos años que llegaban más allá de la muerte de los que los promovieron.
En más de una ocasión hubo litigios que seguían sin resolver en juzgados, notarías o Real Audiencia, cuando la rama troncal de la familia interesada ya se había extinguido. Anotamos entonces que Catalina se había fijado en Julián; veremos si éste se da por enterado de la situación y -en ese hipotético caso- cuál será su actitud… o la del padre de Catalina cuando -más adelante- vea que al mayorazgo de la vizcaína Casa de Balmaseda le ha salido un inesperado competidor, honrado pero sin hacienda ni fortuna.