POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Cuando pasen los Reyes Magos, que es la Pascua de Epifanía, manifestación de un Dios hecho niño, percibiremos que el dorado de la luz de los atardeceres se retrasa. La indiferencia de los días labra sobre los corredores de la vida con una celeridad pasmosa. Seguramente no hay mejor antídoto para que el tiempo razone sin deslizarse sobre el rito de la memoria que concebir, en cualquier época, nuevos entusiasmos, hábitos apasionados y transformaciones inesperadas en nuestras prácticas cotidianas. Estoy seguro que lo mejor que puedo ambicionar para este nuevo año son felices excitaciones, ilusiones inalcanzables, aspiraciones inconfesables y un desorden ficticio, de manera que la rutina no me fustigue enviándome hacia una vida apocada y decaída.
Todo pasará muy deprisa. Los almendros serán los primeros en permitir el desahogo y la rapidez de la flor que brota ansiosa para enhebrarse a la vida. San Blas no anunciará cigüeñas porque ya han dejado de ser huéspedes. Luego llegará un tiempo sin orden ni concierto que trastornará los sentidos. Porque se quiera o no, la juventud es un disparate, la madurez es una lucha y la vejez un remordimiento. Así, bajo la revolución de un desordenado juicio y el desgobierno de un entendimiento perturbado renacerán las dos Españas que siempre han sido: don Carnal y doña Cuaresma.
Entre el sol y el frío, bajo las locuras de los últimos días de febrerillo, una luz a medio hacer surgirá para despertar nuestros sentimientos. Los fogones servirán potajes de vigilias. El martirio y la muerte visitarán las calles para que muchos pronuncien que no son más que obras de arte. Desde la otra orilla, Él asumirá y aguantará, entenderá, callará y amará. Lo viene haciendo desde siglos. Repicarán de nuevo las campanas tocando a fiestas por la vida. Aparecerán los demonios de los rincones y la fiesta de la primavera lucirá su hermosura. Acudirán días de romería resultando ser necesario saborear el mejor vino de una pitarra recién pinchada. Por esas fechas al campo sólo le faltarán un par de brochazos para que acabe y complete el bodegón de todos los años.
Un día percibirás que todo se excita con el movimiento de un cuerpo atractivo ceñido a un llamativo traje de color azul cruzando la calle. En la esquina una viejecita saca la mano suplicando una moneda. Y sin saber por qué, habrá llegado la velá de San Antonio. Se manifestará el verano y la memoria traerá por sus laberintos la suavidad del agua fresca de la alberca y la sombra de la higuera. En La Carihuela, sobre las barcas de los chiringuitos, se doran los espetos. En septiembre se apuntalan los palos de la Feria y aparece un fogonazo para anunciarnos que el gozo ha llegado. La gente entra y sale de la iglesia para dar gracias, porque la buena gente agradece más que pide.
Después despuntará la luz tamizada, el bochorno del membrillo y los chaparrones del dios de octubre proclamando la otoñada. Las orzas producirán ese punto con sabor a grandeza de las primeras aceitunas aliñadas. Las ausencias blanquearán nichos y colocarán crisantemos. Un perro peregrino que conoce bien la noche, “Miserias”, al que persiguen, aunque él no se inmuta, buscará refugio en los portales donde hay gente que duerme entre cartones pasando frío. Han vestido a los maniquíes de temporada. En la radio suena ya el primer villancico y es que otra vez viene, ha vuelto la Navidad y el sueño de los Reyes Magos. Así todo como el verso “ayer se fue, mañana no ha llegado, hoy se está yendo todo sin parar”. El desgaste que produce el tiempo jamás podrá con la mejor sintonía que generosamente me regala la vida: la libertad. Por ella, un año más, seguiré en el hermoso oficio de escribir sin renunciar, en absoluto, al almanaque que me trae la lucidez de la palabra, los quehaceres y los días.