POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)
En una visita inesperada, hace yalgunos años, a la casa que habitó Manuel de Falla muy cerca de la Alhambra, en el callejón de la Antequeruela Alta, donde todo se dispone y conserva como él y su hermana Carmen lo tenían, me llamó la atención un bello rosario, bien conservado en una vitrina, al que la persona que nos guiaba lo presentó como «el rosario canario de D. Manuel de Falla», que le fue «regalado por unos amigos canarios». Aquella pieza me recordó enseguida como Canarias, una vez más en su papel de puente entre continentes, fue testigo del paso del maestro camino de Argentina en octubre de 1939. El día de su llegada al puerto de Santa Cruz de Tenerife, la prensa isleña recogía ampliamente la noticia del primer viaje a América del compositor, que estrenaría su ‘Suite Homenajes’ en Buenos Aires, a la vez que dirigiría unos conciertos en el afamado Teatro Colón con motivo del XXV Aniversario de la Sociedad Cultural Española. La motonave italiana ‘Neptunia’, con 1.100 pasajeros, había arribado al puerto tinerfeño a las 5 de la madrugada del sábado 7 de octubre de 1939, zarpando a las 12 del día siguiente. Sería, sin imaginárselo, la última tierra española que vería en su vida. Una despedida en los muelles santacruceros con un ‘hasta pronto’, se le convirtió en un ‘hasta siempre’.
Y es que, por donde quiera que se rasque un poco, se podrán encontrar rastros innumerables de la vinculación de estas islas al mundo de la música a través de los siglos, de muchos de sus más célebres personajes, como puede ser este caso o el que estas navidades se ha recordado en la Casa de Colón, el de Camille Saint-Saënz, de grandes compañías, de espectáculos que no sólo no se olvidaron nunca, sino que dejaron profundas raíces.
Junto a ello, se debe considerar como el turismo, a través de diversas épocas, de las diferentes modalidades y prácticas que oferta, ha permitido una comunicación, un conocimiento, un intercambio, un influjo poderoso entre distintos pueblos y culturas, que han llegado a ver afectadas -la mayoría de las veces, casi sin darse cuenta- muchas de sus señas de identidad, sus costumbres más propias, al entrar en contacto con este fenómeno, en especial el conocido como de masas, que pasará a la posterioridad como uno de los rasgos más propios del siglo XX y de lo que va del actual. Sin lugar a duda alguna, y si ya lo era décadas atrás, en adelante será imposible separar turismo de cultura, entendido este concepto como la expresión de aquella forma que el ser humano tiene de comprender, asimilar y vérselas con su realidad.
No es de extrañar que el insigne periodista grancanario Francisco González Díaz, en una obra premonitoria y muy adelantada para su tiempo, ‘Cultura y Turismo’ (1910), señalara a sus paisanos, al comenzar su relación con el turismo como factor de progreso para la isla, que «…con laborar, con producir, creemos haber cumplido toda nuestra misión, y en el mundo hay más. Hay objetivos de mayor altura e importancia, hacia los cuales debemos encaminarnos. Debemos cultivarnos para que la acción exterior nos encuentre bien dispuestos y nos fecundice. Debemos partir de nosotros mismos para levantar nuestro edificio propio, para tener huerto y jardín…». La disyuntiva sobre la propia identidad, la colonización cultural y la acción positiva de corrientes culturales externas, quedaba ya esbozada en su texto, y trasladada al campo del fenómeno del turismo, incipiente en aquellas fechas e ineludible en las actuales.
Quizá es pronto para hablar, categóricamente, de la existencia de un ‘turismo cultural’ en Canarias, si se tienen en cuenta los parámetros en que esta modalidad o especialidad viajera suele moverse. Sin embargo, tampoco estamos demasiado lejos, incluso en sus ámbitos y contenidos más clásicos, pues como señaló hace años, con enorme acierto, el entonces director del Festival de Música de Canarias, Rafael Nebot, con el orbe cultural, con este Festival –al que se unen otros como la Temporada de Ópera de Las Palmas de Gran Canaria, los de Jazz, o los de otras músicas actuales o alternativas-, «…hemos logrado dar un prestigio cultural a Canarias en todo el mundo, ajeno al sol y las playas…». Turismo y cultura -la música aquí ha sido siempre un componente esencial de la misma para los isleños- van de la mano indisolublemente y, sobre todo, cuando se habla de ‘excelencia del turismo’. No es necesario recordar la larga historia musical de las islas, con maestros, músicos y críticos destacadísimos, con hitos como la Sociedad Filarmónica de Las Palmas, la más antigua de toda España, o con los treinta y nueve años del Festival de Música de Canarias, nacido a instancias de Jerónimo Saavedra Acevedo, en su etapa de Presidente de la Comunidad Autónoma, que no sólo constituye un capítulo fundamental de esa historia, con una repercusión enorme en todo el orbe musicológico insular, sino una página excelente a nivel internacional, que atrae sobre las islas las miradas más interesantes y menos esperadas. Las que atraerán, este invierno isleño, los casi sesenta conciertos, ocho grandes orquestas, destacadas batutas, solistas, músicos de cámara y partituras de todas las épocas, que harán sonar la música clásica en toda Canarias del 12 de enero al 11 de febrero próximos.
El telón del Festival se levanta un año más y se nos ofrece, tras casi cuatro décadas, como una de las grandes tradiciones y rituales actuales de cada invierno en las islas, muy esperada, tas los días de la Navidad, por propios y por muchísimos foráneos, que lo toman ya como una disculpa, o atractivo, para disfrutar aquí de unos días de descanso. Se levanta el telón de Festival de Música de Canarias y se abre nuevamente una puerta al prestigio de las islas, a su merecido puesto, como escribió González Díaz, «…en la asamblea de las gentes cultas…» de todo nuestro mundo.
FUENTE: https://www.canarias7.es/opinion/firmas/musica-turismo-prestigio-20230110220837-nt.html