POR JOSÉ LUIS ARAGÓN PANES, CRONISTA OFICIAL DE CHICLANA DE LA FRONTERA (CÁDIZ)
En la noche del 8 de enero de 1827, ya entrado el nuevo día, fallecía en Cádiz a los 64 años de edad, en la calle Santísima Trinidad número 5, Antonio Nicolás Cabrera y Corro, magistral de la catedral de Cádiz. Aquel infausto día –escribió el padre León Domínguez, uno de sus biógrafos– fue un día de luto universal y llanto para todos los gaditanos. Había muerto el “padre de los pobres”.
El finado había nacido en Chiclana de la Frontera, el 30 de diciembre de 1762, en una familia de artesanos: su padre carpintero, su madre de familia de panaderos. Era de inteligencia lúcida, inquieta. Del mismo modo poseía una curiosidad innata y abierta al estudio. En su niñez y adolescencia trabajó en la tahona familiar repartiendo pan diario en una de las cuatro esquinas del centro de la villa. La influencia del clérigo Juan de Alva Meléndez –pariente de su abuela materna– o de José Muñoz Raso, doctoral de la iglesia de Cádiz y avecindado por temporadas en la villa chiclanera, despertó en el joven el interés por el conocimiento de las ciencias y la literatura, señala la doctora Paz Martín Ferrero en su magnífico libro, “El Magistral Cabrera, un naturalista ilustrado”, del que tomamos datos biográficos. Tutelado por el clérigo y sintiendo la llamada de Dios –estaba convencido de su vocación sacerdotal– ingresó como becario en el Seminario de San Bartolomé en Cádiz, siendo uno de sus alumnos más brillantes y distinguidos de su época. Tras cursar sus estudios de Filosofía y Teología, a pesar de las graves dificultades por la que atravesaba el seminario, se gradúa como maestro en Artes por la Universidad de Sevilla y posteriormente se doctora en la antigua Universidad de Osuna. Así, con veintiún años, nos dice la doctora Martín, comenzó a impartir clases como catedrático de Filosofía en el Seminario de San Bartolomé. Al tiempo conoce importantes hombres de ciencia. Estudia en el Real Colegio de la Armada –futura Facultad de Medicina y Cirugía– Anatomía y Fisiología, pero sobre todo Botánica; disciplina en la que destacaría como investigador. En 1790 a la edad de veintiocho años obtiene por oposición el curato del Sagrario de la Santa Iglesia catedral de Cádiz.
En 1792, una vez suprimida la Casa de la Contratación en Cádiz, Cabrera es nombrado responsable de la Comisaría de Guerra, encargado de anotar y registrar los fletes de los buques de la Armada que iban las colonias de ultramar. Dos años más tarde ocupará un nuevo cargo: comisario interventor de la Real Hacienda. Durante este tiempo conoce a científicos de la talla del gaditano Celestino Mutis (1732-1808), Alessandro Malaespina (1754-1810), Martín de Sessé (1751-1808) y Mariano Mociño (1757-1820). Relación especial mantuvo –“a posteriori”– con los botánicos Mariano Lagasca (1776-1839) y Simón de Rojas Clemente (1777-1827) quién impuso el nombre de “Fucus Cabrerae” (1807) a una alga en honor de Cabrera.
Durante la epidemia de 1800 que afectó a Cádiz –también a Chiclana y la bahía– entabló amistad con el general Francisco Solano (1768-1808). Por su labor atendiendo a los enfermos el Cabildo de Canónigos le otorgó la licencia de Examinador sinodal. Su fama de hombre bueno y piadoso se extendió por la ciudad. En este periodo queda vacante la canonjía magistral al fallecer su titular en la epidemia. Cabrera se presentó a la oposición y la ganó. Al conocerse la noticia los pobres de la población, a quienes tanto había socorrido, echaron las campanas al vuelo de las iglesias de la ciudad. A partir de entonces abandona sus cargos civiles dedicándose al cuidado del alma –y corporal– de sus feligreses, además de la Botánica. Estudió las algas de La Barrosa recibiendo por ello un reconocimiento internacional. Y al estallar la Guerra de la Independencia realizó funciones de capellán en los Cuerpos de Voluntarios de Cádiz. Además, el magistral contribuyó a la fundación, en 1813, de la Real Sociedad Económica Amigos del País de Cádiz y a la climatización de la cochinilla mexicana en la provincia.
Más de cien años después el cronista de Cádiz, Serafín Pro Ruiz, escribió en su efemérides: “El día 10 su cadáver fue conducido en el seno del cabildo eclesiástico a la catedral donde se le hicieron las honrosas fúnebres y concluido estas fue trasladado al cementerio católico acompañado de la Venerable Hermandad de san Pedro y otras hermandades y cofradías de la ciudad. En su tumba el doctoral de la catedral y antiguo discípulo suyo, Juan José Arbolí, escribió el epitafio: “Pasó haciendo el bien] (…) Aquí yace el polvo del hombre benéfico, del orador elocuente, del sabio modesto, del sacerdote piadoso, del Magistral D. Antonio Cabrera. (…) Alumnos de la Sabiduría no borren vuestras lágrimas este epitafio pueden también leerlo y llorarlo los pobres de Jesucristo. R.I.P.A.”
En Chiclana se le recuerda con cariño, con respeto, con el orgullo de haber sido un preclaro hijo de esta tierra.
Bibliografía:
-MARTÍN FERRERO, P. (1997): “El Magistral Cabrera, un naturalista ilustrado”. Diputación Provincial de Cádiz y Ayuntamiento de Chiclana. Línea Offset, S.L. Chiclana.
-PRO RUIZ S. (1938): “Entierro del Magistral Cabrera. Efemérides gaditanas”. En «Gente conocida», revista trimensual ilustrada. Director Eduardo de Ory. Año II, nº 34. Cádiz, 13 de enero de 1938).