POR CARMEN RUIZ-TILVE ARIAS, CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO
Febrero se estrena con la fiesta de San Blas, en la que tradicionalmente los ovetenses vamos de visita hasta la iglesia del monasterio de San Pelayo, donde la imagen del santo, a la derecha, nos recibe en la postura de llevarse la mano a la garganta, siendo como es patrona de sus males. A San Blas, obispo armenio del siglo IV, martirizado, se le atribuye algún milagro relacionado con el atragantamiento con espina de pescado. Su imagen, de gran devoción en Oviedo, estuvo durante siglos en el convento de Santa María de la Vega, ese por cuyos terrenos se les ocurre a algunos ahora proponer vial. En la noche del 30 de julio de 1854, aquellas monjas abandonaron por la fuerza su monasterio para trasladarse al hermano de San Pelayo. Llevaban consigo, en carro, cuesta de la Noceda arriba, sus preciadas piezas de orfebrería e imaginería, entre las que se encontraban la figura y reliquia de San Blas y el archivo, denominado el Fondo Documental de Santa María de la Vega, custodiado ahora entre los extraordinarios fondos de San Pelayo. La fiesta, el 3 de febrero, se mantuvo en el nuevo refugio y todavía hoy muchos ovetenses la tienen presente para pasar por allí a lo largo del día, aunque ya no estén en los alrededores las clásicas romerías de las naranjas ni los puestos de rosquillas del santo. Aquellas romerías, de los tiempos en los que en Asturias se cultivaban naranjas, las describen Canella, Palacio Valdés y Sara Suárez Solís, ahora sólo refugiadas en los renglones.
LAS PAREDES OYEN
Se hace ahora oportuno decir algo sobre la ley de la Memoria Histórica y su aplicación en Oviedo.
En este último tiempo y a lo largo de cuatro semanas ya, y lo que te rondaré, nos hemos reunido un grupo de once ovetenses de variada condición, convocados por el señor alcalde, para reflexionar, con el callejero de Oviedo a la vista, sobre las posibles vinculaciones de algunas calles con aquello a lo que alude la mencionada ley, que en su artículo 15 dice: «Las administraciones públicas, en el ejercicio de sus competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativos de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la guerra civil y de la represión de la dictadura».
Al margen de mi opinión personal sobre la oportunidad de esta aplicación, acepté formar parte de esa comisión e incluso ser su coordinadora y portavoz, por mi afán de servicio a la ciudad y mi condición de CRONISTA OFICIAL de la misma. Sentada a lo largo de dos sesiones la forma de trabajo, el 6 de febrero empezamos a deliberar directamente sobre los objetos en litigio, procediendo en cada caso por votación secreta. Al final de esa penúltima sesión, a las 9 de la noche, atendí a los medios de comunicación que así lo solicitaron con una sucinta información, idéntica para todo ellos, en la que se prometía lista de elementos excluidos cuando ésta tomase cuerpo significativo, tal como habíamos convenido. La sorpresa vino cuando a la mañana siguiente un periódico había hecho uso, con todo detalle, de todos los elementos del acta, entonces provisional y privada. Por parte del periódico es natural que busque información debajo de las piedras, especialmente cuando las piedras se prestan a ello.
Aquello dejaba en mal lugar a la comisión, de frágil salud, por su propia condición, y especialmente desairada a la portavoz, despojada de sentido. Por ello, en la sesión del día 26 de febrero he dimitido de esta responsabilidad, burlada por la irresponsabilidad y afán de notoriedad de un misterioso miembro de la junta que prefiere actuar por su cuenta, causando daño grave ante una opinión pública siempre dada a la censura de quienes estamos trabajando en un enojoso asunto que no habíamos buscado pero que aceptamos por sentido de la responsabilidad. Se rompieron así los mínimos principios del sigilo y ahora cada cual hará lo que considere oportuno, saciando algunos una curiosidad que a poco bueno conduce, en mi opinión.
Ya se ha abierto la caja de Pandora, y escasos de espíritu cívico, algunos quieren ver en nosotros no a profesionales que regalan su tiempo y su esfuerzo a la comunidad, sino a muñecos del pimpampum, a quienes se puede faltar al respeto impunemente. Así vamos.
El daño ya está hecho. Habrá que tomar precauciones, sabedores de que las paredes oyen.
ORO PARA LA UNIVERSIDAD
En este último tiempo el Ayuntamiento ha otorgado a varias personas e instituciones su más alta distinción, la medalla de oro de la ciudad, todas muy bien dadas, y ahora le llegó la hora a la Universidad, y de repente resulta extraño que no la tuviera desde antes, desde mucho antes. En cualquier caso, llega oportunamente, en este año redondo de celebraciones en el que se desgrana en la ciudad un goteo de actos y publicaciones en el que se echa de menos un hilo conductor más fuerte que la fecha, un catálogo coordinado en el que no sólo los ovetenses sino todos los asturianos nos sintiéramos llamados a celebraciones comunes, algo así, y más, como lo que logró Canella en 1908, volcando en Oviedo a toda Asturias, y a mucha América, con un fervor popular que resulta lejano ahora.
ÁNGEL DE OVIEDO
Acaba de constituirse, con el fin de este febrero cuerdo, el patronato de la fundación que ha de velar por el bien y la perpetuación de la figura y la obra de Ángel González, nuestro poeta mayor. La buena literatura se mantiene sola, pero no sobrará un espacio físico -a mí se me ocurren algunos- para que obra y estudio tengan adecuado hogar.
Esperamos que ese hogar, que llegará, mantenga siempre viva la llama del recuerdo y el trabajo. Suerte y a ello.