POR JESUS M. LECHÓN MENÉNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE CALAMOCHA (TERUEL)
Uno de mis sueños que ignoraba, era conocer a José Azul, por cuya cálida obra: humana, accesible, vieja y nueva al tiempo, a veces tanto oxidada metáfora de la vida como frio aliento rescatado de la muerte venia sintiendo pasión. Quizás tenga algo de culpa el hecho de vivir en Castellón y ver a diario las esculturas de Ripollés y Melchor Zapata en sus calles. La ciudad turquesa y naranja como un museo al aire libre y la villa ahora del frio como un museo al raso.
Si a caballo entre el siglo XVIII y XIX don Francisco de Goya el universal genio de Fuendetodos nos abrió los ojos con El sueño de la razón produce monstruos, ahora a comienzos del XXI, más modestamente, (todo se andará) y a caballo de una burra, en su búsqueda constante de la inmortalidad en forma de una obra maestra, (si acaso no la tiene ya), nos abre los ojos a su mundo quien sueña a cada paso que da y a cada coz que recibe: José Azul, quien en su particular universo, ve cosas, imagina, escucha como le habla lo que todos creemos inanimado y piensa cual dios en darle vida mientras nosotros, los simples mortales incapaces de ver la vida donde tan solo en apariencia no la hay asistimos asombrados a la transformación que puede hacer de un puñado de piedras y cuatro hierros que pueden convertirse guiados por el fuego redentor en cualquier cosa, como por ejemplo la vacuna del covid, (todo hay que decirlo obra suya), metáfora de la salvación, otra genialidad más que ya puede verse paseando por Calamocha junto a otras muchas esculturas propias y ajenas. José Azul allá por tierras de Burbáguena, a quien la comarca hace tiempo viene quedándole pequeña, excelente conversador te explica y te maravilla con todo el proceso de creación de una obra a la que se le pueden dar tantos abrazos como la pandemia nos robó.
De un modo real y soñado a un tiempo va construyéndose el camino de baldosas azules; la Ruta Azul, el camino vital del escultor, una guía imaginaria donde seguir su obra por todos y cada uno de esos preciosos rincones ocres y verdes del país del Jiloca de hierros olvidados, hormigas y monumentos institucionales llenos de vida en contraste con una tierra que dicen vacía. Nada más lejos de la realidad, viene a ser una tierra donde no hay más queja posible que la de necesitar de varias vidas para poder devolverle tanto como nos da y poder en el caso del escultor plasmar tantos sueños como atesora.
Ruta con final evidente a orillas del pantano de Lechago, tras el paso obligado por un sueño ajeno hecho propio, hacer visitable la rotonda del jamón, acceder a su interior, alcanzar el cielo, mirador desde donde poder sentirte parte de la tierra que te rodea y que un día te envolverá, de allí a un paso el pantano, final del camino. Lugar donde sentarte y esperar poder contemplar como emerge su biblioteca sumergida como dicen lo hace cada atardecer cuando los ojos son cegados por el rojo horizonte y lo hace por capricho del escultor, porque los libros necesitan ser leídos a diario con la esperanza de alimentar la última neurona que nos va quedando.
Queda ahora pendiente el viaje a su universo, a su taller. Tal vez entonces le regale un sombrero de copa donde pueda plantar unas velas para las noches sin luna. Verlo con sombrero será como tener a Goya delante.
FUENTE:
Publicado en El Comarcal del Jiloca el día de san Blas de 2023. Fotografía Calamocha TV