POR ANTONIO BRAVO NIETO, CRONISTA OFICIAL DE MELILLA
Si algo pudiera definir toda la trayectoria vital de Jesús García-Ligero Puerta sería su pasión por dialogar con la materia, por dotarla de fuerza y sinceridad y conseguir además transmitir a los demás una visión personal de lo que le rodea, sus preferencias a la hora de representar su mundo.
Al respecto tenemos que decir que se trata de un mundo vital y profesional sólidamente construido. Si miramos hacia el lejano horizonte de sus inicios, imaginamos al niño que se evadía viendo trabajar a su admirado padre, reconocido escultor y profesor, y esta sencilla imagen nos permite entender mejor su obra. Mientras que los compañeros de su edad encontraban esos mundos imaginarios, sueños y fantasías en el abanico de comics, libros, juegos o en el cine, Jesús lo hacía en el dibujo, en el trabajo de la materia escultórica y en visitas iniciáticas a los talleres de fundición en bronce.
Es evidente que esa formación familiar le permitió desarrollar y consolidar su vocación, le agudizó y afinó la mirada y le forjaría su trabajo futuro como escultor. Ya no se trata solo de admirar al padre que había fraguado de forma práctica los cimientos de su quehacer, sino el determinar una completísima y envidiable formación que le llevaría desde la Escuela de Artes y Oficios a la Universidad. Hay que señalar que los estudios universitarios solo completarían lo que ya empezó a los 14 años, edad en la que la idea de seguir los pasos de su padre ya se había convertido en la aspiración de un joven que aspiraba a convertirse en escultor.
En estos años trabajó el dibujo y el modelado en barro, pero al mismo tiempo no dejó de frecuentar esa otra escuela práctica, realmente impagable, que era el trabajo en el taller y la práctica del día a día con las fundiciones. De este modo se aunaba la formación más académica de la Universidad, con la más práctica de la Escuela de Arte y la experiencia del trabajo en los talleres de escultura y fundición. Sin lugar a dudas, un complemento absolutamente ideal para forjar al autor.
Hay que señalar que prácticamente toda la obra de Jesús García Ligero se ha movido en el campo de la figuración, defendiendo ese realismo que, siendo mayoritario en el mundo del arte, nunca parece estar de moda en los gustos de la crítica.
Si ahondamos en ese carácter realista de Jesús, encontramos que esta definición realmente es tan obvia que no nos dice nada. Hay que profundizar realmente en su obra para poder precisar la fuente y la valoración de su trabajo, en lo que él mismo llama el diálogo con la materia. Creo haber encontrado esa inspiración y vital energía en sus proyectos más relacionadas con conceptos, formas o lugares generales. Me refiero a esa parte de su producción, tal vez la menos conocida por desgracia, en la que ha pretendido “modelar” la idea de Melilla y de su entorno. Es su forma de compromiso con la ciudad donde vive y donde ha forjado su vida y la de su familia. La forma en la que Jesús concibe el Cabo Tres Forcas (2004), las islas Chafarinas (2003) o la propia Rusadir (2008), delata esa concepción de un escultor que observa el mundo que le rodea y que lo reinterpreta con representaciones antropomorfas, caso del torso que traduce la morfología del Cabo, o las tortuosidades volcánicas de las Chafarinas transmutadas en cuerpos que, siendo clásicos, nos recuerdan poderosamente la grandeza teatral y trágica del Helenismo.
La solemnidad de Mujer Bereber (2002), la fuerza de La Señal del Agua (2006) o el carácter simbólico de Jachin y Boaz, ya nos ponen en la pista tanto de una mano vigorosa y versátil a la hora de esculpir, como de la importancia que el autor confiere al claroscuro como forma de matizar la expresión de la materia, rasgo que también percibimos en algunos de sus retratos, como los que vemos en el monumento a Adolfo Suárez, o en el que realiza para el Emperador Carlos V.
En otros casos encontramos un modelado más suave que tiene en Hipnos su mejor presentación, donde una fina piel envuelve la materia que se convierte casi en esencia de la idea que pretende reflejar.
Y también el movimiento, el dinamismo, en el que consigue obras tan notables como Nauta (2014) y sobre todo Poniente y Levante (2002), una obra concebida como monumento público que lamentablemente no se ha llegado a materializar. En ella consigue transmitir la dureza afilada del poniente, frente a la cansada y pesada persistencia del levante, en sendas caras antropomorfas que delatan una acertadísima composición. Es la primera vez que un escultor se atrevía a plasmar materialmente las sensaciones de estos dos vientos tan melillenses, y que de forma tan certera aparecen antes nuestros ojos en esta obra.
Por otra parte, el realismo de Jesús lo ha convertido en el escultor que ha puesto rostro a muchas personalidades de la ciudad, algunas de perfil más local y otras de trascendencia más general o incluso internacional.
Son destacables sus bustos de literatos y personalidades melillenses como Fernando Arrabal, Juan Guerrero Zamora, José Tallaví, Miguel Fernández o César Jiménez (2008-2010), o de docentes como Enrique Soler o Anselmo Pardo (2004-2006). En todos ellos, el estudio del personaje, de su aspecto e imagen, el tratamiento de la luz, su caracterización, nos ha generado un muestrario donde encontramos reflejadas sus preocupaciones, su saber hacer, y en la que los personajes no solo se limitan a ser retratados, sino que también expresan su personalidad.
No podemos dejar de señalar aquí las propias palabras del escultor, donde reflexiona sobre su trabajo y señala que se trata de un “proceso innato y vital donde se vierten sobre la materia sentimientos”.
Ahora queda la tarea de encontrarlos en esta selección de su obra que esperamos que, como su obra Prólogo, solo marque el inicio de nuevas obras y nuevos trabajos.
FUENTE: EL CRONISTA
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