POR PEPE MONTESERÍN CORRALES, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS).
Alcanzó todos los techos asturianos y también los de España, y lo llevó al papel en Por todo lo alto. La publicación de Pepe Monteserín con la editorial Luna de Abajo relata su recorrido vital en la montaña, una experiencia con raíces en su primera visión infantil del pico Mirabeche, el más cercano a su casa. Los 295 metros de altitud de esta cima praviana fueron más que suficientes para despertar una imaginación que nunca dejó de crecer.
No espere el lector encontrarse un libro de montañismo al uso, porque este prolífico autor no es de los que se ciñe a etiquetas, más bien todo lo contrario. Él mismo, que se define “enciclopédico y exhaustivo cual Diderot, preciso como Newton y más insaciable que Fausto”, reconoce que la erudición -aunque refrescante- puede llegar a ser algo cargante. Y como a Pepe Monteserín le entusiasma la vida y le mola el exceso, en esta ocasión el exceso es ‘por todo lo alto’.
-En primer lugar, cuéntanos por qué decidiste escribir este libro, en una línea editorial alejada de lo que habías hecho hasta el momento.
-Yo todo lo escribo, publíquese o no. Tomo notas siempre de mis viajes, plasmo en papel mis fantasías, publico mis opiniones acerca de cualquier asunto… Desde que subí a la primera montaña de esta colección de “techos” iba concibiendo el libro; hasta bastante avanzado el desafío no pensé seriamente en darle la forma de libro y buscar un editor.
-En Por todo lo alto relatas tus ascensiones a los 78 techos asturianos y los 52 de España, pero a la vez su contenido aborda mil y un aspectos diferentes. ¿Es un libro de montaña o un libro de experiencias vitales en el marco de un escenario de montaña?
-Las dos cosas. Mezclo concejos y provincias y los ordeno alfabéticamente, y en cada capítulo, es decir, en cada montaña, cuento cómo llegué arriba, con quién, lo que aconteció en el viaje y desarrollo un tema relacionado con la excursión: niebla, nieve, viento, garrapatas, eucaliptos, hayas, comida, cruces, soledad, frío, trifinios, vértigo, mosquitos, barro, estrellas, perros, sidra, política, infartos… Añado al final un índice temático; hay tantos temas como capítulos, es decir, 130.
-El Teide, en Tenerife, abrió un ciclo que se cierra con el Chullo, en Almería. ¿Cómo nos puedes resumir ese tránsito por las alturas?
-No puedo resumirlo, como no sea incorporando el susodicho índice. Diré que fueron cuatro años de ascensiones a esas y otras montañas, más de quinientas cumbres, y que terminé algo cansado del reto, al convertir mi afición casi en una obligación. Pero fue satisfactorio y geográficamente aleccionador porque muchas de esas montañas me llevaron a conocer además otras cosas.
“En cada montaña, cuento cómo llegué arriba, con quién, lo que aconteció en el viaje y desarrollo un tema relacionado con la excursión”
-Como cuentas en la introducción del libro, cada pueblo, cada civilización… tiene su montaña sagrada ¿tienes tú también una?
-Todas las montañas sagradas lo son también para mí. La primera que vi en mi vida, El Mirabeche, de Pravia, es de especial significado, pero no diría sagrada, y menos profanada como está por los eucaliptos.
-Cada uno tiene su propio Everest por alcanzar, aunque no se encuentre precisamente en el Himalaya. ¿Cuál ha sido el tuyo?
-Fue en su día el Everest, en la primera expedición asturiana; participé en la organización y por razones laborales no pude ir. Ahí dejé mi actividad de montañero, hasta que regresé treinta y cinco años después. Y sí, ahora mismo tengo un reto, literario más que sagrado, para el que me estoy preparando: el monte Ararat y el Cudi, en Turquía, casi frontera con Armenia, Irán e Irak, dos supuestas montañas, según la Biblia y el Corán, donde varó el arca de Noé.
-Regresaste a la montaña tras pasar una época complicada físicamente. ¿Qué te devolvió ella a cambio del esfuerzo realizado?
-La salud física y parte de la psíquica.
-¿Por qué afirmas que la casa es uno de los lugares más peligrosos para el montañero?
-Además de la claustrofobia y de que conviene airearse, en casa tuve muchos accidentes, empezando por uno cuando era bebé, que salí de mi cuna y metí la pata en una olla de eucalipto en agua hirviendo, que ponía mi madre para purificar el ambiente. Pero mi fobia con los eucaliptos no viene de ahí, y tampoco tengo fobia al agua, al contrario, caliente o fría. En casa sufrí muchos lumbagos sencillamente amarrándome los zapatos, me corté con un cuchillo, me quemé, rompí un dedo del pie al golpear una mesa de centro, resbalé en las escaleras…
“¿La más complicada? Un cerro muy bajo, el Corona, techo de Soto del Barco, al que casi tuve que renunciar por culpa de las árgomas y espinos; una vez arriba faltó muy poco para llamar a los de salvamento, para que me sacaran por el aire”
-¿Cuáles han sido tus ascensiones más interesantes deportivamente?
-Si hablamos de techos de concejos, sin duda, la Torre de Santa María, por la arista de la aguja de Enol, o por la Canal Rubia, o en invierno por el corredor del Marqués. Si hablamos de montañas asturianas, en general, el pico Urriellu, claro; lo subí dos veces, por la Vía Cepeda y por la Schulze. Si hablamos de una montaña de Picos de Europa, me parece obligada la Peña Santa de Castilla. ¿La más complicada? Un cerro muy bajo, el Corona, techo de Soto del Barco, al que casi tuve que renunciar por culpa de las árgomas y espinos; una vez arriba faltó muy poco para llamar a los de salvamento, para que me sacaran por el aire. El Puig Major, de Mallorca, por los trámites para conseguir permiso militar, o el Fuerte de Rostrogordo, en Melilla, por lo mismo.
Como ruta larga y montañera, para hacer en el día, desde Sotres, el Torrecerredo, techo de Cabrales y de Asturias y León. También fue terrible el Chullo, techo de Almería, en Sierra Nevada, donde una montería del jabalí prohibía terminantemente el acceso; pero accedí, procurando desenfilarme de los rifles y de los guardas del parque, avisados de mi intrusión. También alcancé un techo de Asturias invadiendo una propiedad privada, o se hacía imposible, no digo dónde. Y la Maroma, techo de Málaga, la hice con niebla y lluvia el día entero, sin ver absolutamente nada, desde Canillas de Aceituno. La Pica d’Estats, techo de Lérida, una subida dura y preciosa, donde lo que me sorprendió fue una tormenta de granizo y centellas a dos horas de la cumbre, por territorio francés. El Morro de la Agujereada, techo reciente de Gran Canaria (antes se creía que era el Pico de las Nieves), un monolito vertical impresionante y muy peligroso. Penyagolosa, de Castellón, con una cara quebrada. El Torreón, de Cáceres, que se hace el mismo día que el Canchal de la Ceja, en Salamanca, donde llovió y se fundió mi móvil y, por lo tanto, mi GPS, en un día de frío y niebla. El Almanzor, de Ávila. El Mulhacén, de Granada. El Moncayo, de Zaragoza…
-¿La montaña pone a uno mismo frente a un espejo? ¿Te ha mostrado partes de ti desconocidas?
-Me conozco bien. Cualquier actividad, e incluso ninguna, nos pone frente al espejo, si somos medianamente críticos, ya no digo, narcisistas. La montaña me da, sobre todo, paz.-¿Cómo es posible que el monte Calvario esté en Llanera?
-Lo digo porque una de sus montañas, el auténtico Gorfolí, cerca del de las antenas, tiene más pinchos que la corona de Cristo.
-Tan pronto cuentas tu fracaso en Peña Trevinca como haces un homenaje a los artos, explicas cómo defecas en el monte o que tu abuelo Emilio te puso a prueba con las ortigas. ¿Debemos emprender la lectura de Por todo lo alto con alguna expectativa o mejor simplemente rendirse a la lectura?
-Esencialmente es un libro de excursiones a montañas, en solitario o con montañeros, narrado en primera persona.
-Por último, y si hicieras una excepción, porque explicas que no sueles escribir tarjetas de cumbre aunque sí devuelves las que encuentras, ¿cuál sería la que dejarías a tus lectores?
-Nunca dejé un texto ni una tarjeta en cumbre alguna. Pero he de decir que aunque suba a las cumbres y parezca un grandilocuente, a mí me inspira más un gesto humano o la mirada de una salamandra, que el Everest; más la hoja desprendida de un haya que la pared del Gran Capitán, en el Yosemite, o las cataratas del Iguazú; más una ola breve, desmenuzada en la arena, que una galerna. Además, tengo el síndrome de Midas: todo lo que siento lo convierto en literatura; el síndrome de Diderot: hago de mis libretas enciclopedias; el síndrome de Fausto: bulimia intelectual, y el síndrome de Stendhal, me emocionan muchas cosas y me trastornan, y sólo escribo desde la emoción; una variante del síndrome de Peter Pan: creo en los Reyes Magos; el síndrome de Proust: mi olfato es de enorme fuerza evocadora; y el síndrome de Flaubert: soy insatisfecho crónico, siempre quiero más.