Las crónicas cuentan que un cautivo solicitó su intercesión y lo trasladó de Orán a Lorca
POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Los diablos, al menos en Murcia, respetan la obligada siesta. Porque visitan las casas entre las siete y las ocho de la tarde. Eso le ocurrió a una esclava de Alonso García, vecino de San Antolín en 1576. La muchacha deshollinaba un cuarto cuando vio entrar «cuatro terribles demonios que, acercándose a ella, la asieron con gran furor para llevársela y sepultarla en las tartáreas cavernas del infierno».
No recuerdan las crónicas qué les había hecho la joven. Cuentan que acostumbraba a exclamar: «¡Qué me lleven los demonios si miento!». Hasta que mintió. Y miren: vinieron a llevársela. Pero aún se anduvo lista para comenzar a invocar a gritos a la murciana Virgen de los Remedios. En ese instante, los diablos «con mucha ligereza la desprendieron y salieron fugitivos del aposento». Toda la familia acudió, alertada por el vocerío. La esclava aseguró haber visto a su lado la imagen de aquella Virgen. Para qué quieren más.
Es solo uno de los milagros que atesora la escultura de Nuestra Señora de los Remedios que se venera en la iglesia de la Merced. Su historia es tan excepcional como olvidaba la tenemos. Empezando por su descubrimiento. Relata José de Villalba en su ‘Pensil del Ave María’ (1730) que durante una riada apareció en el Segura un arca flotando, sobre la que había una campana que la zozobra hacía sonar.
La Virgen inclinó entonces la cabeza hacia la desventurada dándole la razón. Hubo, claro, boda. Aún hoy, en la portada del templo de la Merced y desde comienzos del siglo XVIII, puede admirarse una representación de los Remedios en esa postura. Por eso los murcianos la apodaron la Virgen del Cuello Tuerto. En otra ciudad de cualquier otra parte del mundo vendrían legiones de turistas a admirarla.
Tan grande era la veneración del pueblo hacia la imagen que fue trasladada al altar mayor de la iglesia a finales del siglo XVIII, sustituyendo a la titular de la orden, Nuestra Señora de las Mercedes, como sostiene en su magnífica tesis doctoral el profesor Álvaro Hernández Vicente.
El relato más antiguo de la leyenda lo firmó Cascales en sus ‘Discursos’, indispensable obra murciana editada en 1621 con las bendiciones del rey Felipe II y el obispo de Cartagena. El autor destacó que «ha hecho infinitos milagros y ha remediado muchas necesidades, de donde tomó el nombre de nuestra Señora de los Remedios».
Cuenta el investigador Antonio Jiménez Lacárcel que tanta fama de milagrosa adquirió la escultura que suscitó una costumbre tan sorprendente como dañina para la integridad de la pieza. Así, corrió el rumor de que el polvo desprendido de ella y diluido en agua era un potente remedio para curar cualquier enfermedad.
Se le salían las tripas
Similar aceite se aplicó al año siguiente Amador López, vecino de Murcia que padecía una hernia brutal: con un braguero «detenía las tripas, que se le salían en gran cantidad», cuenta Villalba. El hombre sanó y, como testimonio, dejó el braguero colgado en la capilla.
Cada año se sucedían hechos que muchos tildaron de sobrenaturales. En otra ocasión, un religioso mercedario quedó tan prendado de la imagen que urdió un plan para atesorar una parte de ella. Así, arrancó la cabeza del Niño y la sustituyó por una de madera muy parecida a la original. Al poco tiempo, la cabeza regresó a su escultura y la falsa quedó a los pies de ella, para espanto del fraile.
En la leyenda hay algo cierto: el Niño fue decapitado. Pero lo hicieron para ajustarle un sayo. Marca de la tierra. Similar suerte corrió el brazo derecho de la Virgen, sustituido por uno de cartón que sujetaba un cetro y un ramo de flores. En fin. Manca la dejaron y así luce hoy.
Los milagros no se reducían a la histórica Diócesis de Cartagena. Alguno de ellos resulta increíble. Es el caso de la liberación del toledano Sebastián López en 1571. El hombre se hallaba preso en Argel y, harto de escuchar cómo otros prisioneros murcianos narraban los prodigios de la Virgen, le suplicó que lo liberara.
En un descuido de sus captores, Sebastián escapó tras doce años de cautiverio. Hasta aquí, algo al uso en tantos casos. Ahora, en cambio, viene lo bueno. Mientras se dirigía a Orán, dos leones salieron al encuentro del huido. De nuevo, invocó a aquella lejana Virgen murciana.
Al oír las fieras el nombre de los Remedios, «se acercaron a él como ofreciéndole ser sus compañeros y guía en sus jornadas», aseguró Villalba. Así lo hicieron hasta alcanzar la ciudad, cuando huyeron despavoridos. Tanta impresión le causaron a Sebastián aquellos hechos (a ver a quién no se lo causarían) que el 20 de diciembre de 1571 recaló en Murcia para agradecer la ayuda mariana.
El prodigio de la acequia
Aquel año sucedió otro hecho aún más legendario. El lorquino Alonso de Tello andaba por la playa de Cope cuando fue capturado y trasladado a Argel. Como tortura, cada noche lo metían a dormir en un arca sobre la que dormía un guardián. Que también hay que tener ganas. Rogó entonces a los Remedios y se durmió; para despertar en el mismo lugar de su captura. Sin regresar a Lorca, se dirigió andando a la capital para agradecer la ayuda.
En otra ocasión, incluso resucitó a un niño que se había ahogado horas antes en la acequia de la Aljufía y cuya madre lo llevó ya muerto ante la milagrosa escultura. A una embarazada que cayó en otra acequia la mantuvo viva más de media hora, «sin haber bebido una gota de agua». El último milagro de la Virgen del Cuello Tuerto sería que, en esta Murcia desmemoriada, se convirtiera la leyenda en un reclamo turístico. Pero un milagro gordo.