POR ANTONIO MARCHAMALO SÁNCHEZ, HISTORIADOR , CRONISTA OFICIAL DE HUMANES Y CEREZO DE MOHERNANDO (GUADALAJARA)
Excmo. y Magnifico Sr. Rector de la Universidad de Alcalá, Sres. profesores, señoras, señores, queridos amigos;
En primer lugar, quiero expresar mi agradecimiento a esta Universidad cisneriana en la persona de su Rector (para quien habría que recuperar el tratamiento tradicional cisneriano de Dignísimo) por su demostrada sensibilidad ante esta aventura apasionante y a veces ingrata de rescatar la magna Historia de nuestra Institución. Y dar gracias a los profesores Javier Rivera y Josué Llull que me acompañan por sus trabajos sobre este mismo tema y sus palabras de elogio, exageradas sin duda, hacia mi persona y hacia este libro que hoy sale a la luz. Y a todos ustedes por su presencia a la llamada de un libro sobre Ceremonial Universitario.
Seguramente muchos se preguntarán para qué puede servir en nuestro mundo de hoy un libro que trata de ceremonias universitarias antiguas. Les anticiparé que precisamente en estos tiempos adquiere todo su máximo sentido este libro que nació con vocación de servicio.
Porque es una realidad que la Universidad fundada en Alcalá de Henares por Cisneros y recuperada para la ciudad en 1977, a partir de las reformas de Carlos III, fue perdiendo a jirones, por explicables razones históricas, las señas de identidad que, formando parte de su patrimonio inmaterial, expresaron al mundo plásticamente su grandeza en los llamados siglos de oro.
Por esta causa, en paralelo con la excelencia docente de sus enseñanzas actuales, y atendiendo exclusivamente al prestigio histórico de la Institución, al conmemorar el XXV aniversario de la declaración por la UNESCO de la Universidad y la Ciudad de Alcalá de Henares Patrimonio de la Humanidad parece llegado un momento ideal para activar la recuperación integral de ese tesoro histórico-artístico que, tras largos cinco siglos de existencia, forma el patrimonio cultural inmaterial de la Universidad de Alcalá.
Así el título del libro que hoy presentamos anuncia claramente su contenido pues habla del simbolismo, las tradiciones y el ceremonial de esta Universidad a lo largo de su historia de casi seiscientos años. Por tanto, para quien desee conocer como era un día cualquiera de los siglos pretéritos en el Colegio Mayor de san Ildefonso, o lo que significan los vistosos colores actuales de los emblemas de las facultades o ese Gaudeamus Igitur que los universitarios cantamos al terminar nuestros actos académicos, este es su libro. Y les aseguro que no les defraudará.
Pero ya he dicho antes que este libro nace con vocación de servicio. Una vocación de servicio hacia Alcalá de Henares y sus ciudadanos a través de una de sus señas de identidad más universales que la han llevado, nada menos, que a ser considerada Patrimonio de la Humanidad. Todos los aquí presentes sabemos que hasta ahora al nombrar a Alcalá de Henares quienes oían ese nombre pensaban de inmediato en almendras, en monjas, frailes, en Cervantes y en este edificio de San Ildefonso. A veces incluso pensaban en la tuna, en la Hostería del Estudiante y hasta en las cárceles. Cómo era la cosa que el sabio refranero español está lleno de referencias a nuestra ciudad universitaria y nos recuerda en varios dichos que en “Alcalá de Henares, monjas y frailes” y otros personajes complutenses mucho menos santos y más mundanos que están en la mente de todos, pero que no son ahora del caso.
Cuando la prestigiosa Universidad norteamericana de Harvard, fundada 28 años después de la nuestra, que maneja el mayor presupuesto de todas las universidades del orbe, presume justamente de que por sus aulas han pasado cuarenta premios Nóbel y siete presidentes de los Estados Unidos, yo pienso en nuestra Universidad de Alcalá y que casi en un similar periodo de tiempo, con mucho menos dinero produjo alumnos tan inmortales o más que los antes citados y la verdad es que no siento ninguna envidia. Porque, a fin de cuentas, se piense como se piense y con el corazón en la mano ¿Alguien medianamente en sus cabales elegiría para compartir una cerveza o algún café a los presidentes Adams, Roosevelt, Bush o Barak Obama antes que a Francisco de Quevedo, Ignacio de Loyola, Mazarino, Calderón de la Barca, Lope de Vega o Jovellanos?.
Ya desde el siglo XIII la imagen de las universidades se proyectó sobre la sociedad mediante la manifestación pública de sus trajes, distintivos, cortejos y festividades. Por eso cada universidad es depositaria de un patrimonio inmaterial más o menos valioso, formado por su propia historia escrita por las sucesivas aportaciones de sus integrantes,(ahora nos llaman egresados[1], un latinismo con sentido contradictorio), que si no es bien divulgado no puede ser valorado por las sociedades a las que van destinados. Sin embargo, hoy, gracias a los medios de difusión con que contamos, es posible proyectar hacia el mundo una imagen potente de las Instituciones Universitarias, tanto de su excelencia académica, como también de lo contrario que es la mediocridad. Es así como el lenguaje simbólico conforma, materializa y trasmite al mundo entero la visión de cada Universidad: en primer lugar, a sus propios universitarios, luego a su ciudad, a su país y al mundo, urbi et orbe. De ahí que sea un muy delicado material la exposición pública de las ideas expresadas en los símbolos mediante las artes, los ceremoniales y sus ritos.
Ya en 1611 el licenciado en Teología Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana, definió a las ceremonias como “El modo y término de honrar a Dios con actos exteriores”. Y atención al lugar, Castilla, y a la fecha del diccionario de Covarrubias, pues a comienzos del siglo XVII en el Reino de Castilla nadie dudaba de que Dios estaba sobre todo lo existente, lo que explicaba la importancia de las ceremonias.
Sin embargo, aquel rico tesoro secular propio de las universidades españolas estuvo a punto de desaparecer en aras de una miope progresía que, iniciada en la Ilustración, tuvo su culmen al final del reinado de Isabel II cuando en 1868 se suprimieron torpemente las solemnes investiduras de los grados de licenciado y doctor. Los legisladores isabelinos quisieron destacar mediante un erróneo afán de modernización -por cierto, económicamente ineficaz-, y despojaron de sus aspectos tradicionales y unificaron de forma dictatorial y arbitraria los ricos ceremoniales seculares y diferenciadores de las universidades españolas.
En este libro hemos recogido los datos, los antecedentes sobre los que es posible reconstruir el edificio del ceremonial universitario de Alcalá históricamente cargado de la más alta significación académica desde 1519. Aquí están las bases que puso el propio Cisneros en sus Constituciones de 1510, sumadas al desarrollo histórico obra de los universitarios complutenses a lo largo de cinco siglos. Como fácilmente comprobará el lector, Alcalá no necesita recurrir a fórmulas foráneas como necesariamente deben hacer, y hacen bien, las universidades de nuevo cuño que carecen de ornato histórico. Y así este libro ofrece a nuestra Universidad, y con ella a toda la ciudad complutense, la posibilidad de recuperar, con riguroso sentido histórico, un patrimonio inmaterial que legítimamente es suyo para extraerlo del mundo de los legajos polvorientos y ponerlo en valor insuflándole nueva vida. Sería un magnífico paso adelante en esta feliz hacendera colectiva que se ha dado en llamar “Recuperar Alcalá”.
¿Se pueden imaginar los cortejos académicos que organizarían muchas universidades del mundo si dispusieran como nosotros de un completo repertorio de símbolos propios, de un Rectorado y un Paraninfo situados en este bellísimo Colegio de san Ildefonso, unido por una vía sacra soportalada, con la Catedral Magistral, el templo mayor cisneriano y universitario por excelencia, de Alcalá en los siglos de oro? ¿Y qué impresión causaría en nuestros visitantes el alegre sonido de las campanas de san Ildefonso y de la Magistral, volteando concertadas en un dialogo a festa decoro anunciando las graduaciones de nuestros licenciados o doctores? ¿Por qué razón no hacerlo?
Si las más prestigiosas universidades del mundo como Bolonia, Cambridge, Oxford, Salamanca o incluso Harvard, no recelan ni tratan de ocultar, mostrando al mundo el rico patrimonio cultural acumulado por sus mayores, ¿por qué extraña razón la excelencia histórica de nuestra universidad -tan rica en tradiciones como esas universidades- no puede exponerse en las calles de Alcalá sobre el escenario original de sus felizmente recuperados edificios académicos? No duden de que el mínimo coste económico a satisfacer por la recuperación de buena parte de la propia historia, sería barato pues cualquiera puede comprender fácilmente que sus efectos se multiplicarían en beneficio de toda la ciudad y la sociedad complutense.
Por tanto, nos parece evidente que recuperar la mayor parte posible del protocolo universitario complutense y sus símbolos puede ser una actuación determinante para la ciudad, por lo que supone como proyección pública de nuestra personalidad universitaria, especialmente por la eficacia de las redes de divulgación con que actualmente contamos.
No se nos oculta que esa tarea de recuperación es difícil y debe ser acometida solidariamente con prudencia, pero también con decisión y continuidad. En este sentido hay que felicitar a la Universidad por el verdadero acierto de llevar a la Catedral Magistral, templo universitario desde su origen, la ceremonia de Inauguración de cada Curso Académico. Este acto, al celebrarse en un recinto dotado de sacralidad, cargado desde 1519, de la más alta significación académica común a todas las facultades, permite percibir sensorialmente cada año a los claustrales, docentes y alumnos asistentes, su integración histórica en la secular Universidad fundada por Cisneros.
Antes de terminar quisiera dejar aquí una última reflexión: las situaciones importantes de la vida exigen su ornato y rechazan ser dejadas en manos de la rutina pues un sentimiento humano que todos percibimos en nuestro interior nos dice que hay que dar a cada situación la dignidad que merece. Por eso vestimos nuestras mejores galas para asistir a un acto importante o a una fiesta y los enamorados se atavían de forma extraordinaria para celebrar su unión cuando ésta se supone definitiva. Sin embargo, el último Libro de Ceremonial de la Universidad de Alcalá es el incluido en la Reforma de Gómez Zapata que ordenó Felipe II en 1583 [2].
Es muy triste que tras una vida de estudio y sacrificios de todo tipo que comenzó muchas veces a los cinco años de edad, nuestros universitarios recojan hoy sus títulos profesionales en la impersonal y fría ventanilla de una facultad de manos de un honrado funcionario.
Era el 22 de junio de 1837 cuando se licenció en Teología “nemine discrepante” el último graduado de la Real Universidad de Alcalá, don Vicente de la Fuente, al que aun se le notifico la posibilidad de optar a una canonjía en la Iglesia Magistral. Aquel gran historiador y catedrático, que fue un universitario integral, 62 años después de su graduación complutense escribió en su Historia de las Universidades:
“Salamanca ha cuidado siempre de su historia y tradiciones, y esto le honra en gran manera. Alcalá padeció siempre de incuria y desidia, en esta parte: he mirado por sus glorias, como buen hijo, más de lo que ella miró. Esto nadie me lo puede vituperar.”
Hoy, quizá un poco tarde, 134 años después de aquellas palabras de don Vicente, llega nuestro libro al Patio Mayor de las Escuelas del antiguo Colegio Mayor de San Ildefonso. Esperamos, como don Vicente, que nadie nos vitupere por mirar por las glorias de la Universidad de Alcalá.
En último término recordaremos las palabras del Mensajero de la Paz Paulo Coelho: Solo hay una cosa que hace a un sueño imposible de conseguir: el miedo al fracaso. Queridos amigos. Muchas gracias a todos.
Sala de Conferencias Internacionales del Rectorado de la Universidad de Alcalá, antiguo Colegio Mayor de San Ildefonso. Dia 16 de marzo de 2023
Fuente: A.M.
[1] Es participio del verbo latino egredior = salir de, alejarse. ¿Del alma mater?, ¿Por qué?