POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)
Cada año con la primavera, desde tiempos inmemoriales de cinco siglos atrás, llega a la vida cotidiana de los viejos barrios de Vegueta y Triana, como luego, poco a poco, de otros lugares de la isla, un acontecimiento que la marca de modo muy sensible. Es esa Semana Santa, esa ‘semana mayor del año’ que, si tuvo diversas magnitudes, que mostraban diferentes grados de excelencia o importancia, en distintas épocas y momentos del devenir insular, siempre se entendió como algo ‘magno’ y propio, al ser algo ‘grande’, ‘que supera lo común’. Quizá por ello, hace exactamente 45 años, cuando una nueva Junta de Semana Santa, al unísono con Obispado, Cabildo Catedral y Parroquias, de cara a estas expresiones litúrgicas en la calle, debió asumir la necesidad de unos cambios trascendentales, se optó por concretarlos en una procesión que se denominó como ‘magna’, un concepto que, en los cuarenta años siguientes, se consolidó como nombre propio del cortejo procesional central y más relevante de la Semana Santa en Las Palmas de Gran Canaria.
En la prensa de aquel año, sin embargo, aquellos drásticos cambios no se trataron con grandes titulares, ni con sesudos análisis o reflexiones sobre lo que los había producido, y lo que supondrían de cara al futuro, sí que el pregonero de aquella Semana Santa de 1978, el investigador e historiador Miguel Rodríguez Díaz de Quintana, recogía el sentimiento de pena generalizado por que «nuestra peculiar, distintiva y única Semana Santa haya cambiado bastante. Pero ¿quién no recuerda esta festividad en décadas pasadas? ¿Quién de nosotros no estrenó zapatos nuevos el Jueves Santo para recorrer con su familia los bellos monumentos eucarísticos?», y recordaba como «de hasta hace poco, con tanta gravedad, seria, solemnísima, en medio del bullicio de la chiquillería y del incorregible desorden de las gentes mayores, tenia un carácter de severidad Inconfundible». Aquellos cambios rigurosos no es que pasaran desapercibidos tanto por los medios de comunicación, como por la prensa en general, sino que fueron entendidos y aceptados con mucha normalidad por la sociedad en general como necesarios e irreversibles, en un tiempo de transición no sólo política, sino cultural, económica o de usos y costumbres.
En las notas de prensa referidas a las procesiones y cultos en Vegueta y Triana, que aumentaron considerablemente con respecto a la Semana Santa de 1977, se habló ya, desde el Viernes de Dolores, de como habría el Viernes Santo a «las 5,30 de la tarde, procesión con todos los pasos de las imágenes, que en años anteriores salían el Martes y Miércoles Santo, para formar la magna procesión que recorrerá las calles de la ciudad». El Domingo de Resurrección se concluiría en como los «cultos y procesiones de La Semana Santa en Las Palmas, tuvieron su máxima expresión en la jornada del Viernes, donde hay que anotar una mayor afluencia de público. Se han visto los resultados de los trabajos de la Comisión organizadora al efecto e Integrada por personan amantes de que se conserven las tradiciones seculares de la ciudad», y en titulares se hablaba de ‘Procesión Magna’ y de ‘concentración en la Alameda de Colón’, un tramo que, tras cuarenta y cinco años, muchas personas tienen ya como un tramo, diríamos, de ‘carrera oficial’ de este magno cortejo procesional, identitario de la Semana Santa actual. Otras informaciones, también elocuentes, pese a su escueta amplitud informativa, resaltaban como «con inusitada asistencia de fieles se desarrolló el gran desfile procesional —novedad en la programación de la Semana Santa de Las Palmas— y en el que se concentraron en un solo desfile los pasos correspondientes a las distintas parroquias de Las Palmas y que debieron salir a la calle en días anteriores».
Hace cuarenta y cinco años la Semana Santa se replanteó, y con acierto, sus magnitudes, para poder mantener en el futuro un ser y sentir hondo, antiguo, señero, que requeriría en adelante ciertas nuevas formas. Algo más de cuatro décadas en las que se ensayaron y se dieron fórmulas y actividades que, en la esencia de siglos de tradiciones, se mostraban como muy novedosas en el seno de la sociedad insular. De un lado se estudiaron realizar reformas en los tronos que participaban en la ‘magna’, incluso eliminando algunos para evitar duplicidades, y a los tradicionales ‘patronazgos’, fueran institucionales o familiares, se unieron, poco a poco, nuevas ‘hermandades y cofradías’, y otras revitalizaron mucho su actividad. De otro, para llenar los días que se quedaban sin procesiones se organizaron diferentes actividades, tanto litúrgicas, como de carácter socio-cultural, como, durante unos años los ‘paseos nocturnos por la vieja ciudad’, exposiciones de arte y artesanía semanasantera, conferencias y actos institucionales de la propia Junta de Semana Santa, entidad que, en estos 45 años también se ha reconfigurado para ajustarse a los requerimientos de los tiempos y de la sociedad, hasta llegar a la actual. Pero todo ello, pese a su actualidad, también encuentra antecedentes en la propia historia isleña, pues como señalaba Díaz de Quintana en el mencionado Pregón de 1978, «tenemos noticias que aseguran que junto con las manifestaciones procesionales de nuestra antigua Semana Santa se celebraban representaciones dramáticas y teatrales con motivo de la solemnidad. Así vemos por documentos del libro de fábrica de la catedral, que el lunes de Pasión de 1719 se inició un pleito entre el Cabildo y los agustinos con motivo de la ‘matraca’ puesta en la recién construida torre que hoy llamamos de la Audiencia. También tuvo gran auge la representación del revienta Judas en los alto del convento de Santo Domingo».
Hace 45 años todo cambió, pero todo se mantuvo para que siguiera siendo posible contemplar estos cortejos tradicionales, consustanciales con la identidad veguetera y trianera, esas magníficas obras de arte, que como señaló Domingo Doreste Fray Lesco en 1939 cuentan cada año con una exposición «en la calle, en pleno sol; y con un público: la muchedumbre»; degustarlas como gustaba hacerlo el propio Luján Pérez, al momento de regresar la procesión, a la luz de los cirios, de las hachas y teas que portaban las comunidades y cofradías, entre rezos de la muchedumbre y los acordes de la Capilla de Música Catedralicia. Cuarenta y cinco años de graves cambios que han servido para aunar ‘tradición y vanguardia’; cuarenta y cinco años en los que hemos podido seguir disfrutando de esta semana mayor en soleadas y limpias mañanas, en el gozo de cientos de mantillas blancas, de farolillos que rompen en el luctuoso gris del atardecer atlántico, en noches de plegarias tras un Cristo en procesión por viejas y señeras plazoletas y callejuelas.