POR JESÚS MARÍA SANCHIDRIAN, CRONISTA OFICIAL DE ÁVILA
Lo que puede observarse de forma llamativa cuando paseamos por el centro de la capital abulense es un ejemplo visual de numerosas situaciones ocultas de pobreza.
Pedir limosna siempre ha sido una singular manifestación de una sociedad enferma incapaz de atender y cuidar a sus miembros más débiles.
Dice el organismo europeo EAPN (Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social) que son pobres los que no tienen recursos para satisfacer sus necesidades básicas humanas de agua, alimentación, vivienda, educación o sanidad.
Es lógico pensar entonces que la mendicidad aparece como una exhibición extrema de pobreza de quien se muestra frente a nosotros reivindicando en silencio un donativo.
Este hecho endémico a lo largo de nuestra historia, antes propio del tercer mundo, se presenta hoy como cuarto mundo en los países ricos, y en Ávila los mendigos se colocan en las puertas de la muralla del Alcázar y de la Catedral.
Estas personas desfavorecidas también se ponen a pedir a la entrada de las parroquias de San Pedro, Virgen María, San Vicente y San Antonio, entre otras.
Otros mendigos se apuestan en la actualidad en los supermercados, y también los hay quienes aprovechan los zaguanes y cajeros de los bancos para pasar la noche oliendo a dinero.
Buen ejemplo de la mendicidad a la puerta de los templos abulenses de antaño es el dibujo que trazó en 1867 Valeriano Bécquer a la puerta de San Vicente.
Igual que el retrato del mendigo que fotografió Casiano Alguacil en el interior de la basílica de los santos Vicente, Sabina y Cristeta, o el que inmortalizó Ángel Redondo de Zúñiga en Santo Tomás.
Zuloaga y Chicharro también pintaron a principios del siglo XX tipos deformes de Ávila, figuras cervantinas y velazqueñas de la miseria castellana.
Y es que la pobreza tenía y tiene gran atracción plástica para pintores y fotógrafos, y también para el público en general que admira estas creaciones artísticas.
No se ven mendigos frente a los edificios del Ayuntamiento, de la Diputación, de Junta o del Gobierno, instituciones que administran con desigual fortuna la caridad y la beneficencia.
Los pobres tampoco suelen pararse a la puerta de los sindicatos, de las asociaciones empresariales o profesionales, de los partidos políticos o de los bancos.
Y es que los mendigos no votan, ni militan en partidos que sólo se echan en cara la pobreza, ni tienen representantes sindicales, tampoco se manifiestan, ni procesionan, ni cofradían, ni tienen cuentas bancarias, ni leerán este artículo.
No sabemos entonces quién clamará por los doce mil abulenses, es decir, el siete por ciento de la población de la provincia de Ávila, que vive bajo el amblar de la pobreza según el EAPN.
Y entre los pobres también hay clases según su miseria: severa, absoluta, existencial, relativa, infantil, energética, educativa, de capacidad, de dignidad, de salud, de servicios.
Es por lo anterior que los mendigos piden para comer, para operarse, para pagar la casa, para educar a los hijos o para calentar la vivienda.
Y algunos de los honrados pedigüeños parecen estatuas vivas que se identifican con una leyenda escrita con faltas de ortografía en un cartón que dice “estoy en paro y enfermo, sin ayudas, con tres hijos y desahuciado”, como hemos visto recientemente en la calle de don Gerónimo.
Antaño, las instituciones paliaban con frecuencia la situación incluyendo en el programa de fiestas una curiosa actividad nombrada de “distribución de limosnas a los pobres”.
Y así ocurrió, por ejemplo, durante la celebración de la feria de Septiembre de 1931 en un acto organizado por la Cámara de Comercio, en colaboración con la Diputación, el Ayuntamiento y la Cámara de la Propiedad.En la misma línea, la Federación Abulense de Hostelería de Confae anunció que daría de cenar a los transeúntes del albergue de Ávila en las navidades de 2013, lo mismo que los bancos y otras entidades publicitan sus ayudas en notas de prensa.
Y sin que nada de lo dicho cuestione las políticas sociales que cada administración u organización defienda, lo cierto es que Ávila sigue señoreando pobres que pacientemente esperan una limosna.
Algunos corregirán que los mendigos que se ven no son de Ávila, lo mismo que se dice en otros lugares para desprenderse de esta lacra social.
Y esto que ocurre hoy, sin que nadie se escandalice, parece que la ciudad lo ha vivido siempre, quizás porque ello sucede de forma generalizada en todas las partes del mundo.
Ya en 1531, en la plaza del Mercado Grande se construyó una alhóndiga o pósito de granos para socorro de pobres y labradores menesterosos, previéndose así largos periodos de hambruna.
Y a partir del siglo XVI los ricos creaban obras pías y fundaciones para socorrer pobres, viudas y mozas casaderas, y repartían panes y bodigos, también oraciones.
En los días de mercado, las cuadrillas de San Juan y San Pedro de la Cofradía de la Veracruz de Ávila se afanaban para pedir limosna con la que atender a los pobres de la cárcel, decía una encomienda de las ordenanzas de 1551 que les autorizaba.
Siguiendo la tradición de pedir en días de mercado, el pintor Solana cuenta en 1912 que durante estas fechas se ven pobres pidiendo comida entre los feriantes.
Los pobres se mezclan entre bueyes, mulas y otros ganados; viejos labradores, mujeres con cestas al brazo, pastores con medias azules y perneras de piel de oveja, y sacos de legumbres, patatas y frutas, pellejos de vino y barriles de pescado.
Y añade Solana, los pobres paran entre los feriantes con el sombrero en la mano, pidiendo algo de comer, y vemos alguna vieja con los pies descalzos y una manta amarilla y raída por encima de su cabeza que no se atreve a alargar la mano pidiendo una limosna.
Y ahí está el drama de los que estos días de 2015 hacen guardia a la intemperie en medio de vecinos, turistas y parroquianos de quienes esperan generosidad.
Por el contrario, mendigos altaneros se presentan como atractivo romántico para los viajeros extranjeros en la España del siglo XIX.
Y, a modo de testimonio, en 1885, Anselmo de Andrade escribió que por las calles de Ávila vagan mendigos entre curas, funcionarios y campesinos.
Uno de los remedios del consistorio contra la mendicidad en 1927 nos lo cuenta Gertrude Bone:
En cada una de las puertas de la ciudad amurallada había colocado un letrero que decía ‘Blasfemar y mendigar quedan prohibidos en esta capital’. Y así se acabó con la pobreza.
También decía Gertude Bone que Ávila gestiona a sus pobres en los comedores de caridad, como el instalado en la plaza de Sofraga donde acuden ancianos y desdichados.
En 1912 Solana describe a los pobres que esperan la sopa boba de Santo Tomás: llevan la miseria a la espalda, las mujeres visten harapos y los mendigos se impacientan con escudillas y botes de latón esperando el caldo.
León Roch también relata en 1912 el espectáculo arcaico y efectista del reparto de la «sopa boba» en el convento de Santo Tomás con el que llena una página de la guía turística de Ávila que escribió.
Una vez más, la pobreza se anuncia como visión pintoresca de la ciudad medieval que tanto gustaba a los viajeros acomodados.
A principios del siglo XX, en Santo Tomás los pobres esperan la bazofia, primero los forasteros y luego los paisanos, y entre ellos primero las mujeres y luego los hombres, pues hay una honesta separación de sexos.
Y hay gitanas, negras, greñudas, con trajes chillones, que constituye una extraña y violenta nota de color. Un enjambre de chiquillos desarrapados, pero alegres, vivarachos y simpáticos,
Los pobres se alborotan, impacientes, y arman una regular algarabía. Puestos en fila, los pobres aprestan sus pucheros y cazuelas, con tristes ansías en los ojos, y van desfilando rápidos.
El espectáculo del reparto es amargo y apena el ánimo. Algún detalle de miseria crispa los nervios.
¡Tristes gentes, que cifran una suprema esperanza en la angustiosa comida del convento!, concluye León Roch en su anecdotario.
Y la estampa de la «sopa boba» se convirtió en tarjeta postal a principios del siglo XX con gran éxito comercial.
Igual que el retrato de un niño junto a su padre comiendo esa sopa es la imagen que la aristocrática Sociedad Fotográfica de Madrid premió y exhibió en el concurso de 1901 que inauguraron los reyes.
En la actualidad Ávila tiene Albergue de Transeúntes que gestiona Cáritas donde diariamente comen o cenan más de una veintena de personas.
El alberque también dispone de camas para veintidós hombres y tres mujeres, pues éstas son más fuertes y se sobreponen a la miseria más fácilmente.
Y además de transeúntes, se acercan al albergue a desayunar, comer y cenar, muchos abulenses que atraviesan por una complicada situación personal, por la crisis económica.
Paradójico es que cuando se construyó este albergue, hará casi treinta años, los vecinos se opusieron a tener cerca un centro que atendiera a los pobres.
Hoy Ávila tiene Banco de Alimentos y Cruz Roja y otras ONG hacen campañas de socorro, igual que trabajan en ello los servicios sociales municipales y de otras administraciones para erradicar la miseria.
Al mismo tiempo, las asociaciones de vecinos, colegios y parroquias recogen también comida y otros artículos y hacen colectas para atender a necesitados.
A pesar de todo, sigue habiendo personajes anónimos, desconocidos para el gran público, que aguardan en la muralla, en los templos y en los supermercados para recibir limosna, de quienes no sabemos el destino que les espera, pues terminan haciéndose invisibles.
Y eso que aquí hace tiempo que no hay barrios chabolistas, ni covachuelas, ni guetos de delincuencia.
La miseria y la pobreza de amplias capas de la población obligan a hombres, mujeres y niños a mendigar y pedir socorro a sus vecinos y paisanos, o a los meros transeúntes.