POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA).
Una de mis primeras columnas que me ha publicado este Diario coincidió con el V Centenario de la muerte de Isabel I de Castilla, la Católica. Entonces se celebraron diversos actos conmemorativos y entre ellos, aquel día de doblaron las campanas de algunas torres arevalenses. Fue el primer repique «colectivo» desde hacía muchísimos años. Aquellas líneas las llamé ‘Doblaron las campanas’, por la muerte de Isabel.
Después, mucho más recientemente se realizó el primer concierto de campanas, ahora sí, varias torres y muchas campanas, toques sujetos a una partitura de Javier López y con voluntarios sincronizados. Fue todo un acontecimiento y muy novedoso, porque ya solo podemos escuchar la llamada de repique de campanas de Santo Domingo y ocasionalmente, en Las Candelas las de Santa María. La cuestión quedó ahí como una posibilidad y un atractivo de futuro.
Este año, dentro de los actos del Día del Libro y coincidiendo como la vez anterior con el Día de Castilla y León, se ha programado otro concierto de campanas, en esta ocasión con alguna más que la edición anterior.
Tengo una antigua referencia bibliográfica de lo que fueron los toques generales de todas las campanas de Arévalo, que se realizaba en solemnidades especiales. Fíjense amigos lectores, esa antigua villa pujante y con cierta relevancia, durante la edad media y hasta bien entrado el s. XVI, contenía en sus diferentes templos un buen número de campanas, las de sus once parroquias y las de sus ocho conventos, a una media de tres por cada lugar, suma la asombrosa cifra de alrededor de medio centenar de campanas, «mayores» o gordas, esquilones o señaleras, con los más diversos acordes de afinamiento. Debía de ser un concierto a lo grande.
Hablando de la antigua villa, el cronista Fernando Osorio Altamirano, en 1641.dice «…tan vistosa, que muy bien se juzga, aún de muy lejos, el tesoro grande de templos magníficos, de casas ilustres, de muros fortísimos, de torres invencibles que en sí encierra… «, completado casi sincrónicamente con la opinión de oro cronicón, éste de autor desconocido apellidado de segundo Montes, que a tenor de esas numerosas torres y campanarios de la villa vieja nos decía «en cuyas torres y campanarios hay el más armonioso y sonoro son de campanas del mundo», una afirmación que si bien es exagerada, sí intenta definir lo que sería un día de repique general de campanas…
El autor de la partitura del concierto campanil es un músico con mucho prestigio y vivencias, Javier López, organista de la Catedral de Ávila y profesor, que ha compuesto una partitura adecuada a los tonos y acordes de las 12 campanas operativas de los cinco campanarios en las torres mudéjares arevalenses. Y los 15 voluntarios campaneros, de la Escuela Municipal de Música, que repetían experiencia con una partitura especial para la ocasión, el estreno de la obra ‘Sonum Concordiae’, Sonidos de Concordia, que tiene tanta poesía como sonidos. Fue escuchado desde los más diversos lugares de la geografía urbana de Arévalo, especialmente desde las plazas, de la Villa, del Real y del Arrabal, mucho público y mucha expectación para un acontecimiento que tiene pretensión de continuidad.
Cuarenta minutos de momentos sonoros de toques según unas pautas y cadencias perfectamente sincronizadas. Javier me ha dejado la partitura, no por el aspecto musical, que no entiendo, pero sí por la poesía que guardaban los diferentes títulos de cada momento. Díganme si no tiene una especial poesía y resonancias de Santa Tersa y San Juan de la Cruz, nuestros místicos:
«Al ocaso; La música callada; La soledad sonora; La cena que recrea y enamora; Al aire de tu vuelo; Mi amado, las montañas; Los valles solitarios nemorosos; ¿A dónde te escondiste, amado? (toque de perdido); Ea, mi niño, ea…; Las ínsulas extrañas; ¿Por qué os enojáis?; Los ríos sonorosos; Alma buscarte has en mí; Y a Mí has buscarme en ti; De tal suerte pudo amor; Alma, en mí te retratar; Fuiste por amor criada…» pura poesía sonora y sorprendente. Y aún más en una de las torres, donde tuve el privilegio de subir un momento y sentir fuerte y en lo más profundo de mi ser esos retumbes embriagadores, recorriendo la vista sobre el caserío de mi ciudad, la villa vieja, traspasando las lomas de los ríos pera perderse en el infinito del horizonte, pasando por los sedientos campos nuestros que están asando unos momentos extraordinariamente difíciles, y aún así, bellos, rodeando el caserío.
A vista de pájaro desde una de nuestras torres embriagado de sonidos campaniles… Enhorabuena Javier, y gracias también a los colaboradores campaneros, que esto es cuestión de muchos… ¡y sincronizados!!!