POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DE REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Es el ser humano demasiado peculiar. Sometido a múltiples factores implicados en su definición, resulta, cuando menos, improbable definir su singularidad. Da lo mismo el esfuerzo que uno dedique a lo largo de una extensa vida, que nunca llegará a un concepto asumible en lo aceptable.
Infinitamente únicos en la normalidad, solemos esconder aquello que nos hace especiales en una suerte de cortina de incomprensible nadería, grisácea monotonía de triste normalización ocultadora de un millar de chispeantes destellos de genialidad única. Cubiertos por ese velo gris que todo lo ensombrece, acallamos el grito de cada uno, escondiendo nuestra individualidad maravillosa en genéricos conceptos empeñados en describir una ingente multitud multicolor de esperanzas ahogadas en el término. Ya sea entre los tejidos entintados de la bandera que corresponda, apretados por los hilos secos que ya no soportan ni un teñido más, o bajo el paraguas de la idea más peregrina y cotidiana, seres humanos de toda condición y género, creencia y descreimiento palmario, venimos penando nuestra absoluta extravagancia callada y peregrina en un silencio aleccionado por la normalización permanente de las formas, el decoro y la insultante bonhomía, esa que enarbolan los que ni son buenos, ni humanos.
Metidos, pues, en este oxímoron galopante en que se ha convertido la identidad que, en lugar de identificar, acaba diluyendo nuestra huella dactilar en una palabra de triste dicción, resulta asombroso encontrar un paisano, una amiga, lo que sea, despreocupado por el qué dirán para salir sin tapujos ni zarandajas del corsé social identitario en el que nos movemos de unos siglos a esta parte. Capaces de sacudirse cualquier cliché impuesto, campan por la sociedad envueltos en un descaro altamente saludable, dejando en un lugar ignoto de su memoria las normas impuestas por los mentecatos empeñados en constreñir la verdadera libertad. Defensores del albedrío más auténtico y feliz, viven alejados de las normas autoimpuestas por una educación que esclaviza la espontaneidad, esa que tanto alabamos en otros y nunca practicamos.
Desde el anarquista que quiso fundar un partido político al paisano que interrumpió una procesión en la semana santa sevillana para peerse en tiempos inquisitoriales, nuestra sociedad ha dado una plétora de personas alejadas de la norma digna de estudio.
Políticos idealistas defensores de una idea en la que realmente creían; profesores sin gola y preocupados por el aprendiz que no estudiante; generales antibelicistas y terroristas enfrentados a la violencia; socialistas católicos y cristianos comunistas; nacionalistas del mundo, hombres feministas de frente sin perfil impostado y mujeres en plural reconocidas por su esfuerzo y no por la singularidad de la ocasión explotada en estomagante publirreportaje politizado.